Francisco Madariaga

Ese criollo del universo

 

Grandes voces de la Argentina
Por Luis Benítez

 

Por identidad, por simbiosis, Madariaga da a luz una poesía que bien podría llamarse ‘folklórica’ de no prescindir de lo inmediatamente descriptivo y anecdótico, de no crear, en cambio, la réplica analógica capaz de encerrar la presencia y la esencia, a la vez, de una comarca muy suya transfigurada por la acción de la naturaleza y el espíritu en indestructible relación ritual, casi mítica. Insistiendo, sin servilismos imitativos, sin banalismos pintorescos, sin convenciones simbólicas, Madariaga opera el prodigio de ofrecer una de las versiones mas apasionadas y trascendentes de su propio país, y por ende de América, asistido por ese misterioso poder capaz de fundir en una sola las almas de la geografía y su habitante.

(Carlos Latorre, texto de contracubierta de Poemas, antología personal de F.M., Caracas, 1983)

 

Ese criollo del universo

De Francisco Madariaga, que durante tantos años me honró con su amistad, una de las tantas cosas que pueden decirse es que cumplió invariablemente con la máxima de don Miguel de Cervantes Saavedra: “El poeta ha de ser invariablemente generoso”. Y él lo fue, con todos y cada uno de nosotros, los noveles que nos acercamos a su figura imponente y franca, allá por los comienzos de los años ’80, con el primer poemario editado ya en las manos y otros todavía con el esperanzado manuscrito.

Pródigo en consejos sólo cuando se los requerían; dotado de una modestia permanente y destacadamente genuina, sin que ella, como en otros casos tan repetidos en autores de su estatura y aun menores, fuese un artilugio premeditado para relevar todavía más los méritos notorios; gravemente atento a cada palabra de su interlocutor y capaz de comprender sutilmente incluso aquello de lo que no era consciente quien le hablaba, era propietario de una muy sólida cultura sin ufanarse de ella, sin adornarse con citas ni conceptos por el fulgor en sí. Rara ave y magnífica, en un firmamento ya caracterizado desde entonces por el sobrevuelo vanidoso y el despliegue de plumas propias y prestadas, supo labrar en su dilatada carrera autoral una de las obras poéticas más originales que ha dado América latina, más preocupado siempre por la fidelidad a la lengua de la poesía que por el brillo circunstancial de la propia. Como otro grande de las letras argentinas, Juan Laurentino Ortiz (1896-1978), Francisco Madariaga poseía la rara virtud de hacer desaparecer al autor de los versos, a esa individualidad que él era, para dejarle el lugar, la voz, la presencia entera, a los paisajes, las gentes, las circunstancias, los sitios y las rememoraciones donde el fluir misterioso del canto, ese canto antiguo y contemporáneo a la vez, se encarnaba en los versos.

Nació Madariaga, contra lo que suele suponerse, no en la provincia de Corrientes, sino en Buenos Aires, el viernes 9 de septiembre de 1927, hijo del veterinario correntino Francisco Aurelio Madariaga y la docente porteña Margarita Pallette. Contaba apenas dos semanas de edad cuando la familia se trasladó al Paraje Estancia Caimán, del Departamento de Concepción en la Provincia de Corrientes. Allí permanecería “Coco”, como lo llamábamos sus conocidos, hasta sus 15 años. Una etapa de su vida que lo marcaría para siempre y que siempre se reflejaría indeleble en su obra poética: la selva correntina, los esteros y bañados, los palmerales y los mitos y las creencias de los paisanos que frecuentó e inmortalizó en sus versos, le imprimieron a su poesía una vena única, un sincretismo entre la magia del paisaje natal y la proyección y mixtura de esos elementos con las vanguardias poéticas más relevantes del siglo XX. A pesar de abandonar Corrientes en su adolescencia, jamás olvidó su encanto y ya de adulto no dejó una y otra vez, en cada oportunidad propicia para hacerlo, de volver a su provincia de adopción, retomando el contacto con lo que fue la fuente primera de una larga inspiración.

Buenos Aires, el nuevo destino de Francisco Madariaga a fin de continuar con sus estudios, tenía una dinámica vida cultural; aunque en poesía signado por una suerte de renacimiento del romanticismo y el empleo de formas tradicionales, el género en su faceta porteña ya albergaba los elementos y los gérmenes de obras que posteriormente lo catapultarían a procedimientos propios de las vanguardias, a partir de la generación siguiente.

Es así que a principios de los ’50 nuestro autor comienza a vincularse con poetas, artistas plásticos, músicos y realizadores cinematográficos que terminarían por fundar la revista Letra y Línea, cuyas cuatro únicas ediciones, financiadas por el poeta Oliverio Girondo (1891-1967) y dirigidas por quien obraba como su “secretario oficial”, Aldo Pellegrini (1903-1973), difundirían el credo surrealista provocando, como es de rigor, tanto apologías como rechazos.

Para el joven Madariaga la experiencia fue más que positiva y ello gracias a su talento personal: en su desarrollo autoral digeriría muy bien la perspectiva surrealista, pero en vez de generar bajo su pluma remedos caracterizados por cierto perfume psiquiátrico –como les sucedió aquí y en otras latitudes a los menos dotados- logró adueñarse de la libertad metafórica y de imágenes propugnadas por los seguidores de André Breton a partir de 1924 y, sumándola a sus propios recursos, signados por un restallante lirismo y la rica evocación del mítico mundo de la infancia, comenzar a transitar a paso firme el sendero conducente al logro de una voz personalísima, que ha tornado a sus trabajos fácilmente reconocibles. Como Aimé Cesaire (1913-2008) o el artista plástico Wifredo Lam (1902-1982), comprende tempranamente las diferencias entre ser un ortodoxo surrealista “a la europea” y serlo desde la enriquecedora brújula latinoamericana.

Para entonces ya era asistente habitual a las veladas generosamente organizadas por Girondo en su mansión de la calle Suipacha, donde con su esposa, Norah Lange (1905-1972), el dueño de casa lo recibía junto con autores y artistas como Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Edgar Bayley (1919-1990), Olga Orozco (1920-1999), Juan Antonio Vasco (1924-1984), Ramón Gómez de La Serna (1888-1963), Xul Solar (Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari, 1887-1963), Enrique Molina (1910-1997), Marcel Marceau (1923-2007), María Meleck Vivanco (1921-2010), Carlos Latorre (1916-1980), Juan Filloy (1894-2000), Rómulo Macchió (1931-2016) y Alfredo Martínez Howard (1932-1999), entre otros.

Es así que en 1954, bajo el sello editorial de Letra y Línea, obtiene su edición primera: El pequeño patíbulo (Buenos Aires, 1954), volumen de corta extensión pero ya de singular hondura, a partir del cual desarrolla una obra que, para quienes fuimos sus contemporáneos, no recibió en su justa medida el reconocimiento que se merecía en su propio país, mientras era celebrada y sí justipreciada cabalmente fuera de la Argentina. No, al menos, un reconocimiento acorde a los logros evidenciados por la poética del autor. Ello, a pesar de las distinciones que jalonaron a escala nacional la trayectoria recorrida desde El pequeño patíbulo. Recién en 1991, contando el poeta 64 años, recibió el Premio Municipal de Poesía, y en 2005, habiendo fallecido cinco años antes, el Premio Nacional, galardón otorgado a la producción poética del período 1996-1999, honor póstumo que solo se explica por la repetida y burocrática demora oficial a la hora de cumplir con la Ley 16.516, que regula el máximo premio a las letras argentinas.

 

La poesía de Francisco Madariaga

Sutil y salvaje, incisiva y tierna, absoluta y detallista en su conformación de un universo propio, tal como William Faulkner (1897-1962) erigió el suyo con su Deep South, la poética de nuestro autor, su cosmos privado, mereció descripciones que sí le hicieron justicia y relevaron uno a uno los fulgores que supo encender verso tras verso.

Bien destaca el notable poeta argentino Daniel Chirom (1955-2008) algunas de estas características: “Madariaga es un criollo del universo. A través de su sino, nos descubre Corrientes y, por ella, conocemos el cosmos. Sus poemas son un continuo entre el sujeto que canta y el universo. Todo está relacionado, todo pasa por procesos corporales (‘me sangra la poesía por la boca’ 63). Logra aquello que Gaston Bachelard afirma: ‘cuando un poeta vive su sueño y sus creaciones poéticas, realiza esta unidad natural’ (Bachelard 1978). En Madariaga se observa un procedimiento alquímico por el cual cada verso surge desde la relación simbiótica con el objeto que al ser nombrado se transforma en un símbolo. Podríamos hablar de trasmutación. “Mi pecho es el tigre de la tierra”.64 La poesía dice más de lo que enuncia: Madariaga nombra. Al nombrar en cada uno de sus poemas un objeto o un ser, sentimos que les está dando un carácter sagrado. Asistimos a una hierofanía (‘Soy el Diablo natal, soy el aguador natal, …El dador de los primeros regalos de la tierra’ 65). Para él, igual que para los griegos, el cosmos estaba sacralizado. Admira a Hesíodo” (1).

También Juan Antonio Vasco, compañero en la poesía y en las andanzas por la Tierra de Francisco Madariaga, se ha expresado a su turno: “La inteligencia de Madariaga no lo convierte en su objeto, la cultura de Madariaga no reemplaza a su hombre, la escritura de Madariaga no le arrebata la provincia, la palabra de Madariaga sólo es corrosiva para cuanto merece destrucción. Salido de los elementos, serpiente subtropical, palmera, hombre de antes y de ahora, ha brotado de Corrientes como un ojo de agua, le pertenece tanto que la vuelve centro de su propia universalidad auténtica”.(2). Y agrega Vasco párrafos después: “Si los vegetales se pliegan al tropismo, los animales al instinto, los hombres a la motivación, Madariaga muestra los tres modos de ser ensamblados en su persona, conglomerados con el paraje nativo. Cuando su poesía hace recordar el momento azaroso del lenguaje que ha sistematizado la escuela de Breton, no es por ánimo preconcebido, sino porque la palabra surge de él como rugido de jaguar, rumor de lluvia, vuelo de pájaro”.

En 2016 EDUNER, el sello de la Universidad Nacional de Entre Ríos, publicó en  dos tomos la obra reunida de Francisco Madariaga, bajo el título de “Contradegüellos”, con la coordinación general de Roxana Páez (1962), destacada investigadora y prologista del trabajo.

Quien desee conocer todavía más, puede acceder el reportaje que le realicé en 1992 para la revista de Buenos Aires Generación Abierta (ver: http://www.generacionabierta.com.ar/?p=1899) y, por esa magia de la cinematografía, hasta ver al poeta protagonizando un pequeño papel en un largometraje argentino, titulado Argentino hasta la muerte, donde -caracterizado y hablando en guaraní, lengua que dominaba a la perfección- encarna a un herido correntino en la Guerra del Paraguay (ver: https://www.youtube.com/watch?v=ERbn-boxqGg) a las 37,34 minutos de su proyección (3).

“Coco” Madariaga falleció en Buenos Aires el domingo 24 de septiembre de 2000, pocos días después de cumplir sus 73 años.

 

Tres poemas de Francisco Madariaga

 

 

Tembladerales de oro

In memoriam Alfredo Martínez Howard

 

El dolor ha abierto sus puertas al agua de oro del oro que

arde contra el oro el oro de los ocultos tembladerales

que largan el aire de oro hacia los rojos destinos

pulmonares con el acuerdo de los fantasmas de oro

coronados por los juncos de oro bebiendo los

caballos de oro los troperos de oro envueltos en los

ponchos de oro -a veces negro a veces colorado

celeste verde- y el caballero que repasa las lagunas de

los oros naturalmente populares el que se embarca

en las balsas de oro con todos los excesos de

pasajeros de oro que manejan los caballos de oro con

los rebenques de oro bebiendo en la limetilla de oro

del barro de oro de los sueños de los frescos del

oro entre la majestad de las palmeras de oro y de los

ajusticiados y degollados en las isletas de oro bajo de

yacarés de oro del oro del Amor.

(del volumen homónimo, 1973)

 

 

 

Criollo del universo

 

El blanco océano gira en mi corazón

mientras canta el otro océano de

plata amarilla,

que se desprende de las aguas del sol.

 

Ya es muy tarde para ser sólo de una provincia,

y muy temprano para pertenecer,

todo,

al planeta del venidero y sangrante

resplandor.

 

Oh, acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta,

gaucho con trenzas de sangre,

mi padre,

y ensíllame el mejor caballo ruano del

universo:

para atravesar el agua de oro de la muerte,

y escucharme,

todo,

siempre en ti.

 

El blanco océano solloza por la inmortalidad.

(de Resplandor de mis bárbaras, 1985)

 

 

 

 

Sueño con Edgar Bayley junto al mar

 

No está esta “riqueza abandonada” a pesar

de la rompiente de este mar que hoy quiere detenernos.

Yo igualmente atropello a esta barcaza de las negaciones.

Para nosotros es siempre el mismo tiempo

de comunicaciones con imágenes de agua,

y es el mismo labriego el que ara sobre los

pinos caídos y carcomidos junto a ese mar:

tú y yo lo saludábamos ebrios con el ron

de los piratas cuyas ánimas frecuentaban los bares de La Paloma,

y tú siempre aparecías como recién desembarcado

de aquella barcaza que sólo llegaba hasta una rada,

en esa orilla que tenía sargazos de felicidad

y el infortunio propio de las corrientes

del azar con que dios se maneja entre los

caracoles y aserrines amarillos de las

olas que se alejan para retornar con

párpados de perdiz almendrada desde el fondo marino.

Esas olas que acariciaban la legitimidad de

los muelles sin pescadores,

los muelles que se desvelaban cuando cantaban

los náufragos del desamparo,

celebrando tu presencia y la mía.

 

Encantamiento de Edgar, tienes el color de

aquella isla del pirata de la resurrección,

isla donde habitaba una tigra calzada de palomas amarillas,

que se atrevió a adorarte con sollozos de sol,

y con las sombras de sus pestañas

bordadas con la sangre de una pleamar de estrellas.

 

Porvenir de la amistad, del amor y del sueño,

vienes por las huellas del invierno marino,

y aquí estoy yo por estas costas,

con el recuerdo de una mujer de labios rojos negros,

y un pacto de sangre muy lejano.

 

Y estoy cantándote a contratumba.

(de País garza real, 1997)

 

 

 

NOTAS

(1)Chirom, Daniel. Francisco Madariaga: el surrealismo en estado natural. En: Orbis Tertius, 2008 13(14). ISSN 1851-7811. http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/ Las notas relativas a las llamadas incluidas en el fragmento son las siguientes y corresponden a los títulos de los poemas de Madariaga de donde fueron tomados los versos citados: 63 “Carta de enero”; 64 “Luna femenina”, 65 “Arte Natal”.

(2)Vasco, Juan Antonio. Prólogo a Poemas, Caracas, 1983.

(3)Dirigida por Fernando Ayala y protagonizada por Roberto Rimoldi Fraga, Thelma Biral, Lautaro Murúa, Héctor Alterio y Gabriela Gili. Fue estrenada en Buenos Aires el 6 de mayo de 1971.

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