Tocadiscos
LA NOCHE EN QUE TOM WAITS CREÓ LA LLUVIA
Open up the heavens.
Make it rain.
TOM WAITS
Tom Waits se acerca al micrófono.
Carga en sus dedos un cigarrillo.
Dos ángeles de nicotina
crecen a sus espaldas.
El contrabajo gime un lamento
parecido a la tormenta.
Tom desperdiga su telúrica voz
sobre la audiencia.
Todavía no fuma.
Quiere que los ángeles
copulen sobre el escenario.
Quiere creer en la gracia del mundo.
Presume su dicción de Dios paupérrimo
para rasgar el nubarrón
y hacer que llueva.
La guitarra es un cuervo que pasa graznando
y se lleva en sus garras
los ojos de los músicos.
Waits gesticula contra las puertas del Hades,
y envuelve a sus feligreses
con el humo del misterio.
Empuja las manos al cielo y ordena:
“Hágase la lluvia…”
Entonces, un diluvio
que durará cuarenta noches,
convierte los altavoces en cataratas
que arrastran el piano
y su sombrero de copa
hasta las últimas comarcas
del infierno.
‘ROUND MIDNIGHT
En ocasiones,
la noche decanta su cicuta en mi desvelo,
las falanges de Thelonious Monk
percuten las teclas de un piano de sombras,
el reloj junta sus manecillas,
yo entrecierro mis ojos
y lloramos al unísono.
MI PADRE DEBERÍA LLAMARSE BOLERO
A mi padre,
Rafael Ángel Velásquez.
Así como Lennon decía que Chuck Berry
era el otro nombre del Rock And Roll;
si yo pudiera rebautizar a mi padre
le llamaría Bolero.
Su voz monumental
es como un gallo que despierta a los volcanes,
una erupción de sonatinas,
un magma de requintos y punteos.
Quisiera cantar tan bien como mi padre.
Me compró una guitarra tal vez con la esperanza
de que aprendiera un par de círculos
y trocar por serenatas el pan de la casa.
Pero yo le aposté al Rock And Roll,
influido por el mito de los Beatles
y por el fuego fatuo de Nirvana.
Algunas veces me sumerjo
en su colección de vinilos
y me embriaga la majestad armónica
de Cantoral o de Los Panchos.
Cómo se pasa del riff al arpegio;
del mosh y el headbanging
al sensual baile cuerpo a cuerpo;
del vértigo del glam rock
a la bacanal agridulce del bolero,
son misterios que mi edad
apenas va resolviendo.
Pero sí sé que de mi padre guardaré
esas canciones
que fueron mis primeros e intangibles poemarios.
Porque mi padre, cuando yo era niño
y él cantaba,
no hacía más que prestarle su voz
a mis quimeras.
ANTI ROCKSTARS
Esto no es el Madison Square Garden
o el estadio de Wembley,
ni nosotros somos Rockstars,
hermano poeta.
No hay juegos pirotécnicos o pantallas gigantes.
Los reflectores no persiguen
nuestra danza frenética.
Sólo tenemos una mesita,
sendos vasos con agua,
y un micrófono mal amplificado
que nos turnamos por momentos.
El público no alcanza
ni la media centena;
sólo vienen a observarnos los más allegados,
la mayoría no entiende nuestro verbo;
otros llegaron porque el anuncio
prometía un refrigerio.
Es como si viéramos el “trailer”
de nuestro propio funeral:
aquí te das cuenta
de quienes te aprecian.
Esto no es Waken ni Lollapalooza,
hermano poeta.
No ansíes la ovación ni encendedores en alto;
mucho menos se te ocurra
lanzarte de espaldas sobre tu público.
Ellos no van a pasearte sobre sus manos,
no quieren un souvenir tuyo
para su cofrecito de tesoros.
Tampoco van a comprar tu libro.
Si levantas la vista mientras lees,
te frustrará constatar
que muchos se durmieron.
No somos Rockstars, hermano poeta,
nunca seremos un póster al costado
de la cama de las chicas que vinieron.
Nuestro editor nos transmite en vivo
porque no alcanza el presupuesto
para lanzar un DVD con la función en multi ángulos,
o un segundo tiraje de estas obras
que tanto nos consumieron.
No soy Frank Zappa ni tú Jim Morrison,
hermano poeta.
Nuestros textos inéditos,
o la pluma con que firmamos
jamás serán subastados
a precio de Caviar Almas
si nos revuelca la muerte.
Pero te incito a que leas,
como si cantaras en Las Ventas de Madrid,
en el Teatro de Bellas Artes,
o al menos en el Troubadour,
tras la estela de Don McLean,
de Bruce Springsteen o de John Lennon.
Lee, porque no hay más remedio
que fantasear con la hiel del éxito,
porque se vale alardear
que enfrentamos la hoja en blanco,
y que salimos airosos de ese duelo.
No somos Rockstars, hermano poeta;
no hay un rotulito de Sold Out
franqueando la entrada de este aposento.
No haremos gira mundial con nuestros libros;
incluso podría pasar
que nunca más publiquemos.
Lo más seguro es que nos ignoren
la pena, la gloria,
nuestros lectores, los caza talentos.
Así que sigue humilde,
encórvate sobre tu cuaderno,
traza toda la luz de tu palabra;
y haz un solo de eternidad con tus versos.
Ni tú ni yo somos Rockstars,
hermano, amigo:
Tan sólo somos m e n s a j e r o s.
LOS DECAPITADOS
(Pequeña sátira sobre un taller literario)
Uno a uno desfilamos
hacia el ritual de la disección.
En la Insólita Corte de las Letras
todos somos jueces y juzgados.
Llega el momento de quitarse la capucha.
Siempre nos sudan las manos.
Desahogamos la última voluntad,
ofrecemos la nuca en sacrificio
y el tribunal rotativo toma nota y delibera.
No hubo clemencia. Cae la navaja;
nuestros sesos ruedan en vueltas carneras,
sangran a los pies del Gran Verdugo
y agradecen la sentencia.
Los cuerpos celebran su orfandad
haciendo piruetas, y bailan moonwalking.
y bailan catala,
felices del despojo de sus conciencias,
esas larvas filosóficas
que ni dormidas descansan.
De pronto la masacre da paso a los abrazos;
proclamados descendientes de la suerte de Villon,
salimos a escribir nuevas fechorías
y a redimir nuestras erratas.
Pero antes de que alguno intente
presumir de la indulgencia,
las cabezas retornan a sus troncos
y los llaman a la cordura:
Que nadie se crea libre de una futura condena;
siempre seremos culpables
bajo la guillotina de la palabra.
PARQUES
Vespertina bipolaridad de los parques:
tan repletos y a su vez tan desolados.
Cientos de otredades se congregan.
Los ancianos regurgitan sus historias,
los niños corren tras botellas de plástico.
Evangelistas y vendedores vociferan
ensimismados;
prevaricadores de estirpes paralelas,
alimañas oferentes del milagro.
Un violinista callejero, por unas pocas monedas,
me transporta con su “Let it be”
al giro de mis acetatos.
Dos hermosas muchachas pasan a mi lado.
Llevan desnudas sus piernas.
Ondulan cual medusas sus cabellos pintados.
Sin embargo, estoy hambriento
y no atiendo sus encantos:
Con fruición devoro un bocadillo
y a mis pies una paloma picotea las boronas
como dádivas de un dios desheredado.
Nos hicimos compañía, en frugal cena comulgamos;
pero se aburrió de mí y desertó,
revoloteando.
La soledad es una sombra de aves taciturnas.
Una migaja de tiempo que en ocasiones nutre
y tantas veces nos causa espasmos.
-William Velásquez Vásquez
Tocadiscos
Colección: Museo Salvaje
Nueva York Poetry Press, 2020