Las últimas horas del verano
(Traducción al español de George Nina Elian)
zanjas
mi abuela sabía contar historias, pero no era una persona culta.
sabía qué escritura era fea
sólo porque no se parecía a la letra
pulcra y ondulada del abuelo;
pero papá no lo supo
hasta que el hecho de saberlo ya no importó,
hasta que otros dolores adquirieron zanjas más profundas
que las que bordeaban la calle entre la casa y la escuela,
zanjas al borde de las cuales, además,
papá y otros como él
y todos los que les precedieron
aprendieron, uno a uno, a no olvidar su infancia.
en aquellas zanjas no se encontraban perros callejeros:
hasta el chucho más desaliñado
tenía a su lado un hombre para morirse de hambre por él,
y detrás de las orillas se escondían, por igual,
gritos y susurros más preciosos que los tesoros de los dragones de la abuela
junto con los huesos de todas las infancias terminadas.
ahora esas zanjas están pavimentadas
y habría que ser un arqueólogo muy inteligente
para poder desenterrar los restos de las edades
debajo de las capas de hormigón.
mis hijos y los hijos de mis hijos
cavarán otras zanjas a lo largo de sus caminos,
en las que sus gritos y susurros no serán
ni de tierra, ni de agua, ni de aire, ni de fuego,
y escribirán historias que a mí, por ignorancia,
me parecerán pulcras y onduladas sólo si
las he visto en otro lugar.
pero ellos, con el paso del tiempo,
¿qué tan cultos se volverán
para las zanjas que bordearán los caminos ajenos?
ecos
soy una campesina hecha, no nacida.
mi abuela era una campesina nacida.
el agua que corre por mis manos es sólo
la sombra del agua que ella arrancaba
de las entrañas de la tierra.
el pan que parto en la mesa es sólo
el espejismo del pan que nacía en su artesa de madera.
su telar donde antes su lanzadera tejía historias
“de izquierda a derecha
luego de derecha a izquierda”
hoy solo lo usan las arañas.
el suelo bajo mis pies
se ha renovado muchas veces
mientras me bautizaba con cemento y asfalto y plástico
y neologismos se enroscan en mi lengua
como serpientes en una rama de avellano,
pero aún ahora, después de años y años,
cuando toco el amanecer y el ocaso con mis ojos,
su voz resuena en mi mente
llamándome y enseñándome a orar,
y al recuerdo de su voz sala con sudor y lágrimas
la arcilla dentro de mí todavía se está crucificando:
nacida y no hecha…
nacida y no hecha…
nacida…
llueve en enero
llueve en enero, querido,
como en los otoños de antaño,
cuando los diccionarios no estaban tan
llenos de palabras
llueve en enero,
y mientras caminamos uno al lado del otro
como dos iglesias solitarias abandonadas por los pensamientos,
la ciudad yace silenciosa ante nosotros,
domesticada por la noche húmeda
(hay tanta paz
que ya no necesitamos nombres).
los árboles al costado de la calle
brillan mojados a la luz envejecida de las linternas,
como las oraciones de las madres
que todavía esperan
algo.
está lloviendo y es tarde.
no hay nadie en la calle,
ni siquiera nosotros.
nosotros somos solo una ilusión —
una fractura de latidos que lentamente
interrumpen
la lluvia.
“¡ama a tu prójimo!”
lo claro fluye sobre las arenas amarillas
como una lluvia de paz
que allana el camino hacia el paraíso
con paraísos más pequeños
en forma de lágrima
para que la luz los pise.
de un lado a otro del cielo,
entre las nubes pesadas
por las pisadas
de los santos que las deambulan,
cada vez más a menudo,
de abajo hacia arriba,
a veces una voz ruge:
“¡ama a tu prójimo!”,
pero nuestras bocas,
sedientas de lo fugaz
como de la sombra de un hada Morgana,
saborean las gotas azules
recogidas de los hombros de las alturas,
cada una vistiendo un nuevo olvido,
y el sabor de la ceniza,
he aquí,
ya no nos puede saciar.
y así, día a día,
las flores que crecen
en las tumbas
aman a nuestro prójimo más que nosotros.
solo los gansos
las arañas de patas nocturnas
hacen rodar bolas de sabor amargo
hasta las alturas del tiempo —
enfermo de murmullos
y con sus venas oliendo a mosto,
el otoño hace pronto su cama a la sombra de mis dedos —
y me miras con la misma dulzura en silencio
con la que alguna vez te olvidaste
de preguntarte.
sólo los gansos,
te lo digo,
sólo los gansos salvajes cortando las nubes
por la forma y semejanza de su vuelo
podrían llenar de paz
tu sonrisa.
yo no.
raíces
por su naturaleza, cada raíz sabe
que debe ser lo suficientemente fuerte
para sostener la planta en crecimiento,
que debe ser lo suficientemente valiente
para estirarse en el suelo en busca de agua,
que debe ser lo suficientemente humilde
para ver la luz del sol sólo a través de su flor.
ahora dime:
cuando tocas
la carne de tu madre,
¡¿tu carne se siente
menos que su flor?!
cicatrices
este mundo está hecho de cicatrices:
una cicatriz es cada camino
que hacemos sobre la faz de la tierra,
así como una cicatriz es la marca que deja
cualquiera de las innumerables gotas de lluvia que caen.
el aire herido por las alas
de las mariposas está lleno de huellas
y el cielo lleva las marcas
de nuestras miradas insatisfechas
en busca de Dios.
incluso el sonido de los llantos de los recién nacidos
genera heridas en nuestras almas
que,
a pesar de toda su dulzura,
nunca sanarán.
así el fluir de tu nombre a través de mi voz
asegura que algunos sonidos nunca sean solo sonidos
y que sus alas rotas alberguen en su médula el sabor de alturas
aún más profundamente que las enteras.
¡llámame!
¡llámame cuando seas viejo,
tan viejo que lo único que tendrá sentido para tus manos cansadas
será abrir las ventanas al amanecer
y volver a cerrarlas al atardecer,
cuando cualquier nombre que pronuncies
tendrá un sabor redondo y salado en tu voz
que rasgará el silencio!
¡llámame cuando te llamarán
como todo lo que hay sobre la faz de la tierra
y cuando el único nombre que quede por llamar será el mío!
¡llámame
y vendré y me acurrucaré a tus pies y los calentaré
y les haré recordar las piedras cúbicas
de los caminos que he caminado sólo en mi imaginación
y la corriente de agua que lleva abajo
las hojas de otoño que no han visto el mes de noviembre en todo su vida!
¡llámame cuando seas viejo,
tan viejo que las cáscaras de los huevos
de los gorriones parezcan ataúdes
de los que se ha escapado la muerte y se alimenta
de gusanos y moscas,
y vendré y me maravillaré contigo
de cómo de pronto brota agua de las puertas de madera de los armarios
que reflejarán el flujo de palabras de algún
evangelio apócrifo
aún no descubierto!
pero sobre todo ¡llámame cuando seas viejo!
cuando el mero ejercicio de recordarme te agote,
di mi nombre,
por pequeño, insignificante e insustancial que parezca,
y vendré y tomaré por fin tus manos
y anidaré mi aliento en ellas
y te contaré la historia de un amor que no fue amor,
un tiempo que no quiso fluir
y polvo de estrellas!
cambio a horario de invierno
de repente hay tanto otoño a mi alrededor,
y el aire huele tan fuertemente
al dolor de las raíces aún vivas
olvidadas bajo el asfalto irregular de algunas carreteras
que ya no son transitadas
es otoño a mi alrededor
bandadas de pájaros salpican las alturas
con sombras buscando el sur,
y la tierra inclina lentamente
su eje, querido,
para ayudarles
a olvidar más fácilmente
los nidos vacíos
y las cáscaras de huevos
las últimas horas del verano
las últimas horas del verano dividen mi piel entre ellas
como un pedestal para la esencia amorfa de ellas,
y los sentidos, para las cenizas de ellos.
por las grietas de la tarde se arrastran silenciosamente
mil pensamientos
y una sombra:
la de mi juventud.
bajo el toque de los recuerdos,
la noche arde y se licua,
y antes de darme cuenta,
¡mira! ya es otoño…
y esta primavera
también pasará a mi lado
[…] y esta primavera también pasará a mi lado
como una bandada de pájaros volando descuidadamente
frente a una vieja iglesia,
tan vieja que su cruz se ha vuelto, entretanto,
una con el polvo de las oraciones,
una con el viento,
y me mirarás a los ojos,
buscando en ellos la sombra de la palabra,
pero debido a demasiados aleteos, ya no la encontrarás […]
besos
el edificio volátil de tu último beso
aún viviendo su muerte en mi piel
es como una de esas dulces dolores de los cántaros de barro
que al colgarlos de un clavo
saben que el río no será el mismo
cuando los vuelva a abrazar
fantasmas
miro la naranja que tengo en la mano,
y su cáscara me habla no del sol que la alimentó,
ni de la mano que la recogió
ni de los dedos que hicieron de sus raíces
recuerdos porosos.
mis ojos miden su redondez
y todo lo que veo es el fantasma agridulce
del verano pasado.
el canto de una alondra
mientras estamos sentados ahora, en medio de este campo dorado,
tú trenzando trigo en mi cabello,
yo observando la lenta puesta de sol,
fingiendo no sentir
el perfume de tus manos cansadas
tan cerca de mi cara,
un viento vespertino seca suavemente
el sudor de nuestra piel —
¡está tan cerca
el canto de una alondra
acariciando las nubes!…
de eso
…al final se trata sólo de eso:
de mi piel y la tuya,
de cómo nuestros poros encajan
entre sí
como el rompecabezas agridulce de cada día,
de cómo cada uno de nosotros injerta
pensamientos en la voz del otro,
sobre el vacío textil de cualquier sábana
medio arrugada.