Fuego primigenio
En esta habitación
crecen ramas donde ardillas se esconden,
juegan, ríen.
Bajan a la mesa
por un mordisco de pan.
En el techo hay lianas,
allí monos cuelgan sus misterios.
Se acercan al librero,
indagan el origen del hombre
y cuando el hambre hace cosquillas
abren el refrigerador que no tengo
y sustraen plátanos y refresco.
Surgen del televisor
aves llameantes,
florecen su trino,
anidan los cajones del ropero.
La computadora se cubre de floresta.
Escribo.
Si falta una metáfora
mancho mi mano con sangre de lirios,
dialogo con ranas,
bebo la música de saltamontes;
y si sobra el adjetivo
lo cortan hormigas jardineras.
El sol, sombrero sin sombra que asombra rincones,
entra en el espejo
y del espejo río se derrama:
piel sonora
donde peces transparentes
navegan la voz.
Contemplo un cuadro,
de él escapan venados
que se inclinan en el río
a sorber un poco de tiempo.
Un arco iris surge del muro,
y termina en la fotografía de mi madre:
al final de los colores
una mirada espera ser mirada.
Desde el ventilador
el viento extiende su caricia en hojarasca,
de su boca salen mariposas,
esparcen polen azul
para dibujar la desnudez del día.
Arden los vocablos,
se incendia todo lo que nombran.
Alguien toca a la puerta,
abro,
es la tarde que ha traído sus palomas,
la tarde de ayer,
la de siempre, que tiene los ojos
iluminados por la lluvia.
Decanto el verbo
y las ardillas, monos,
aves y río,
árboles y venados,
oscurecen.
Pero toco mi lámpara
y la luna se enciende.
Apago los ruidos de mi habitación
para que entren notas de la lluvia:
mujer en cuyas alas
crecen flores impronunciables.
Se aferra al oficio de ser partitura y humedad,
no le importa el asfalto carcomido,
rebosa baches con su risa,
no le importa luna ciega,
ella fulge por sí misma,
no le importan indigentes,
poetas que roban su tinta
para cifrar imágenes del relámpago,
niños con preguntas abandonadas,
ni longevos que en la memoria se refugian
y no saben que la senda del último silencio los busca.
Sólo le importa el transparente vuelo
y su oficio de ser partitura y humedad.
Donde mi voz esculpe
Me he sentado a esperar
que los dioses desciendan,
tomen las palabras una a una
y las sumerjan en la miel
más pura del día;
pero se esconden,
callan,
necesitan más plegaria.
He aprendido a encontrarlos
en el oleaje perpetuo del roble:
me contemplan,
trinan alguna profecía,
de pronto
en mi lengua vierten la sal de su lenguaje,
y los instantes se vuelven roca
donde mi voz esculpe.
Pulso
El mar en su latir,
el mar que dibuja labios a la playa,
la piedra que vuelve al agua música,
el agua platicando con la piedra,
el naranjo que madura besos a cada fruta,
los brazos del roble donde la torcaz anida sus días,
la torcaz dialogando con el viento,
la aldea que sueña,
la milpa en su promesa de no morir,
el sendero blanco que se marcha,
el Dios que retorna,
la pirámide anciana que no envejece,
el silencio que nos oye pensar,
la estela desnuda,
estas palabras,
la tarde…
todo está vivo
de alguna forma.
Para mirarte
Te descubro en la pirámide,
se inclina el sol a besar la eternidad
y mi alegría danza,
dibuja tu palabra que aún resuena,
da gracias a los dioses que habitan en mí,
como el cielo en las aves
y el polvo en cada segundo del nosotros.
Abuelo,
enséñame otra vez La Piedra Sagrada
donde sabios descifraron al tiempo
y miraron caminar la sequía
y el hambre de langostas hacia la milpa tierna,
donde vieron a la lluvia acariciar el suelo,
su fértil desnudez,
donde vieron mazorcas
bailando en el trino de la oropéndola,
y el frijol que abraza al cuerpo del maizal
hasta madurar esperanza.
Quiero esa piedra,
la tenías en tu rostro,
en tu voz.
Hoy que habitas al recuerdo,
invento versos
para mirarte;
pongo una roca sobre tu ausencia,
inicio nuestra pirámide,
cuando en la cima nazca una aurora
los animales subirán a beber la claridad.
Sonrío
por tu mañana que cada noche retoña,
por aquel lunar de tu frente,
estrella negra que en medio de tu luz
fulguró su dulce oscuridad.
Abuelo,
juguemos a sembrar dioses
y nacerán árboles de ceiba
para que los astros aniden;
juguemos a sembrar nubes
y brotarán ríos subterráneos,
asomarán miradas de agua
a esperar que el fuego cabalgue
en la espalda de Kukulkán,
que Ix Chéel se contemple en su espejo de luna,
que Cháak centellee su látigo;
y con mis pasos se acerquen
a convertir el agua en arroyos de leche,
en minutos de miel y pan.
Cantemos como la selva
cuando siente al sol revolotear en los pájaros,
aplaudamos como la lluvia en el vientre del Mayab,
lloremos,
tu allá y más acá de mí,
aferrado a este instante,
lloremos,
por tanto amanecer
Monólogo en silencio
No hablo con la boca
sino con mis manos
que caminan en la vereda hecha por la luna
bajo la noche de selva.
Hablo con los pies
que palpan alegría,
ahuyentan augurios
y acarician la fertilidad del suelo
donde manan latidos.
A través de mí
dialogan ríos profundos
que habitan bajo la piel,
en mis arterias.
No hablo con la boca,
sino con relámpagos
que despiertan a medianoche
y tiemblan y retumban.
Está sonando mi voz
mas la aprisiona
la chispa que incendia al silencio.
Fuego primigenio
I
La Luz es música que duerme,
en ella El Fuego Primigenio sueña pirámides,
hombres que se ofrendan en juego de pelota y adoran agua;
sueña ser serpiente vestida de plumas,
flamígero equinoccio deslizándose a la piel de un templo.
Despierta, sus ojos sobrevuelan el abismo,
traza el fuego de su canto en la roca nocturna
y La Luz germina:
es torbellino de agua.
Revolotean las palabras,
El Fuego Primigenio las reúne,
las ordena,
su verbo inmortal acaricia la castidad del polvo,
la desnudez del viento:
barullo de animales corre en los desfiladeros,
arpegio de aves aromatiza la selva,
el lenguaje se vuelve eco en cada cosa,
mas nadie lo pronuncia.
Hay que encenderlo en todo cuerpo,
dice El Fuego Primigenio,
que fluya,
anegue siglos de siglos,
fertilice el tiempo y lo detenga.
Entonces moldea al hombre:
sonido azul que matiza al aire,
sentido sin sentido,
barro que se desmorona en la afonía de la inconciencia,
esa boca de muerte masticando vida.
II
Vuelan luceros,
la fogata de sus rostros se clava en la tierna oscuridad,
y la luna,
pan de luz,
lago que fulge,
lunar ardiendo en la frente del que sueña.
Con resuello del Fuego Primigenio
árboles huelen el alba,
el horizonte acaricia sus miradas,
en la caridad del día anidan esperanza
y a murmullos rocíos saborean.
Florece el hombre de madera,
(me vuelve profecía)
su lenguaje es la savia sabia del árbol,
su emoción,
milpa desolada,
desconoce su trayecto el blanco pedernal del Norte,
el rojo metal del sol,
transita caminos sin crepúsculo,
siempre a punto de caer para no retoñar jamás.
Por eso chorros de ceniza ahogan el suelo,
y ya no se sabe si el hombre es madera
o la madera es ceniza o la ceniza es el hombre,
sólo gris tapiza la existencia
y el agua se desborda en transparencias:
cimas transparencia,
transparente sima,
trasparentados días en naufragio,
noches,
astros que observan su líquido reflejo.
III
Entre las aguas el Mayab resurge,
es loma, océano, abismo;
respira como el viento,
es manatí, cereque, pavo salvaje,
arco iris
y un Árbol que palpita,
corazón de jade donde la oropéndola cuelga su alabanza.
El Fuego Primigenio destella aliento en el carrizo
y otra sangre escribe pasos en la piel morena del Mayab,
(cada vez más cerca estoy
pues se vuelve a desgarrar el verso)
un murciélago jaguar roe huesos de la sangre,
la tiniebla se desborda,
y a los que permanecen con vida
la flaqueza de los perros a dentelladas les reclama cada azote,
el pedernal donde el maíz entonó su última oración
golpea sus conciencias,
cenotes predicen ventarrón preñado de gélidas espinas,
el relámpago del granizo los atormenta,
brotan hogueras, lloran en las lenguas del fuego,
calabazos bailan al son de la agonía,
la desesperación de los hábiles trepa robles, caobas, cedros,
pero ya no son ellos,
sino monos que mecen en la cuerda de sus colas,
tatúan el aire y juegan a no morirse
bajo el peso de la angustia que les aplasta la razón.
IV
El Fuego Primigenio pule otra metáfora.
Escucha a la paloma torcaz y al venado
que fecundan música de maíz,
disuelve notas en la lluvia besada por de la aurora:
Germina mi sustancia.
Soy cereal blanco, violeta y amarillo,
cabello, ojos, voz, dermis de masa y lluvia,
de melodía hecha pulso.
Descifro la sencillez de mi existencia,
me hundo en el hoy,
mar que transita mi cuerpo
ola tras ola,
por primera vez,
para siempre.
Me arrulla la abundancia,
se abre al cielo en rosa cristalina,
mas ignoro el incendio del alma,
esa boca de la carne esperando…
La soledad sube al cuello,
enredadera venenosa,
aguijón que engendra la herida del llanto.
Falta otra piel que rebose el vacío con manojos de ternura.
Caigo
en la profundidad del letargo
y El Fuego Primigenio me injerta miel de maíz.
Un capullo brota de mi pecho,
se desprende,
ondea su cabello sonoro bañado de llovizna,
sus ojos resplandecen golondrinas distantes,
su boca salpicada de silencio
y de un crepúsculo matinal que esparce trino,
es realidad hecha beso.
Espiga morena, mujerespiga,
brisa gimiente,
playa donde mi paso comienza a presentir generaciones,
marea virginal que me despierta.