Juan Calzadilla

Epitafio por una voz

 

 

 

Epitafio

En mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo
y me moría de la risa.
Enumeraba con los dedos de las manos
cada uno de mis defectos

y hasta me permití delante de la gente
sacar a relucir algunos de mis vicios
como si me confesara en voz alta
y en la vía pública.

Comprendo que esto no es usual en un entierro
ni signo de buen comportamiento.
Un ciudadano cabal, aun estando muerto

—cuando es él el centro de la atención—
debe guardar las apariencias
y cuidar de no exponerse al ridículo.

 

 

Epitafio II

Todos los que han muerto, murieron por mí.
Todos los que mueren, mueren por mí.
Si no murieran por mí, yo no estaría vivo
ni estuviera yo llenando por ellos
el lugar que dejaron vacío para mí.
Ni estaría yo ocupado
de escribir en este momento
el poema con que termino.

 

 

Epitafio III

Yace aquí quien pensaba que también de este trance se podía librar.

 

 

Epitafio IV

Este sujeto iba por buen camino.
Un camino recto entre él y su meta.
No me vengan a decir que
no iba hacia sí mismo
si sabemos por sus pasos
que no podía dirigirse a otro fin.

 

 

Epitafio por una voz

¿Cuántas palabras habré yo dejado de decir por ignorancia o temor?
¿Cuántas se me escaparon de los labios por no tener valor para decirlas?
¿Cuántas por haberlas olvidado?
¿Cuántas por no saber pronunciarlas?
¿Cuántas porque pertenecían al pasado?
¿Cuántas porque no habían sido inventadas?
Palabras borradas de la mente o de la imaginación.
Palabras que una vez dichas jamás retornaron
como si un muro de lava se hubiera deslizado
por el cauce de mi garganta cómplice de tantas barbaridades

 

 

Cuando recuerdo mis éxitos

Cuando recuerdo mis éxitos
no crean que lo hago con nostalgia.
Por el contrario, disfruto.
Pues el éxito es la parte tolerable del error
cuya suma, a la hora de hacer un balance,
es mucho mayor, mucho mayor.

Ciertamente, la columna del fracaso
está llena de cuotas que nunca terminaremos
de pagar,
ni en esta vida ni en la otra. Morosos,
nos esforzamos en hacerlo, claro está,
acosados por toda clase de acreedores
y, entre éstos la muerte.
La satisfacción, a fin de cuentas, consiste
en que los abonos parciales que vamos haciendo
dan al menos la ilusión de que el negocio
marcha de alguna manera
mal que bien.

 

 

Consejo aeronáutico

Más seguro que volar es caminar.
Pero, si puedes, arrástrate.

  

 

La condecoración

Esta vez me presentaré como me dé la gana.
con aire desenfadado subiré las gradas.
Se me ocurre que descalzo
o con botas como las que usan los jardineros:
Desnudo de la cintura para abajo
avanzaré, avanzaré entre las filas de invitados
mostrando a todos los presentes,
con perdón de la palabra,
¡oh, las bolas, las santas bolas!
en el sitio donde están.
Y me presentaré con esa facha
en el preciso instante de ser llamado
para recibir del señor Presidente
—el porte erguido y la cabeza en alto—
la condecoración.

 

 

Rumsfeld

Ahora que el terreno está despejado
Podemos enviar más ayuda humanitaria a Irak
con nuestros misiles.
La ayuda humanitaria es con el fin
de que los sobrevivientes puedan estar
bien alimentados para prepararse a recibir
nuevas descargas de nuestros misiles
en cuyas puntas van las bolsas de comida rápida.

  

 

La luz de mis trópicos

Aquí nadie está claro y en primer lugar
yo tampoco.
¿Y por qué tendría que estar claro?
Lo que tiene que estar claro es la luz.
Con una claridad meridiana en alza
como las acciones de la bolsa

puede verse todo claramente.
Si no hay claridad en ti ni en mí
¿por qué preocuparse?
Goza tú de esta luz maravillosa,
De este paisaje cebado en los trópicos.

La confusión ideológica en mi país
es pura inocencia.
La situación política
perdonen si no la entiendo.
¿Acaso soy yo el más llamado a entenderla?
En mi país quien está claro
sencillamente es un tonto.

¡Que se roben ya las arcas
y que lo hagan cuanto antes
pero a mí que me dejen
la luz de los trópicos!

 

  

El primer aviso

—Óyeme, Guanahaní,
te hablo por teléfono
desde el Puerto de Palos.
Esgrime pronto tus trampas de luz,
agita tus hondas inmemoriales,
Afila tus ojos de iguanas,
Tus arrecifes de corales, tus huracanes.
Arma el argumento verde de las palmeras
con el espejismo de tus soles,
tiende tu red de arpones,
tus flechas untadas con curare.
Dentro de poco zarparán de aquí
Las naves de Cristóbal Colón.

¿O es que vas esperar a que
pasen quinientos años?

 

 

¿Cuántas palabras habré yo dejado de decir?

Cuántas palabras habré yo dejado de decir
por ignorancia o temor. Cuántas por no haber
tenido paciencia para armarlas. Cuántas
por no haber entrado yo en uso de razón.
Cuántas por haberme jugado una mala pasada.
Cuántas por subestimar el orden de mis necesidades verbales.
Cuántas simplemente a causa de su estado larvario.
Palabras que no daban la cara por nadie.

Palabras que apestaban como la tifus de los inválidos.
Palabras por las que yo no hubiera apostado
Ni un solo centavo. Palabras que dejé yo de decir
para no mencionar la hecatombe
a la hora de cantarles a los pájaros.

 

 

Pessoa

Es un hombre melancólico pero puede escribir.
En Lisboa pocos le conocen pero puede escribir.
Se gana la vida de 10 a 4 en un almacén,
pero puede escribir.
Es alcohólico e insomne pero puede escribir.
No tiene un gran amor en su vida pero puede escribir.
El factor común es que puede escribir.
Todo lo demás qué importa.

 

  

Para todos los que no lo entiendan
este poema es soez

Los poemas que uno escribe contra el sistema son obscenos
Los poemas que prohíbe la iglesia son soeces.
Los poemas que atentan contra la moral son obscenos.
Los poemas que para nombrar las partes pudendas
hacen caso omiso de las recomendaciones
de la Real Academia son obscenos.
Los poemas que hablan de sexo son siempre obscenos
y los que irresponsablemente
escandalizan a una dama que al oírlos
en el acto se levanta de su asiento,
protesta y se marcha, son obscenos.
Igual que son obscenos
todos los poemas que no se dicen con palabras
sino a coñazos.

 

 

Haikú a propósito del bautizo de un libro
de versos en una librería de Caracas

Los libros que
a los vasos con whisky
Servían de pedestal.

 

 

Diálogo de una sola punta

—Aquí está la cuerda. Hale usted por esta punta
mientras yo sujeto la otra.

—Pero ¿cómo? Si esto no es una cuerda.
Es una serpiente.

—Entonces agarre usted la cabeza
que yo asiré la cola. ¡No vamos a pelearnos
por un problema semántico!

 

 

El adjetivo

El adjetivo le pasa la cuenta al sustantivo y el sustantivo
le pasa la cuenta al verbo. Pero que el que le pasa
la cuenta a todos es el adverbio. El adverbio
es el nuevo rico de la generación gramatical.

 

 

Dalí

Un reloj ablandado sobre un desierto duro
Una jirafa en llamas bajo el cielo macerado
Sólo falta en este escenario surrealista
Un bufón con los bolsillos llenos
Pero entonces ¿quién va a ocuparse de pintar el cuadro?

 

Juan Calzadilla Nació en Altagracia de Orituco, Venezuela. Poeta, editor, curador, artista plástico y crítico de arte. Antes de cumplir 20 años se trasl ... LEER MÁS DEL AUTOR