Conversación con los recuerdos
Amnios
Fijo la palabra entre las palabras
y un terzo ruiseñor me habla,
juega frente a mí
sobre el horizonte que aún
resuena de mañanas.
En la cocina se enciende el fuego
y se sienta el sol,
es un invitado deseado
que aguza en los sentidos
el disfrute de la vida.
Las frutas, sobre la mesa servida,
tienen el color del despertar
y el café es un saludo familiar
llama hacia un mundo
que se levanta corriendo.
Y yo con los ojos cerrados,
casi durmiendo,
me pierdo en el azul de la ventana
y ahí me quedo.
Vivir fue un sueño,
la vida es un vals de giros y vueltas,
soledad que busca los hombres huyendo
en ojerosas calles que se levantan,
después de un beso
perdido en los años.
Años y años
de noches pegadas en la carne,
de olvidos que recuerdan
muchas cosas.
Conversación con los recuerdos
No sé si preparar el día,
en la flor de labios la diatriba
clavada en un epíteto,
me envuelve en un silencio incompleto,
ésta probablemente no es mi vida,
es un boceto,
un recorte de imágenes recibidas
de una botella recogida
en un mar que no recuerdo.
Fuera de foco
No sé si comunicar llegadas.
No quiero llegar a ninguna parte
y por eso inclino la pluma
entre el oblicuo de la vida y el error de vivir.
De lo que siento puedo decir
un puñado de nada.
Puedo inventar una poesía
con la boca cerrada.
Madre de mis dudas
te hablo a ti,
donde el polvo es cal,
donde las entrañas son animales
sin manada,
donde la llama se queda apagada
si no se enciende con el corazón.
No estoy segura de tener razón,
por eso no hablo y escribo
lo que no tengo el coraje de decir.
Por eso en este error de vivir
no sé lo que estoy buscando.
Sin lágrimas llorando
me contemplo fuera de la imagen,
parece algo imposible
pero con más en las manos
alcanzo menos.
Errores y remordimientos
Y todo termina
donde nunca empezó,
sombra en la sombra
la palabra dicha,
nido de errores,
verbo callado,
habla al punto de rocío
y en el rostro mío
no existe fuerza
para escuchar
la historia que se repite,
sin crear volumen que quepa
en el último beso.
No son los errores
los que tienen el corazón preso,
son los remordimientos
que me hacen ocultar lo que siento.
Para no llorar miento
si hablo conmigo misma.
¡Qué flacas frases!
No me esconden y me abisman
en destinos errados,
en un furor nostálgico.
Este pensamiento casi trágico
a veces se vuelve pesadilla.
Tengo
Tengo grandes tonos azules
cosidos de humos
a la altura de tus ojos,
para que el rumbo de mis cielos
se confunda con el tuyo.
Tengo una estrella en capullo
que nace del aliento
de tu tierra húmeda
para cerrar el silencio hueco de tu mundo.
De posibles y de imposibles profundos
tengo una mirada para darte
que no envejece en mis ojos,
un beso que no envejece
en mi garganta,
un latido que canta
al domingo de fiesta
donde el amor no cansa.
Tengo una sonrisa que avanza,
llega antes de que tú llegues.
Tengo mil posibilidades
para que no te niegues,
tengo mil súplicas para que no te alejes,
al menos por unas horas,
al menos por un minuto evanescente.
Traigo una señal del futuro
para abrazar tu presente,
tengo lunas ausentes
que aúllan como lobos
en las honduras de la noche,
palabras cerradas con un broche
en el pico curvo de un pájaro
que llevan un mensaje
y atraviesan la lejanía,
esperando que llegue el día
que tú quieras escucharlas.
Ayer
Recuerdo el mosquitero blanco
colgado a la pared por los cuatro lados
y mi sueño acostado que se levantaba
con el gallo que canta
anunciando el perfume del café.
Recuerdo la gallina con hambre y sed
que llamaba sus pollitos
mientras el rocío bajito
acariciaba la hierba.
Recuerdo que la aurora acerba
mecía el sol
y recuerdo que el canto del ruiseñor
abrazaba el olvido del paso
de un mundo no bebido
cerca de la boca.
En el recuerdo que hoy me toca
el perfume de verano desabriga
los olmos,
tiene ya septiembre en las hojas
y el silencio despoja
el último canto de ranas
sin la tierra dentro.
El relámpago en la hoja
Mi primera derrota
fue
aquí- en el mudo,
sin ramas.
Se doblaban mis pulmones
sobre una cresta de viento,
un aliento,
rapaces que creía de escuchar
a mis espaldas.
Sin atreverme a mirar,
mis miedos brotaban dentro de fríos,
más reales que una uña de mi mano.
La sombra de mis sentidos
resbalaba por mis mejillas
como un cadáver rodando.
En la joroba de las cicatrices,
esperando,
me hice astillas
y en la inefable orilla,
donde busqué un puerto, tabla a tabla,
encontré un dolor que habla
con los nervios abiertos
de la memoria que trabaja.
Los oídos poblados
de una gota solar que se ofrecía
sombra cegante: fanal, golpe de dagas
para desfondar el pecho,
por no haber hecho
lo que debía.
Con un perversidad que me confundía,
se despertaba la melancolía
del tiempo que se adueña
de la mujer que suda y sueña
lo vivido.
En un hornillo mortal,
el pasado pegado a un hilo,
me pide muerte mientras besa
una canción que pesa
y va volviendo en lo que se va.