

Algunos textos claves de la reconocida poeta chilena.
Winétt de Rokha
PADRE-NUESTRO
A menudo la soledad,
con su gran rumor de silencio,
merodea en mi alma.
Las almas oscuras de los murciélagos,
azotan ilusiones sombrías en los vidrios.
Friolentas, las chimeneas
echan su aliento triste,
hacia los caminos libres y sin huellas
del cielo y del tiempo.
La respiración de flor del niño
ahuyenta los malos espíritus,
mientras voy trizando la mirada
en la negra arquitectura de los libros.
Mi lámpara,
como la hoja trágica de un puñal,
atraviesa el corazón del alba.
FIGURA EN INVIERNO
Tu personalidad silenciosa,
como un paisaje escandinavo,
llenó de un viento melancólico
la ciudad.
Tus gestos van a morir, helados,
al pie de las montañas,
disolviéndose, en todos los ríos,
como un deshielo vagabundo.
Fantasmas extranjeros,
se detienen, mueven la cabeza,
y siguen su camino de caras y de cosas,
detrás de tus canciones.
Sólo mi corazón
escala como un pájaro la más desnuda
y alta rama de tu espíritu,
y canta …
VIOLETA
Revienta la noche
paralela a mi absoluta y soñadora melancolía,
revienta la noche
en infinitos latidos de plata.
Los pies y las manos,
incrustan su marfil empalidecido
en el ébano profundo.
Nadie, entre todos los pájaros,
ni tú mismo,
(hombre-vértigo, pedazo de abismo que circula),
podría mirarse y mirarme…
Me invade la última claridad
de la estrella verde de los aventureros.
Caída de lado, la calle maltrata vehículos y violines.
Sólo mi soledad es superior a mi amarga alegría.
Itinerario que iguala mi rostro a las sementeras.
En aquel grupo de estrellas necesarias,
estuvo mi corazón más cerca de mí misma
TRENZAS DE HUMO
Porque los exaltados nubarrones
descienden en la soledad del amanecer,
y los altos tejados inyectan su veneno de hastío,
y sobrepujan
a la onda exterior y superficial del día.
¿De dónde han venido aquellas mariposas
tan amarillas,
a deshojar un collar de ébano
alrededor de mi garganta,
que es un lirio entre dos abismos?
Allá los corderos mudos,
sacrificados en el marco de la mañana;
allá los volcanes libres y los pensamientos,
los caracoles rubios besando las bocas
de las campanillas jugosas.
La danza inmediata de aquel viento que huele a muerte,
encuclillándose a mis pies, ahora,
palpándome las sienes con una gasa desprendida.
La claridad en los ojos risueños
como el advenimiento de Pentecostés.
Mi corazón se precipita
a la orilla de los horizontes sin medida,
deteniendo hélices,
con un puñado de ópalos en acción,
y, como si todo, absolutamente todo
ocurriera,
estoy en las fronteras del sentido habitual,
mirando cómo las piedras,
(sin que nadie las escuche pensar),
lavan su cara
con la inmovilidad del tiempo.
Pareciendo mi ser una hoja de platino.
(De Cantoral, 1936)