Presentamos dos textos claves del legendario poeta ruso en la traducción al español de Alfredo Gurza.
Vladimir Maiakovski
Puerto
Sábanas de agua debajo del vientre.
Rasgadas en olas por los blancos dientes.
Era el gemido de la chimenea-como si anduvieran
el amor y la lujuria por la chimenea de cobre.
Se arrimaron las lanchas a las salidas de las cunas
a chupar a la madre de hierro.
En las orejas de los sordos barcos
ardían los aretes de las anclas.
La extraordinaria aventura
ocurrida a Vladimir Mayakovski
en verano, en el campo
(Pushkino, monte Akul, Rumiantsi, 27 verstas por el
ferrocarril Iaroslav)
Ciento cuarenta puestas de sol llameaban.
En julio, corría el verano,
hacía calor,
el calor llameaba
y esto ocurrió en el campo.
La colina Pushkino arqueaba
al monte Akul
y bajo los montes
había una aldea.
La corteza de los techos se retorcía.
Y tras la aldea
había un hoyo.
Y en este hoyo, por cierto,
cada vez se hundía el sol,
lenta y seguramente.
Pero de mañana
de nuevo
al mundo inundaba
el ascendente halo del sol.
Y día con día
me irritó terriblemente
esto
que ocurría.
Y así un día me enfurecí,
tanto que de terror todos palidecieron.
A quemarropa grité al sol:
“¡Baja!
¡Basta de tintinear en este fuego infernal!”
Le grité al sol:
“¡Parásito!
Tú ablandado en las nubes
y aquí ni el calor, ni el invierno ni el verano
¡sentado dibujo carteles!”
Le grité al sol:
“¡Un momento!
Escucha, frente dorada,
¿qué tal si
en vez de ponerte,
conmigo
al té vinieras?”
¡Qué he hecho!
¡Estoy perdido!
Hacia mí,
de buen grado,
por sí mismo,
arrasando al paso de sus rayos,
camina el sol cruzando el campo.
Quisiera no mostrar mi miedo
y retrocedo.
Ya están en el jardín sus ojos.
Ya cruza el jardín.
Por las ventanas,
por las puertas,
por las hendiduras entra.
Ha caído la masa solar;
se hundió.
Recuperando el aliento,
habló con voz de bajo:
“Conduzco de vuelta el fuego
por la primera vez desde la creación.
¿Tú me llamaste?
¡Trae el té,
poeta, trae la mermelada!
Lágrimas de mis ojos,
el calor me enloquecía.
Le señalé
el samovar:
“¿Pero qué pues,
siéntate luminaria!”
¡Maldita mi insolencia!
Le grito,
confuso,
me siento en la orillita de un banco,
me temo que esto vaya a empeorar.
Pero una extraña luz del sol
fluía
y gradualmente,
despreocupados,
pronto platicaba
con el sol poco a poco.
De esto
y de aquello hablé,
que si atormentaba ROSTA,
y el sol:
“Bien,
no te inflames.
¡Mira las cosas con sencillez!
¿Acaso yo, crees tú,
alumbro
fácilmente?
¡Asómbrate e inténtalo!
¡Pero, anda,
atrévete!
¡Anda y alumbra a plenitud!
Así charlamos hasta que oscureció;
hasta lo que antes era la noche, quiero decir.
Pues, ¿qué oscuridad había aquí?
De “tú”
finalmente familiaricé con él.
Y pronto,
la amistad no es otra cosa,
lo palmeé en el hombro.
Y el sol a mí:
“Tú y yo,
nosotros, somos camaradas los dos.
Vamos, poeta,
a las alturas,
cantemos sobre la gris basura del mundo.
Yo mi propio sol derramaré
y tú el tuyo,
con versos.
El muro de sombras,
de la noche la prisión,
bajo el doble cañón del sol se derrumbó.
Versos y luz la confusión.
¡Brilla hasta donde llegues!
Se cansa alguno
y quiere la noche
acostarse,
estúpida lirona.
De pronto
yo puedo brillar intensamente
y de nuevo el día chisporrotea.
Brillar siempre,
brillar por todas partes,
hasta el día del Juicio Final,
brillar.
¡Y nada de trucos!
He ahí mi consigna
¡y la del sol!