Obsidiana
…y tienen la misma sonrisa antigua
Que tuvieron para la primera mirada del primer hombre
Que las vio aparecidas y las tocó levemente
Para saber si hablaban…
Fernando Pessoa
II
Intentas el sonido con que caen las espigas a la tierra.
Buscas la arcilla con qué hacer el instrumento
que te de la imitación de lo que al aire se acerca.
Sin conocer el acento que devuelve
el orden de las lluvias,
haces tu creencia de llamar al agua
con una música que se le parezca.
Trabajas con nuevo material
lo que desde un comienzo se hace antiguo:
incompletas melodías de un collar
como la sombra de las palmas
en la mar que recomienza.
Pero el misterio sobrepasa toda imitación
y te sorprendes tan vacío como una costa virgen,
mientras el jadear de tus potros hace surcos,
moviendo pájaros que vuelan al paso.
Algún día bajo los guijarros,
encontrarás la canción con que poblar la noche,
en la ignota tierra de los mares y las selvas.
III
Si buscas lo semejante a la primera noche de tu cuerpo,
acude al sesgo de la hierba
que oculta la pupila de los corzos,
al velo que esconde la mirada
en espera de conocer lo nunca visto:
Horas de silencio
en que sólo por partes
se entrega cada presencia.
Tiempo de nacer al agua,
a los ríos que llaman
para ser tocados.
En barcos que por primera vez experimentan
el espejo de los mares,
haces los vértices de tu efigie,
la libertad de tu velamen,
hoja minúscula,
sobre el cristal más frágil de la tierra.
Lo semejante a la primera noche de tu cuerpo,
está en todo lo que puede dar una bandada de pájaros,
en una galería de huellas y de sombras
que te recuerdan el momento de ceder tu palabra
ante lo que no conoces.
V
Nada sabes si desconoces el gesto
con que las hojas se acercan a tu mano,
como tu mano al péndulo del fruto,
atraído el elemento por el elemento.
Nada sabes si no atiendes
la conversación de los árboles,
ni el verbo antiguo de los líquenes
en sus silabas lentas.
Ignoras el callado vuelo
y el canto que anuncia
otras maneras de transitar la tierra:
Por los espacios marinos
la brújula que guía el ala del albatros,
es la que mueve el cardumen
que en la rada representa
la danza de los bañistas.
Ignoras en el reino del aire,
otras maneras de esperar la noche,
la plenitud lunar en el cuarto de las vírgenes,
el beber del ciervo en su fuente de sed elemental.
Tú que pasas hollando las praderas,
tú que apenas conoces
otras formas de hacer un eslabón de oro,
aprenderás con el tiempo
a ser espiga y oquedad,
el estrato en que los musgos inicien
su fermento laborioso.
VI
La historia de los nombres se reúne en lo que tocas,
y la letra con que señalas al valle de Anáhuac
se debe a una lenta acumulación de sedimentos:
el nombre Lirio y el nombre Azor
sólo con tiempo han reunido vuelo y blancura,
bajo los glaciares y el légamo.
He aquí el secreto de porqué las cosas resuenan si se nombran,
de porqué los juncos se inclinan al oído
que por primera vez escucha
su conversación con el viento.
La historia de los nombres está en lo que tocas,
en el collar de reliquias que queda de la vida que apagas,
en el bisonte que expira bajo el filo de obsidiana,
y rezuma en su estertor una estampida de siglos.
Aunque ignores cuánto le ha costado al tiempo
hacer la coreografía del cardumen,
cuántos nombres se han hecho
con el azul que sostiene el sueño de las ciudades,
en la gota de saliva está la sal de los océanos,
en la vela que enciendes el sol de los espacios.
(De Libro del origen, Praxis, 2017)