Monólogo final
EL INOCENTE OJO DEL ANTÍLOPE
Un tigre salta de la piedra.
Vuela un ave que ignora la angustia del vacío.
Ciego es el pez, su pupila es el agua
y muere herido por el aire.
La lombriz puede ser reina de la altura
y deshacerse el árbol
en el vientre insaciable del insecto.
A la cruz del comienzo clavado sigue el hombre.
Sangra. Puede ver aún el rostro de los otros.
Ni dios, ni ventanas azules,
ni el inocente ojo del antílope.
MONÓLOGO FINAL
La oscuridad tiene tu olor,
mi olor,
y ese otro perfume
que nace de la piel
cuando se juntan nuestros cuerpos.
Cierra los ojos.
Toca mi cara.
Tus dedos borrarán la sombra,
no importa que sea de noche,
no importa que desconozcas
el rostro que tendré al amanecer.
Cada segundo puede ser toda la vida.
Mañana mi piel estará seca,
o deshecha en el aire
o será un verde germinal
o un rojo efímero,
pero ahora las yemas de tus dedos
tienen toda la luz.
Perdono al porvenir.
Las trampas que he tendido
tienen la misma inocencia
del juego de la alquimia.
Para el hombre no existe otro destino
que el manantial inédito.
Toca mi rostro,
sálvalo en la memoria de tus manos.
EL OTRO Y EL QUE HABLA
Sé que dentro de mí hay otro ser,
alguien que exige heridas, desgarrones,
que tiene la impaciencia del cuchillo,
la obstinación del plomo, la sed de la metralla.
Desconozco ese ser que prefiere la noche, los rincones.
Desde niño me asalta. Cuando toco un metal
me empuja hacia la sangre.
He buscado en los días de mi infancia
alguna relación con el cuchillo, con la muerte violenta;
he practicado el odio hasta la angustia
pero soy incapaz, nací de otra madera.
Esa pugna entre el otro y el que habla
¿hasta cuándo será? ¿Podré negar mi mano eternamente?
¿Permaneceré ciego a su llamado?
¿Acaso soy yo mismo, un nonato que vive y envejece?
Dentro de mí habita un ser remoto, oscuro,
que se muestra impasible mientras alguien me ataca
y exige, sin embargo, que agreda a los que quiero.
ODISEO
No puedo asegurar si estoy partiendo
o si he llegado al fin donde quería.
El olor de la tierra es familiar,
no me resulta extraño el árbol,
ni la garganta migratoria de los pájaros.
Los espejos de agua
me devuelven un rostro indescifrable.
¿Alguien me vio partir?
¿Alguien me espera?
En la memoria del porvenir
yo seré el que regresa,
y en la piel, junto al salitre
y ciertas mordeduras incurables,
tendré tatuado el ruido de la sombra
y el silencio que dejan las batallas.
¿Soy el único sobreviviente del naufragio?