Javier Sologuren

Una poética de la levedad

 

 

Entrevista realizada en 1990.

Por Floriano Martins

 

 

FM | Ese esencial equilibrio que tu poesía consigue alcanzar entre ética y estética, y que le da una levedad extraordinaria, levedad profunda, medida por la precisión y concisión de sus imágenes, ciertamente es fruto de eso que Jorge Rodríguez Padrón sitúa como tu opción inequívoca: “abismarse en el vértigo de la creación, vagar entre los signos de la noche” (valiendo aquí recordar que la noche es posiblemente la más abarcadora de tus polisémicas metáforas). ¿Qué significa para ti ese “abismarse en el vértigo de la creación”? ¿Cómo te toca la poesía?

JS | Es cierto que el proceso de creación, mi poetizar si se quiere, se produce siempre en términos de una relación bipolar entre lo ético y lo estético; entre un deber ser, paradigmático, del texto (una meta expresiva oscura y casi penosamente entrevista) de una parte, y de otra, la verbalización de esa experiencia en formas que conjuguen transparencia, libertad y conciliador equilibrio. Esta relación trae por consecuencia, como se puede colegir, el insoslayable afloramiento de una tensión interna, la que a su vez trasunta un temple anímico sui generis: sentimiento de opresión, de molestosa gravidez. Al “entrar” en la escritura de un poema carezco enteramente del conocimiento previo de su “salida” pertinente, la noción de un rumbo por seguir que a veces puede ir clareando paulatinamente a lo largo de la escritura y en otros casos no se halla brújula al navegar en estas aguas inciertas, solo desgarrones, destellos, en medio de la oscuridad.

Por lo demás, pienso que esta situación por la que atravieso no debe ser, en el fondo, muy distinta a la que se debe presentar a todo poeta en trance de escritura.

La bien conocida agudeza crítica de Jorge Rodríguez Padrón –tal como me lo recuerdas- ha dado con la formulación precisa: “abismarse en el vértigo de la creación, vagar entre los signos de la noche”. Todo lo expuesto en las líneas precedentes no viene a ser sino su deshilamiento explicativo. Sin embargo, retomaré el hilo y seguiré, algo locuazmente, abundando en este asunto. La poesía me toca como un rayo de luz en la opacidad, en la ceguera de la existencia y, quizá alguna vez, “como una aurora en la noche”. Así como, después del día vivido, nos hundimos en el bálsamo del sueño, así también, me parece, sucede con la expresión poética. Aunque ya no en condición de olvido, como en el sueño, sino de aventura y revelación. Los signos son el pasto de mi hambre, nunca satisfecha, de sentido; de su busca tenaz. Es por esta, sin duda, que mi poesía es, así mismo, irrigada por la sangre del cuestionamiento y de la reflexión: monólogo o más bien diálogo con los translúcidos, o definitivamente impenetrables, sucesos de la existencia irremediablemente vulnerados por el agónico tiempo humano.

FM | Como bien dice el poeta cubano José Kozer, “el poema exige el sacrificio total”. ¿Qué significa para ti el proceso de creación poética? ¿Cómo lo enfrentas?

JS | El proceso de creación poética se me presenta como una tensión anímica que me reclama, para reducirse o descargarse totalmente, su cristalización en la palabra. A riesgo de repetirme una vez más, transcribo la respuesta dada, precisamente a José Kozer, con ocasión de una entrevista que me hizo en 1983: “Mucho me interesa –me dijo José- hables un poco de tu sistema poético en general y de tu búsqueda de una espiritualidad cabal y amplia que sirva de asidero en un mundo bullicioso y materializado”. Esta fue y es mi respuesta: “Tales afirmaciones no son indicios de un sistema poético que, al menos en un nivel consciente, carece de existencia. Provienen, en cambio, de un sentimiento que se ha ido sedimentando paulatinamente. El sentimiento de muchas y plurales experiencias en las que, largo tiempo después de haberlas vivido, he hurgado como quien lee en las cenizas.

Pero si bien no obedecen a un sistema previo, manifiestan un terco conato de edificación por el verbo de un mundo –cualquiera se su alcance- donde hallar mi espacio propio y libre, y mi verdadera identidad. Mis poemas son, aspiran a ser ciertamente, ese asidero del que hablas.”

Cuando la poesía está por suscitarse en mí, experimento un complejo de sensaciones muy cercanas a la manifestación de un malestar. Algo que gravita con exceso sobre mí, que me perturba y exige, para recobrar mi rutinaria normalidad (habitualidad), ser de algún modo expresado. Quizá por ello, al concluir un poema la impresión inmediata sea de alivio, al margen de la impresión de éxito o fracaso que dicho texto posteriormente me cause.

No acudo a factores externos como condicionantes de la “inspiración”, salvo, a veces, a la música. Vibro de mí mismo.

FM | José Miguel Oviedo cierta vez señaló la afinidad de tu poesía con la de Huidobro, Paz, Mallarmé, Reverdy, en lo que se refiere a la relevancia de los valores visuales y espaciales del poema. ¿El origen de esa relevancia estaría en la lectura de estos cuatro poetas o sería otra su fuente?

JS | José Miguel Oviedo se refería en particular a los poemas de mi libro Folios de El Enamorado y la Muerte, que reseñaba, y acertaba al hablar de afinidades con esos grandes poetas, a los que habría que añadir, en primer lugar, a Apollinaire. Todos ellos leídos, y en el caso de los franceses, traducidos en parte por mí (lo cual, como bien sabes, significa haber ejercido una lectura en profundidad y una consecuente mayor atención a sus poemas), todos ellos de algún modo y en proporciones por cierto no cuantificables, han afianzado mi concepto y práctica de los valores visuales y espaciales en función del discurso poético. Pero existe también otra fuente que considero importante. Es la poesía clásica japonesa. Tanka y haiku no solo por su brevedad sino de modo principal por la energía surgente y sugerente del yo-haku, el margen blanco o lo inexpresado; esa zona de silencio elocuente adonde nos remite, si lo sabemos sentir, estas sutiles, profundas, esenciales aprehensiones de los hechos del corazón y de la naturaleza.

Tal aptitud de concisión y síntesis, de especial estimación por el espacio en blanco, ese silencio cuya pureza original vamos a herir y alterar, por otro lado, me parece que se manifiesta en las páginas en prosa, en gran parte dedicadas a la poesía, que hasta la fecha he escrito.

Esas voces ajenas despertaron y despiertan algo que es propio de mi sensibilidad poética, de mi gusto personal, los que se ven así corroborados por su fecundo magisterio.

FM | Se discute con cierta insistencia si el Surrealismo habría sido una influencia vital o mortal para la poesía francesa. Con respecto a la poesía peruana, basta pensar en nombres como César Moro y Emilio Adolfo Westphalen para tener definida la extrema y vital importancia de ese movimiento. ¿Qué importancia asignas al Surrealismo en tu propia obra?

JS | Para mí, el Surrealismo ha ejercido directa u oblicuamente una removedora influencia que no puede calificarse sino de vital y universalista. La gran poesía de este siglo y en lenguas de aquí y de allá, al margen de todo tipo de fronteras, ha sido posible por la encarnación de los liberadores aportes del Surrealismo. Los poderes mágicos de la imagen, el libérrimo flujo de las asociaciones verbales, la inserción sorprendente en esa zona intermedia entre la realidad y el sueño, y tanto más, dan cuenta de lo que fue su insoslayable vigencia.

En efecto, tal como lo dices, en la poesía peruana el Surrealismo prendió, casi con exclusividad en César Moro y parcialmente en Westphalen, dando los admirables frutos que todos conocemos y gozamos. En mi caso, como en los de otros poetas de mi generación (Eielson y Blanca Varela, en especial), este movimiento (me resisto a llamarlo escuela) ha obrado junto a la rica tradición poética hispánica evitándonos el enquistamiento en una retórica consabida y exangüe. Según el crítico rumano Stefan Baciu, nos corresponde el rótulo de “parasurrealistas”, lo cual me parece exacto.

Esos principios activos del Surrealismo han perneado mi expresión conjugándose con los de la tierra natal de la tradición y sirviendo de correctivos a lo que podría haber sido una excesiva y anquilosadota gravitación de esta última.

FM | La poesía encarna la realidad, al revelarle su precariedad, su miseria irreductible. Y evidenciar esa miseria es su manera de tornarla fértil, su tentativa obstinada de rescatar la abundancia en pleno magma de la miseria, de la escasez. ¿Crees que ésta es una tarea posible, lo que haría de la poesía una pasión sin salida?

JS | Las tareas de revelación y rescate que reconoces como propias de la poesía (que considero ciertas) no son imposibles. Siglo tras siglo como día tras día, la poesía está actuando no solo en la sensibilidad estética del hombre, sino además paulatina y casi inadvertidamente, obra en su sensibilidad moral, elevándola, haciendo más lúcida su percepción de la condición humana. La poesía es, o puede ser, una pasión que jamás se agota en sí misma. Ella nos ofrece –salvando épocas, distancias, culturas- un espacio de reconocimiento de la unidad radical del ser humano, de su identidad sustancial. La poesía, en este sentido, alcanza esa meta de verdad poética que, de acuerdo con Paul Éluard, debe serle connatural. Congrega y apacigua, une y exalta. Lleva al hombre a más altos y duraderos designios. Lo he dicho y lo repetirá en tono de profesión de fe: la poesía es un agente de descubrimiento y recuperación de lo humano del hombre.

FM | Según Karl Kraus, todas las cualidades de una lengua tienen su raíz en la moral. ¿Concordarías, por extensión, en que la moral es también requisito fundamental de toda renovación del lenguaje poético?

JS | Pienso que todo hombre es una conducta y una moral en acción. Ineludiblemente. Por ello, la afirmación de Karl Kraus concita mi interés y reflexión. Asumo la verdad que revela y concuerdo, por extensión, en que toda renovación de la lengua poética supone necesariamente un previo cambio de lo que (algo pedantemente, me excuso) llamaré las estructuras morales subyacentes a toda conducta, entre estas, las de la expresión y de la comunicación. Un solo ejemplo al respecto. El enfrentamiento ante los hechos de la vida sexual y del erotismo, en nuestra ética social contemporánea, va traspasando los límites, siempre estrechos, de su silenciamiento o de su enmascaramiento.

A su vez, la ética en que se apoya el lenguaje poético puede ser enriquecida y estimulada a dar un paso más allá con las revelaciones que, entre otros rostros, la poesía puede brindar a la sociedad en la que se produce y alienta.

FM | A lo largo de los tiempos, los poetas siempre fueron investidos de alguna misión –entre los pueblos precolombinos se hablaba del poeta como de “aquel que hace que las cosas se pongan de pie”; Mallarmé lo hacía responsable por la “purificación de las palabras de la tribu” etc.–, lo que en cierta forma liga la creación poética con la idea de restauración. En este sentido, ¿concuerdas con que la poesía sea, al decir de Eugenio Montejo, “la última religión que nos queda”?

JS | Así es, en efecto. Y las misiones que citas poseen esa clara felicidad de lo dicho con las palabras justas. “Hacer que las cosas se pongan de pie.” ¡Qué admirable formulación! Las cosas se ponen de pie, despiertan, se echan a andar, la vida obra en ellas y ellas obran en nuestra vida.

De no ser la poesía, como postula Eugenio Montejo, “la última religión que nos queda’, sería en todo caso el último y supremo rito con que el poeta intenta consagrar o exorcizar los avatares de la vida humana.

FM | Es conocido y respetado tu magnífico empeño en traducir/editar poetas franceses, italianos, suecos, japoneses y brasileños en el Perú. Y también sabido que parte de tu propia poesía se encuentra traducida al francés, italiano, sueco, japonés, griego, ruso, inglés, húngaro y alemán –lo que confirma un admirable flujo de reconocimiento por tu trabajo ejemplar. Con todo, en el Brasil, e incluso teniendo en cuenta las antologías de la poesía de Mário y Oswald de Andrade, Cruz e Souza, Cassiano Ricardo, Sousândrade, entre otros, que entre 1977 y 1985 organizaste para el Centro de Estudios Brasileños, tu propia poesía sigue enteramente inédita. No se trata, sin embargo, de un caso personal. Casi la totalidad de la poesía hispanoamericana –y aquí vale destacar la indiscutible importancia de autores como Pablo Antonio Cuadra, José Lezama Lima, Oliverio Girondo, Vicente Huidobro, Alvaro Mutis, Jaime Sáenz, Enrique Molina, Juan Liscano, Enrique Lihn, José Emilio Pacheco, Carlos Germán Belli, entre innumerable otros- permanece inédita en el Brasil, lo cual constituye uno de los más graves crímenes perpetrados contra la cultura en todos los tiempos. ¿Qué piensan, en general, los escritores peruanos, y, en particular Javier Sologuren, respecto a esa “impenetrabilidad” de la poesía hispanoamericana en el Brasil?

JS | Hasta hace unas décadas, el Brasil era una isla rodeada de mar y selva, cuyas manifestaciones literarias y culturales eran generalmente desconocidas por los hispanoamericanos. Curioso fenómeno, pues su lengua escrita no constituye para estos una muralla insalvable. Mal que bien, podemos entendernos.

La política brasileña de apoyo, promoción y difusión de sus valores culturales –a través de sus representaciones diplomáticas, de convenios editoriales u otros medios- ha logrado que aquellos nos sean familiares. En particular, acá donde muchos poetas peruanos han traducido a un bueno número de poetas brasileños de todos los tiempos, tal como lo haces notar.

Nada semejante ha sucedido, como en justa reciprocidad lo merecen, con los poetas hispanoamericanos, aun teniendo en cuenta los de mayor relevancia (salvo contadas excepciones) como bien lo señalas. No existen pues las condiciones para el mutuo enriquecimiento y la ampliación de las experiencias y perspectivas poéticas que sería lícito esperar.

Esta situación deficitaria es realmente extraña. Esa “impenetrabilidad” puede deberse, de una parte, a la endémica falta de apoyo estatal para difundir nuestra poesía y hacer otro tanto en respuesta a lo que ha hecho tu país. Se puede pensar también en una progresiva pérdida de interés de los poetas brasileños ante la dificultad de disponer de los libros necesarios, ya que los nuestros no salen prácticamente del país.

Por suerte, tu empresa generosa de descubrimiento y difusión de la poesía hispanoamericana –a través de la traducción, el comentario, la entrevista, la edición- viene oportunamente a colmar ese gran vacío.

FM | ¿En qué circunstancias surgen en Lima las Ediciones de La Rama Florida? ¿Y cuál es la situación actual del mercado editorial peruano en lo que concierne a la poesía?

JS | La Rama Florida fue una pequeña empresa gráfica de carácter artesanal y doméstico. Una prensa elemental, de las llamadas minervas, ordinariamente empleadas en la impresión de tarjetas; unas cuantas cajas de caracteres movibles; una que otra herramienta, papel y tinta. De esa rama brotaron, año tras año (más o menos doce) libritos de poemas tanto peruanos como extranjeros, en una incesante continuidad, en ediciones trabajadas manualmente y de muy corta tirada. Guardo muy buenos recuerdos de esta obra que emprendí, sin contar con bienes de fortuna, con entusiasmo y cariño.

Todos sabemos –al menos acá en el Perú– que la publicación de textos poéticos no es negocio para los editores. Mi taller y mis ediciones, al no ser lucrativas, remediaron esta situación.

La ayuda económica decidida y abierta del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología ha hecho factible, en estos últimos años, la publicación de innumerables libros de poesía, al lado de otros dedicados a las disciplinas científicas, técnicas, científicos-sociales etcétera. Es un caso sin duda único. Quien no publica sus inéditos o sus poemas reunidos, es porque no desea hacerlo.

FM | La edición, este año, de tu obra completa, ¿significa el cierre de una etapa, de un ciclo?

JS | La edición, en el año que acaba de pasar, de mi obra poética, que va de 1939 a 1989, significa más bien una mostración de una etapa, larga sin duda, en un decurso que siento continuo y deseo permanente. Obedece, pues, a esa incitación propia de los aniversarios, más aún cuando son prolongados y se dan en cifras redondas. Pero la vida es un continuum que rechaza por su propia naturaleza toda división, toda artificiosa separación estanca. Y yo me valgo de esta condición para darle título a mi obra…

 

 

 

 

Poemas de Javier Sologuren

 

 

 

DÉDALO DORMIDO

 

Most musical of mourners, weep anew!
Not all to that bright station dared to climb
SHELLEY

 

Tejido con las llamas de un desastre irresistible,

atrozmente vuelto hacia la destrucción y la música,

gritando bajo el límite de los golpes oceánicos,

el hueco veloz de los cielos llenándose de sombra.

Ramos de nieve en la espalda, pie de luz en la cabeza,

crecimiento súbito de las cosas que apenas se adivinan,

saciado pecho con la bulla que cabalga en lo invisible.

Perecer con el permiso de una bondad que no se extingue.

Ya no ser sino el minuto vibrante, el traspaso del cielo,

canto de vida rápida, intensa mano de lo nuestro, desnuda.

Hallarse vivo, despierto en el espacio sensible de una oreja,

recibiendo los pesados materiales que la música arroja

desde una altura donde todo gime de una extraña pureza.

Miembros de luz sorda, choques de completísimas estatuas,

lámparas que estallan, escombros primitivos como la muerte.

Vaso de vino pronto a gemir en una tormenta humana,

con una sofocante alegría que olvida el arreglo de las cosas,

ebrio a distancias diferentes del sonido sin clemencia,

errando reflexivo entre el baile de las puertas abatidas,

aislando una racha salobre en la inminencia de la muerte,

pisando las hierbas del mar, las novedades del corazón,

pulsando una escala infinita, un centro sonoro inacabable.

 

Modificado por una azarosa, por una incontrolable compañía.

 

Pisadas en nuestro corazón, puertas en nuestros oídos,

temblor de los cielos de espaldas, árboles crecidos de improviso,

paisajes bañados por una murmurante dulzura, por una sustancia

que se extiende como un vuelo irisado e instantáneo.

Prados gloriosos, estío, perfil trazado por un dedo de fuego,

blanco papel quemado para siempre detrás de los ojos,

valles que asientan su línea bajo el zureo de las palomas,

fuentes de oro que agitan azules unos brazos helados.

Quietud del mar, neutros estallidos de un imperio cruento,

mudas destrucciones, espuma, golpes del espacio abierto.

 

Sueños que toman cuerpo, coherentes, en una silenciosa tentativa;

mecanismos ordenados en medio de una numerosa vehemencia,

lujo intranquilo del cielo que sella una hora inmune.

Cuerpo que asciende como la estatua de un ardoroso enjambre

buscando muy arriba la inhumana certeza en que se estalla

para quedar inmensamente vacío y delirante como el viento.

 

Una idea, Dédalo, una idea que iba a acarrear nuestro futuro,

(un sueño como un agua amarga que mana desde la boca del sol)

los planos hechos a perfección, la elocuencia del número,

el ingenioso resorte para suplantar los ojos de la vida,

todo era una inocente flecha en tránsito de lucidez y muerte.

Ciudades perdidas por un golpe de viento, ganadas por un sueño.

Palabras incendiadas por la fricción de un remoto destino,

murallas de un fuego levantado al que no nos resistimos,

canto arrancado a la tumultuosa soledad de un pecho humano.

 

 

 

 

BAJO LOS OJOS DEL AMOR

 

Aún eres tú en medio de una incesante cascada

de esmeraldas y de sombras, como una larga

palabra de amor, como una pérdida total.

 

Aún eres tú quien me tiene a sus pies

como una blanca cadena de relámpagos,

como una estatua en el mar, como una rosa

deshecha en cortos sueños de nieve y sombras,

como un ardiente abrazo de perfumes en el centro del mundo.

 

Aún eres tú como una rueda de dulces tinieblas

agitándome el corazón con su música profunda,

como una mirada que enciende callados remolinos

bajo las plumas del cielo, como la yerba de oro

de una trémula estrella, como la lluvia en el mar,

como relámpagos furtivos y vientos inmensos en el mar.

 

En el vacío de un alma donde la nieve descarga

en una ventana hecha con los resonantes emblemas del otoño,

como una aurora en la noche, como un alto puñado de flechas

del más alto silencio aún eres tú, aún es tu reino.

 

Como un hermoso cuerpo que baña la memoria,

como un hermoso cuerpo sembrado de soledad y mariposas,

como una levantada columna con el tiempo a solas,

como un torso cálido y sonoro, como unos ojos

donde galopa a ciegas mi destino y el canto es fuego,

fuego la constelación que desata en nuestros labios

la gota más pura del fuego del amor y de la noche,

la quemante palabra en que fluye el amor, aún.

 

 

 

 

 

RELOJ DE SOMBRA

 

(Entre la tarde nostálgica y la noche)

 

Con una larga garra de tristeza busco

la pálida altura de una planta femenina;

tal como un viento quejumbroso busco

la intempestiva desnudez, sombra y efigie,

grito distante del pájaro que emigra,

pena con que hiere una imagen a su espejo.

 

Errante luz blanca bajo el vacío del cielo,

pequeño reloj que sólo fuera una lágrima,

hora en que todo ser es una pálida violeta,

estatua de pronto, arrastrada por la música

en un ramo de tinieblas y nevadas agujas.

Hora en que busco algo que no es tuyo ni mío

con una mirada puesta en lo que huye

y otra en lo que ausentemente permanece.

 

(Nada sino un hombro, una paloma frágil,

una espumosa lejanía, una seda que ahogo,

este tibio alimento pegado a nuestros labios,

este silencio que sale de las casas

con unos dedos entreabiertos).

 

Esta hora que alcanza tiernamente a su propia distancia,

en la que un par de zapatos bien pueden ser

la historia del hombre sobre la tierra

y esta o aquella mujerzuela una mujer únicamente.

Esta garra que golpea sin aparente motivo

pone una rosa en el interior de los relojes

y hace que el sueño hable desde la fatiga del tiempo;

abre una huella profunda, una ciega baraja,

abre un pecho donde la eternidad transita a solas

en una desgarrada dulzura de sonidos y estrellas.

 

 

 

 

EL CIEGO MAR

 

no veo

me transplanto

la boca de una flor

es un volcán hembra

horario y minutero

desfilan tierra adentro

pero yo me hallo en el mar

 

no veo

bebo

un cielo de revés

un torbellino blanco

estalla entre mis huesos

 

no veo

sino brazos transparentes

el color apenas mima su crepúsculo

 

no veo

sino el mar

yo soy el mar

 

 

 

 

FUEGO ABSORTO

 

Noche que fuiste día, pecho por donde entrara

como una mano de cristal, como un navío blanco

el sol que canta de claridad y canta a oscuras.

En ti está el día, noche, por tu cuerpo ha bajado

en una ardorosa marea de labios dispersos,

en un peso espacioso que a tus pies descansa.

El día eres, noche, resplandeciendo a tus plantas

sin el uso del trajín y los afanes, cerrado como un cofre

donde el sueño y los astros, hogueras intangibles,

tocan entre la sombra, entre sus hojas respiran

algo del aire y del rostro del día ya lejano.

 

 

 

 

BAJO LOS OJOS DEL AMOR

 

Aún eres tú en medio de una incesante cascada

de esmeraldas y de sombras, como una larga

palabra de amor, como una pérdida total.

 

Aún eres tú quien me tiene a sus pies

como una blanca cadena de relámpagos,

como una estatua en el mar, como una rosa

deshecha en cortos sueños de nieve y sombras,

como un ardiente abrazo de perfumes en el centro del mundo.

 

Aún eres tú como una rueda de dulces tinieblas

agitándome el corazón con su música profunda,

como una mirada que enciende callados remolinos

bajo las plumas del cielo, como la yerba de oro

de una trémula estrella, como la lluvia en el mar,

como relámpagos furtivos y vientos inmensos en el mar.

 

En el vacío de un alma donde la nieve descarga

en una ventana hecha con los resonantes emblemas del otoño,

como una aurora en la noche, como un alto puñado de flechas

del más alto silencio aún eres tú, aún es tu reino.

 

Como un hermoso cuerpo que baña la memoria,

como un hermoso cuerpo sembrado de soledad y mariposas,

como una levantada columna con el tiempo a solas,

como un torso cálido y sonoro, como unos ojos

donde galopa a ciegas mi destino y el canto es fuego,

fuego la constelación que desata en nuestros labios

la gota más pura del fuego del amor y de la noche,

la quemante palabra en que fluye el amor, aún.

 

Javier Sologuren (Perú, 1921-2004). Poeta inmenso, además de ensayista, traductor y editor. Se doctoró en literatura hispánica en la Universidad Nacional ... LEER MÁS DEL AUTOR