Presentamos algunos textos claves de la reconocida poeta chilena.
Winétt de Rokha
ESTAÑO
Entre las piedras, brotadas de musgo,
se estancó la pena,
como agua de lluvias desmemoriadas.
Flor malsana,
mujer eterna, abandonada y obscura
mano de pétalos de aluminio.
Caravana de polvo, siniestra,
multitud de agujas envenenadas,
rebozo gris, gabardina de ocaso.
Mis dedos tranquilos y castos,
desdoblaron del arpa terrosa
sonidos de cuerdas vencidas.
Fue la pócima de niebla,
óleo de rosas negras,
enloquecidas sobre mi frente…
sellada por siete sellos de plata.
OBJETIVO INFINITO
En líneas rectas y amarillas,
la mesa deja caer sus cuatro manos;
sobre la superficie, una escobilla piensa
mirando el cielo con el pelo erizado.
Una silla, doblado el espinazo,
acaricia un cojín de terciopelo.
La pantalla y su sueño de tórtola,
abraza en lenguas de fuego,
la inmovilidad de los objetos.
PUEBLO DE ABEJAS
Fruto maduro, caerá de mi vientre,
palpita, se dora como un maizal en sazón,
nada le inquieta sino ser.
El viento lo agita, como a los cogollos de los álamos
los cantos queridos lo adormecen
cuando caen las hojas, como si cayeran
lágrimas sin llanto;
presiente el paso infantil de las cabras sobre la mañana,
el regreso de los girasoles de la tarde,
la Cruz del Sur, prendida
en el desnudo absoluto de la noche.
Después, se duerme como la hoja del bambú,
inclinado hacia abajo,
alargándose, como un péndulo,
sin brazos,
sin ojos,
sin voz,
materia en sombra, acurrucada
en el vértice rojo de mis entrañas.
BALADA DE LA ARQUITECTURA ÚNICA
La orquesta oceánica de tus cantos,
esparce montañas, ríos, árboles en imágenes.
Vuelcas hacia la tierra tu jarra
desbordante de estrellas crepitadoras.
Flauta de caña tu garganta,
hoja de acero tu cuerpo vibrador,
copihue de sangre tu corazón montañez,
lirio negro tu espíritu antenario.
Roble a la intemperie, te azotan todos los vientos.
Gemidor y contradictorio, eres el eje
de la época y de las cosas oscuras.
Dios y Satanás arrullan tu alma,
engendrada en el vientre de la montaña.
Invernal y amarillo, todo lo alumbras,
con los pinceles geniales de tus dedos.
Cuervo graznador hacia el Poniente,
tu voz lúgubre parece alzarse
detrás del biombo occidental de los sepulcros.
Domador de los últimos símbolos,
domador de la palabra,
domador de la materia,
como el temible Dios de Moisés.
Tus pupilas imprecisas,
me enervan, aún, como incandescentes luceros.
Rudo como tronco de árbol,
alto como granizo al sol,
niño como tus hijos,
monstruo inexplicable y atormentado,
tierno, inconmensurable hombre de antaño.