Víctor Manuel Mendiola

Si pudiera quitarme alguna parte del cuerpo…

 

 

 

 

1

 

Mi refrigerador

es muy pequeño.

No le cabe una vaca

ni un león;

tampoco acepta

una flor

del Japón

ni siquiera permite

un blanco sueño.

 

Pero yo puse en él

mi corazón,

hice a un lado

el ojo pedigüeño,

rompí todos los platos

y su dueño el diente

y me perdí

con mi ilusión.

 

Ahora, ahí me encuentro,

en una luna

donde los lobos corren todo el día.

 

Cuando me ven,

mueven su larga cola.

 

No puedo creer más

en mi fortuna.

La onda fría del hielo

lanza su ola

en esta Alaska eléctrica y baldía.

 

 

 

 

2

 

Mi refrigerador

está dispuesto a recibir un brazo,

un corazón,

una cabeza grande

y un pulmón

y hasta la fina oreja,

que no he puesto.

 

Pero tú ¿qué te atreves a poner?

 

¿Pondrías

tu bellísima mirada?

¿La arriesgarías?

 

¿Tu pirueta de Hada

la pondrías a un lado

para ser?

 

A lo que me refiero es ser conmigo:

andar la rapidez de un avestruz,

sentir la sed

de un galgo

tras los osos.

 

Me como un higo

y juego a mi enemigo,

pienso en tu boca

y caigo en otra luz,

te oigo y vuelvo

a tus brazos minuciosos.

 

 

 

 

3

 

Si pudiera quitarme alguna parte del cuerpo

cortaría sin ninguna duda los brazos.

Puedes ver la luna

sin los brazos,

también puedes mudarte

de habitación sin ellos.

 

Hay mil y una buenas razones

para despojarse de los brazos incómodos

y darse tiempo

de perseguir otra fortuna.

 

Sin brazos

ya no toco tu cadera,

sin brazos

no deseo desvestirte

y tus pechos maduran sin mi mano.

 

Sin brazos

me da igual

tu cabellera

y no importa

si tienes ganas de irte

al Acapulco de un país lejano.

 

 

 

 

4

 

Anoche comprendí

que no tenía lengua ni boca

cuando te encontré.

 

Desde mi oscura silla

me quedé mudo

viendo correr

el bien del día.

 

Pensaba: cómo

acariciar tu pie,

cómo mirar

de nuevo la alegría que vi

en la sed de tu melancolía,

una alegría donde te pensé.

 

Pensaba: si me arranco un dedo,

lo uso de oreja

para oír todas las cosas

que suben en tus ojos

y en tus trenzas.

 

Y ahora te oigo

en el iluso huso de las horas

y escucho el peligroso sonido

de las rosas

cuando piensas.

 

 

 

 

5

 

No sé hacia dónde debo caminar.

En el inexplicable recorrido de los días

levanto un muro y mido su ancho y su altura

para dibujar en el muro

una puerta con sentido,

una puerta genuina

que de al mar con todos los deseos de nadar,

una puerta

que me hable en el oído y que diga:

la noche está ahíta

y en las estrellas

hay un mar neumático;

y los delfines nadan

pisos flojos.

Una puerta

en la que una pajarita

abra las alas

bajo un sol acuático

y me tumbe el sombrero

y los anteojos.

Víctor Manuel Mendiola nació en la Ciudad de México en 1954. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Vuelo 294 (1997, FCE); Papel revoluci ... LEER MÁS DEL AUTOR