Ossip Mandelstam

La moneda de oro y otros textos

 

(Versiones al español de Aquilino Duque)

 

 

El viandante

 A M. L. Losinsky

Siento un pavor invencible
ante las alturas misteriosas;
me gusta ver la golondrina en el cielo,
y el vuelo de la campana me enamora.

Y parece que, antiguo viandante,
sobre un abismo por temibles pasarelas,
escuche yo cómo crece la bola de nieve
y golpea lo eterno en relojes de piedra.

¡Si fuera así! Pero no soy aquel viajero
que entre las hojas secas se vislumbra
y de hecho el dolor me canta dentro;
Hay un alud, es cierto, en las alturas.
Y toda mi alma en las campanas tengo,
mas del abismo no salva la música.

1912

 

 

El casino

No soy devoto de la alegría preconcebida,
es una mancha gris naturaleza a veces;
y me ha tocado en suerte, estando algo bebido,
comprobar los colores de una vida indigente.

Con vedijas de nubes juega el viento,
en el fondo del mar reposa el ancla,
y sin aliento, como un lienzo,
sobre el maldito abismo cuelga el alma.

Pero yo amo el casino de las dunas,
la ancha visión en ventanal de niebla,
y el sutil rayo en el mantel plisado;

y, con el agua en torno que verdea,
cuando, cual rosa en un vaso de vino,
de una gaviota alada soy la estela.

1912

 

 

Tsárskoye Seló

 A Jorge Ivanov

¡Vamos a Tsárskoye Seló!
Donde sonríen las solteras
cuando los húsares tras la borrachera
montan de un salto en el arzón.
¡Vamos a Tsárskoye Seló!

Cuarteles, parques y palacios,
y en los árboles, copos de algodón,
y un «salud» como un trueno de cañón
a cada grito de «¡salud, muchachos!»
Cuarteles, parques y palacios…

Viviendas de una planta única,
donde unos generales de ideas fijas
acortan de su tiempo la fatiga
leyendo el «Niva» y a Alejandro Dumas…
Palacios… pero casa, ni una.

Silba un vapor… Pasa el gran duque.
Está el séquito en el pabellón de cristal…
Sale, arrogante, un oficial
que arrastra el sable, el ceño frunce,
no hay duda alguna, es el gran duque…

Y el carruaje vuelve a casa,
al reino, en realidad, de la etiqueta,
disimulando una ansiedad secreta,
con las reliquias de la vieja dama…
El carruaje vuelve a casa.

1912

 

 

La moneda de oro

Todo el día respiro melancólico y triste
el aire húmedo del otoño;
quiero cenar, ¡y en el oscuro
portamonedas las estrellas de oro!

Y, trémulo ante la amarilla bruma,
fui a parar a un tugurio miserable;
nunca vi semejante restorán
ni chusma semejante.

Pequeños funcionarios, japoneses,
teóricos de una corona extranjera
Uno acaricia sobre el mostrador
ebrios todos —de oro una moneda.

Sea tan amable, deme cambio,
—le pido con insistencia—
Pero billetes no me dé,
¡los de tres rublos me dan alergia!

¿Qué hacer con esta panda de borrachos?
¿Cómo, Dios mío, fui allá a dar fondo?
Si es que tengo derecho todavía
¡Cambiadme mi moneda de oro!

1912

 

 

El luterano

Cuando el domingo paseaba cerca
del templo luterano vi un entierro,
y observé, paseante distraído,
la severa emoción de los fieles aquellos.

Las palabras foráneas no alcanzaban mi oído,
y sólo relucían los delgados arreos,
y la calzada en fiesta, sordamente,
a los cascos cansinos hacía eco.

En la elástica penumbra del carruaje,
hipócrita y haciendo de saludos acopio,
se olvidaba el dolor sin hablar, sin llorar,
marchitaba el ojal rosas de otoño.

Iban los forasteros como una cinta negra,
y a pie, detrás del velo, arreboladas
señoras que lloraban y, sobre ellas
el cochero obstinado que guiaba.

Quienquiera que tú fueras, difunto luterano,
cuán de prisa y corriendo te enterraban.
Un llanto decoroso nublaba la visión,
contenidas doblaban las campanas.

Y yo pensé: no hacen falta discursos.
No somos ni profetas ni menos precursores,
no amamos el edén ni el infierno tememos,
y en el opaco día ardemos como hachones.

1912

 

 

Santa Sofía

Santa Sofía, que aquí se detuvieran
mandó el Señor a reyes y vasallos,
y es que tu cúpula, según dice un testigo,
está, como en cadenas, de los cielos colgando.

Y por todos los siglos dio Justiniano ejemplo,
cuando Diana de Efeso le deja que se lleve
para unos dioses extranjeros, ciento
siete columnas de mármol verde.

¿En qué estaba pensando tu constructor munífico,
cuando, elevado de ánimo y de mente,
distribuía ábsides y exedras,
ordenados a oriente y a occidente?

Templo maravilloso, en paz bañado,
fiesta de luz cuarenta ventanales;
en las velas, bajo la cúpula,
cuatro bellísimos arcángeles.

Y la sapiente construcción esférica
a naciones y siglos sobrevive,
y no desconchará sus dorados oscuros
el recio llanto de los serafines.

1912

 

 

Notre Dame

Donde a un pueblo extranjero juzgaba un juez romano
la basílica estáÿy, jubilosa y primitiva,
como en tiempos Adán, extendiendo los nervios,
con los músculos juega la leve bóveda de aristas.

No obstante se delata un plan secreto:
de los arbotantes se calculó la fuerza
para que no se hundiera la masa de los muros
ni la bóveda audaz como ariete la hendiera.

Laberinto espontáneo, floresta inconcebible,
meditabundo abismo del espíritu gótico,
egipcio poderío, timidez del cristiano,
las cañas junto al roble y el rey doquier a plomo.

Cuanto más te observaba, fortín de Notre Dame,
y estudiaba tus costillas inmensas,
no hacía más que pensar: de una carga onerosa
también yo alguna vez crearé la belleza.

1912

 

 

-Ossip Mandelstam
Poesía
Vaso roto ediciones

https://americas.vasoroto.com/

 

mandelstam

Ossip Mandelstam Nació en 1891 en Varsovia (aunque creció en San Petersburgo) y murió en Vladivostok en 1938. En 1934 un poema contra Stalin le envió al ... LEER MÁS DEL AUTOR