Balada de la última ofrenda
EL POETA
in memorian de Javier Heraud
Leía a Marx,
a Pablo. Y a Vallejo
lo llevaba en el pecho
como un llanto.
Deteníase a oír en el silencio
algo que no cabía en su tamaño.
Se advertía en sus ojos
que soñaba
en ardiente vigilia, como nadie.
Me sé sus sueños
de memoria, su alma.
Lo mataron en medio de la
tarde
porque un alba traía
para todos;
porque otro sol,
otro aire, reclamaba.
En las hojas
que caen del otoño
me parece que escucho sus
pisadas.
EL POETA Y LAS MÁSCARAS
Con la mirada fija, sin alma y sin cuerpo, cuelgan de la pared:
caras con los párpados cerrados resistiéndose a mirar la vida.
Pintarrajeadas, de ojos como fosas, de pómulos desorbitados:
máscaras de la ira, de noches de carnaval, de infortunio y misterio.
A semejanza del hombre parecen haber sufrido mucho,
expresan odio o serenidad, cocinadas en niebla o fuego.
Rostros decapitados. Emergen de inhóspitos pozos,
abismos y sarcófagos. Han cruzado
mares, escenarios, comparsas, danzas rituales;
¿Quién fue ese hombre da antifaz negro? ¿Nunca lo sabremos?
¿Ese que ríe sin compasión, llora cuando damos la vuelta?
¿El del turbante de ébano? ¿El de las calaveras clavadas en la frente?
¿El de la cara como tambor de guerra? El de enigmático gesto de dolor?
Alguien oscuro y triste se oculta detrás de cada máscara.
Seres tasajeados que vienen inmóviles de mundos desconocidos:
se filtran por las paredes, los desoxida el olvido,
irrumpen de los espejos.
Fuimos jóvenes y bellos, izábamos de cometas nuestros sueños,
pero el tiempo implacable nos fue transformando en máscaras.
EL ARCA VIAJERA DE BOMBAY PALACE
Más que baúl chico es arca de madera.
Me cautiva el olor a sándalo. Paso, gozoso, los dedos sobre el tallado de la tapa
con pagodas y gente de largas batas de seda y anchas mangas.
Pasaje de un lago al atardecer con lotos, remeros alrededor, bambúes, plantas
colgantes o altas hierbas que crecen de árboles podados.
Mi fantasía reconoce al pájaro pihis del que habla Apollinaire. Sólo posee un
ala y tiene que aparejarse para poder volar. (el viaje de luna de miel lo
inventaron los pihis).
Después de una larga travesía, navegando por los espejos llegó el arca al
dormitorio. Y en él guardo mis poemas, hasta que maduren como las frutas.
FÁBULA DEL CABALLO BLANCO SALIENDO DEL ARCA
A José Carlos Ramos
Piel de serpiente el arco iris anuncia el fin del diluvio.
Encalla el Arca en el Monte de Ararat.
Caen del cielo aerolitos de oro en forma de huevos.
El primero en salir al abrirse el portal es el caballo,
un caballo blanco, sin sombra, sin bridas. Corre ciego,
sin fatigarse, sin poderse detener. Monte abajo,
desciende, en desenfreno, perseguido por el espanto.
En su Carrera, echa espuma, sangran sus cascos, se le
salen los ojos… El eco devuelve el trote que va sin
destino, de risco en risco, por la montaña
solitaria…
FÁBULA DEL CUERVO ORIUNDO DE GINEBRA
Cuando no hay un alma en casa y tengo que almorzar solo, invito al cuervo.
Lo siento junto a mí en el tablero de la mesa.
Me distrae su compañía. Su lealtad supera la de algunos amigos. ¡Tan simpático
el cuervo con su pico curvo, su traje negro, recién untado con los betunes
de la noche, en el que relucen filamentos dorados!
Sus piernas y sus alas flexibles se acomodan a cualquier postura y a cualquier amo.
Disfruta sintiéndose a mi lado, sobre todo cuando pelo las uvas y desorbitadas
ruedan sobre el plato de postre. Él me observa con avidez, se le hace agua la boca.
Lo adquirí en el mercado de pulgas de Planpalais de Ginebra, que se puebla
miércoles y sábados de mercaderes y mercachifles.
El elegante cuervo lucía aquella tarde en un mostrador, muy campante, cruzado
de piernas. Tenía la misma gracia, el mismo aire de distinción.
Entre máscaras, campanas, relojes y otros objetos antiguos, era maese cuervo el
que daba la hora.
Atento el ojo, contemplaba con puntualidad los ires y venires de las cosas, el
comercio incesante de la vida.
Se siente bien cuando me acompaña. En su silencio percibo un hálito de ternura,
pero yo sé que en el fondo lamenta su naturaleza de madera.
El preferiría ser cuervo de carne y hueso y aguardar el momento propicio para
sacarme los ojos.
FÁBULA DEL SÚPER RATÓN MICKEY, TENEBROSO AGENTE DE LA CIA
Mickey,
súper, núbil, candoroso
y giratorio ratón
manejado a control remoto,
cibernético digitígrado
con alas plateadas
de helicóptero.
Cinta magnetofónica y ojo
mágico en la cabina
del jet, en
los armarios, en
los teléfonos, con cámara
fotográfica, Mickey,
en el cajón, merodeando
con lupa en el tejado.
En este ratón, ¡miau! ¡miau!
hay súper gato encerrado.
PRIMERA INSTANCIA FOTOGRÁFICA DE LA FAMILIA
En fila india.
Ahí está mi madre en la foto con su escalera de hijos como una hermana más.
Esbelta, esdulce, esbella.
Una leve sonrisa la muestra satisfecha y orgullosa de poblar de buenos hijos el planeta.
Somos siete en hilera y nadie hubiera dudado en apostar que seríamos nueve. Ahí está
mi madre, doña Ana María Osores Amoretti, con su traje sastre marrón jaspeado,
dispuesta a desafiar los sinsabores de la crianza en un pueblo de la sierra del Perú,
a dos mil seiscientos metros de altura y de bajos salarios.
De calles empedradas como la vida.
De acequias veloces por donde se escabulle peatona la lluvia.
Con su iglesia y su plaza de toros (toros bravos, los expedientes que libraba mi padre
en su despacho de Juez de Primera Instancia).
Pueblo donde la gente se endulza con huiros y yacones y se arrulla en las fiestas
con las oraciones del patrón San Mateo, santo que fue expulsado de una iglesia de Lima
por haber dejado de hacer Milagros. Los fieles en su cofradía por deberle al santo
carecen de indulgencias.
En la foto aparecemos siete hermanos: María Caridad Corcuera Osores (Maruja),
Oscar Daniel, Ana Teresa (la Ñata), Zoila Elisa (la chula), Carlos Fernando
(el Coco), Nelly Rosinda y yo, Daniel Arturo (el Chisco) sosteniendo una rosa
blanca en la mano, señal de buen augurio. La rosa después se haría Rosi,
una dama castellana que conocería con el tiempo a orillas del Tormes.
Al pequeñín que fui le duró poco el reinado: vendrían casi enseguida, con su pan
bajo el brazo, Ana María y Consuelo Esperanza, el conchito de la familia. Será
consuelo y esperanza en mi vejez, diría mi padre.
Los padres ya no están.
Papá, a quien ya superé en edad, murió de insuficiencia renal, invadido por la urea.
Mamá, de un tumor al páncreas, amarila como bañada el oro.
Y la historia de cada uno de nosotros es muy simple, con hijos y nietos, adeudos y
retribuciones, como la de cualquier familia provinciana, honrada y decente,
respirando sin remedio el humo capital.
BALADA DE LA ÚLTIMA OFRENDA
Me niego a que se pudran estas venas
por las que mis padres y otros míos
navegan viniendo desde tan lejos;
no quiero ese final para estos ojos
con los que miro y lloro;
para estos pies
que beben andando sobre la tierra
la sed de los caminos;
no se volverán carroña, merienda
de gusanos, este cerebro
ni este corazón cuando yazgan sin irrigación, inmóviles;
nacieron mis brazos para abrazar. Llegará el día
de abrasarse; incinerar lo que quede de este cuerpo;
no sabe hacer otra cosa que arder,
ese es su destino,
ese es el incienso que ofrendaré a los dioses.