Yusef Komunyakaa

Alabanza de los sitios oscuros

 

 

(Traducción al español de Juan José Vélez Otero y Renato Rosaldo)

 

 

 

 

EL GALEÓN DE LA NIEBLA

Nubes con cabezas de caballo,
banderas y pendones uncidos a negras
chimeneas entre una bruma de ciénagas.
Desde la fronda tranquila que veo rápida pasar
algún pájaro nocturno dice
¡barco a la vista, barco a la vista!
Poso la cara contra la ventana
del taxi. Estoy de nuevo aquí
frente a esta luz mortecina;
toda la ciudad huele
a la ira más antigua del mundo.
Montones de residuos se agolpan
bajo el azufre y el dióxido aguardando
el amanecer como un buque fantasma
que esperase cargado a las afueras de la Galia.
El frío cristal, al rozarme la mejilla,
me hace olvidar el negro velero
de un mar eterno. Todo
se achica bajo las luces
de la fábrica de papel
que parpadean detrás del brumoso
almacén de ruedas, del de productos químicos
que convierten en pulpa a los trabajadores
cuando caen en los depósitos
que hierven en sosiego.

 

 

ALABANZA DE LOS SITIOS OSCUROS

Si una tabla permanecía toda una semana
tirada en un campo o en un jardín trasero,
yo la levantaba con mi dedo
como si fuese con la punta de un palo.
Una vez encontré un escorpión carmesí
como una cigala en hibernación,
como si tuviera debajo un arcoiris;
había, hundidos en el fango, ciempiés
e insectos maravillosos
que se movían. Mi primera lección:
la belleza puede envenenar. Quería
tocar las pinzas escarlata;
guerreros que nunca atacaban
a sus semejantes, amontonados
en una ciudad apartada del castigo
de la luz del sol. Todo el determinismo
pudriéndose a solo una pulgada
bajo del suelo. Hacia la opacidad
de las dicotomías, como aquellos miedos
raciales de la noche, me siento de nuevo atraído
por los orígenes. Las raíces de la hiedra
y del arándano son capaces de sujetar un tablón
a la tierra. En esa celda sucia,
en esa caligrafía de excrementos,
la luz es ley divina
que también sirve de arma.

 

 

PÁJAROS EN EL TENDIDO ELÉCTRICO

Mama Mary los cuenta
otra vez. Once negros. Sólo uno
rojo como una gota de sangre

contra el cielo. Está convencida
de que llevan dos semanas ahí.
Le llevo otra taza de café

y una Fig Newton. Me siento a leer
a Frances Harper en la misma mesa esmaltada
donde comía bizcochos de pequeño,

la cabeza liberada de las voces que traía.
Vuelve el olor a hierba de la llanura
y se lleva el sabor a nitrato.

Los ojos invernales de los pájaros
brillan como el ágata bajo la luz del verano,
como si amaran el corazón

de las cosas salvajes. Me paro
a oír con una palabra en los labios.
Están en el cable eléctrico. Un mensaje

resplandeciente escrito con humo
detrás de un dirigible Goodyear. La oigo decir
Jesús, te lo prometí. Ahora 

que él está en casa a salvo, yo ya estoy preparada.
Me he puesto los zapatos de viaje. Me he colocado
los dientes. La ropa interior limpia.

 

 

MIRANDO A LOS OJOS
DE UN PERRO RABIOSO

La impresión puede obligarte a gatear
por el maldito y enorme suelo de piedra de Dios
y gastarte las rodillas hasta los huesos
enamorado del redondo y terso culo
de la muerte. Has llegado a sentir admiración
por ese infalible francotirador de las azoteas.
El hombre que baila en círculos
ha hecho caer al suelo un perro a puñetazos.
Todos los rostros famosos han apartado la vista
de la mujer que cuelga del pelo,
desnuda en el ventanal,
como un espantapájaros que se arrastrara por un
campo amarillo.
El joven con un clavo en el pie
es tu hijo, que piensa
que es Cristo contándole al padre
lo que necesita oír,
utilizando una espina como palillo de dientes.

 

 

1938

Las gaviotas color granito desplegaron
sus alas y se abrió la puerta
de una pared. Pasaron fantasmas agachados,
desaparecieron, tanta espina dorsal
encorvada y retorcida en la oscuridad de arañas,
sacada a hachazos de una tumba de cal
donde grita el agua al derrumbarte.
Las noche se convertían en máquinas rojas.
Estabas acorralado en París, en el granero
donde los sesos crudos bufaban
como un caballo azul y una bolsa de dinero
gruñía de hambre. Donde las sombras
de los árboles te hacían bajar el rostro para que besaras
las piedras. Los días asesinaban el reloj negro
de tu voz, cada día, cada perversión
que podría abrazar una mujer hermosa
acuchillaba tu sombra, Vallejo.
La muerte gastaba los tacones de tus botas.

 

 

 

-Yusef Komunyakaa
Neón vernacular
Traducción al español de Juan José Vélez Otero y Renato Rosaldo
Valparaíso ediciones
Granada, España, 2016

http://valparaisoediciones.es/tienda/poesia/243-89-neon-vernacular.html

 

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Yusef Komunyakaa (Bogalusa, Lusiana, 1947). Hijo de un carpintero analfabeto e inscrito con el nombre de James William Brown, reclamó más tarde el apellido ... LEER MÁS DEL AUTOR