Dien Cai Dau
(Traducción al español de Juan José Vélez Otero)
DESPUÉS DE LA CAÍDA
Esta tarde una tormenta ha azotado
la Perla del Oriente
y ha dejado sin ropa a casi todo el mundo.
Bandoleras, minifaldas, zapatillas de tenis,
chaquetas de faena, botas de combate.
Ha dañado los colores de la ciudad y se ven hombres
vestidos de soldado cojeando por las calles.
El trapero está incluso contento
de haber dejado su sombrero australiano
con pluma roja flotando a la deriva.
Algo más profundo que la tristeza
llena de basura las callejuelas como si se hubiesen
roto y desparramado los interiores de las almohadas.
La vieja mama-san que había
recogido restos de papel amarillo,
colillas y palos de cerillas
durante los años perdidos en el campo
se esconde bajo su caja de cartón.
Los cowboys dejan aparcadas sus Harleys nuevas
en Lam Son Square
y desaparecen con sus dientes de oro.
Dzung se marcha del Hotel Continental
vestida con papel de periódico.
Esperando lo que se avecina
camina entre un desconcierto
de colores rotos diseminados por el suelo,
mezcla las letras de Trinh
“Mad Girl´s Love Song ”
y “Stars Fell on Alabama”,
intentando tragarse la lengua.
JUGUETES EN UN CAMPO
Han hecho unas barras de gimnasia
con monturas de fusil.
Los niños vietnamitas
juegan a colgarse de ellas.
Retándose unos a otros
se cuelgan de las puertas
de los helicópteros de millones de dólares
abandonados en el cementerio
de elefantes blancos. Con los brazos
extendidos como las águilas, imitan
a los buitres aterrizando en los campos.
Juegan en silencio
-como una lluvia distante,
como las noticias de la seis
con el volumen bajo-
menos el niño
de ojos americanos
que continúa entonando
rat-a-tat-tat, tat…, abrazado
a una metralleta rota.
CAÍDOS EN ACTO DE SERVICIO
Los hombres empiezan a excavar el terreno,
van colocando los restos contra los árboles
de las afueras de Hanoi, pero no encuentran
huesos ni para llenar una pipa de hachís.
Después de que graben nuevos nombres
en la pulimentada piedra negra
nosotros lanzamos polvo hacia el viento
y volvemos las caras hacia las paredes vacías.
Los nombres que pronunciamos con ira en los sueños
cuelgan de los sauces como la niebla del río.
Somos capaces de juntar voces en una cinta,
pero no podemos hacer que un hombre
regrese para caminar de nuevo sobre la tierra.
Ni una sola voz resucita
en el círculo de dientes rotos
que se ha formado en el suelo. La luz del sol
busca una respuesta.
Pero nada puede evitar que el C-130
caiga en picado sobre Hanoi
haciendo espirales como una bengala en el cielo verde.
Después de plegar la bandera
los vivos se abrazan
unos a otros.
Han dejado huecos
que los árboles no pueden ocupar.
Propulsar oxigeno hacia adentro de los túneles
no hará que las muertos regresen
desde el otro lado del mar.
Los campesinos de los alrededores de Paklse City
insisten en que las flores silvestres
han cambiado de color.
Son lo que el viento y la lluvia
han traído de nuevo,
lo que el amor no pudo recuperar.
Ahora menos que una sombra
colgada de un palo de tortura,
ese al menos murió mirando al cielo.
AFRONTÁNDOLO
Mi cara negra se desvanece,
se oculta dentro del granito negro.
Dije que no ocurriría,
maldita sea. Ni una lágrima.
Soy piedra. Soy carne.
Mi reflejo turbio me mira
como un pájaro de presa, el contorno de la noche
cayendo contra la mañana. Me doy la vuelta,
la piedra deja que me vaya.
Me vuelvo otra vez, y estoy de nuevo dentro
del Memorial a los Veteranos del Vietnam,
la diferencia depende de la luz.
Repaso los 58.022 nombres
casi esperando encontrar el mío
con letras de humo.
Toco el nombre Andrew Johnson;
veo el blanco resplandor de la bomba trampa.
Los nombres brillan en la blusa de una mujer,
pero cuando se marcha,
los nombres se quedan en el muro.
Las pinceladas resplandecen, las alas
de un pájaro rojo se interponen en mi mirada.
El cielo. Un avión en el cielo.
La imagen de un veterano blanco flota
a mi lado, luego, sus ojos pálidos
se cruzan con los míos. Soy una ventana.
Le falta el brazo derecho,
está dentro de la piedra. Una mujer trata de borrar
los nombres en el espejo negro:
no, está cepillándole el pelo a un niño.
-Yusef Komunyakaa
Dien Cai Dau
Traducción de Juan José Vélez Otero
Valparaíso ediciones
España, 2014
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