Vicente Huidobro. Adán. Prefacio e Himno del sol

 

 

PREFACIO

 

Antes de empezar la lectura de este poema debo hacer algunas advertencias.

Mi Adán no es el Adán bíblico, aquel mono de barro al cual infunden vida soplándole la nariz: es el Adán científico. Es el primero de los seres que comprende la Naturaleza, el primero en el cual se despierta la inteligencia y florece la admiración.

A ese primer inteligente y comprensor le doy el nombre bíblico de Adán.

Mi Adán, entonces, viene a ser aquel estupendo personaje a quien el gran Mechnikov ha llamado “el hijo genial de una pareja de antropoides”.

En este poema he tratado de verter todo el panteísmo de mi alma, ciñéndome a las verdades científicas, sin por esto hacer claudicar jamás los derechos de la Poesía.

Muchas veces he pensado en escribir una Estética del Futuro, del tiempo no muy lejano en que el Arte esté hermanado, unificado con la Ciencia. Para ello tengo ya entre mis papeles bastantes anotaciones y documentos.

Tanto me he ceñido a la Ciencia que en el canto “Adán ante el mar” puede fácilmente advertirse el origen marino de la vida, que es un fenómeno acuático, según ha demostrado hace pocos años M. Quinton y según creen todos los grandes sabios de Europa.

Solo en la parte final de este poema, en “Caín y Abel”, he dado importancia al símbolo legendario.

Hecha esta advertencia, quiero hablar algo sobre el verso libre.

Una vez concebida la idea de mi poema, la primera pregunta que me hice fue sobre el metro en que debía desarrollarlo. Sin vacilar pensé en el verso libre, porque si hay un tema que exija esa nueva forma, ese tema es el mío, por su misma primitividad de vida libre. Por otra parte, yo hubiera deseado hacer muy grande, muy fuerte la creación del poema, y ese mismo deseo de grandeza me pedía mayor libertad, absoluta amplitud.

Los retóricos españoles confunden el verso libre con el verso blanco. El primero es una mezcla de ritmos armoniosa en su conjunto y de versos perfectamente rimados en consonante o asonante (o en ambas rimas), y el segundo es siempre de igual número de sílabas y sin rima.

El poeta antiguo atendía al ritmo de cada verso en particular; el versolibrismo atiende a la armonía total de la estrofa. Es una orquestación más amplia, sin compás machacante de organillo.

A las protestas de los retóricos adocenados diremos que cada uno de los metros clásicos oficiales y patentados significó, también, en un tiempo, la conquista de una nueva forma, de una libertad.

Y a los que no perciben la armonía del verso libre les diremos que reeduquen bien su oído, su pésimo oído, puesto que soportan con gusto largas tiradas de versos iguales que a veces durante media hora están apaleando el oído a cada cierto número fijo de sílabas.

También les diremos que recuerden que cuando Boscán llevó a España el endecasílabo italiano fue rudamente atacado y que nadie percibía entonces el ritmo del verso que pocos años después sería el favorito de la alta poesía clásica castellana.

Todo evoluciona; confiemos también nosotros en la evolución de los malos oídos, confiemos en que algún día percibirán todos el maravilloso ritmo interior.

La idea es la que debe crear el ritmo y no el ritmo a la idea, como en casi todos los poetas antiguos.

Y no es que yo desprecie a los poetas antiguos; muy al contrario, tengo por muchos gran admiración; pero es innegable que la mayoría eran poetas de vestuario, sin nada interno.

Hay algunos versolibristas que lo hacen muy mal y lo desacreditan, pero ir contra el buen verso libre me parece igual a ir contra la música wagneriana porque rompió con las absurdas trabas de la desesperante música italiana antigua.

Yo por mi parte puedo decir que no comprendo cómo pudiera hacerse obra grande y de verdadera belleza en octosílabos, pongo por caso.

Todos los metros oficiales me dan idea de cosa falsa, literaria, retórica pura. No les encuentro espontaneidad; me dan sabor a ropa hecha, a maquinaria bien aceitada, a convencionalismo.

Realmente no me figuro un gran poema en heptasílabas o en octavas reales.

Creo que la poesía es una cosa tan grande, tan por encima de esas pequeñeces y de todos los tratados, que el hecho sólo de quererla amarrar con leyes a las patas de un código me parece el más grosero de los insultos.

La poesía castellana está enferma de retoricismo; agonizante de aliteratamiento, de ser parque inglés y no selva majestuosa, pletórica de fuerza y ajena a podaduras, ajena a mano de horticultor.

La Naturaleza es muy sabia y muy irónica; vio que había en el mundo muchos hombres que no se conformaban con su vaciedad cerebral y que estaban ansiosos de tener talento, y entonces, en un momento de diabólica justicia, les dijo: “Ahí tenéis eso, hijos míos, y engañad a los que podáis”, y les dio facilidad de palabra y los hizo retóricos.

¡Y cómo han engañado a la humanidad! ¡Oh, si pudiéramos hacer la lista de los engañadores!

Escuchad estas palabras de Emerson:

“El poeta es el único sabio verdadero; sólo él nos habla de cosas nuevas, pues sólo él estuvo presente a las manifestaciones íntimas de las cosas que describe. Es un contemplador de ideas; anuncia las cosas que existen de toda necesidad, como las cosas eventuales. Pues aquí no hablo de los hombres que tienen talento poético, o que tienen cierta destreza para ordenar las rimas, sino del verdadero poeta. Últimamente tomé parte en una conversación sobre el autor de ciertas poesías líricas contemporáneas; hombre de espíritu sutil, cuya cabeza parece ser una caja de música llena de ritmos y de sonidos encantadores y delicados; nunca alabaremos bastante su dominio del lenguaje. Pero cuando se hubo de decir si no sólo era un lírico, sino también un poeta, nos vimos obligados a confesar que no era un hombre eterno, que este hombre sólo viviría algunos días. No traspasa el límite ordinario de nuestro horizonte. No se trata de una montaña gigantesca cuyos pies sean cubiertos de una flora tropical, y que todos los climas del globo rodeen sucesivamente con su vegetación, no; su genio es el jardín o el parque de una casa moderna adornado de fuentes y de estatuas y lleno de gente bien educada. Bajo la armonía de esta música variada, discernimos el tono dominante de la vida convencional. Nuestros poetas son hombres de talento que cantan; no son los hijos de la música. Para ellos, el pensamiento es cosa secundaria; lo fino, la cinceladura de los versos, es lo principal.

“Pues el poema no lo hacen los ritmos, sino el pensamiento creador del ritmo; un pensamiento tan apasionado, tan vivo, que, como el espíritu de una planta o de un animal, tiene una arquitectura propia, adorna la Naturaleza con una cosa nueva. En el orden del tiempo, el pensamiento y su forma son iguales. El poeta tiene un pensamiento nuevo; tiene una experiencia nueva para desenvolver; nos dirá los caminos que ha recorrido y enriquecerá a los hombres con sus descubrimientos. Pues cada nuevo período requiere una nueva confesión, otro modo de expresión, y el mundo parece que espera siempre su poeta.”

Hace algunos años Emerson me enseñó otras bellezas que llevaba en mi alma.

En tiempos de una gran confusión espiritual, cuando sentía arder mi cerebro haciendo la transmutación de todos sus valores; en medio de una enorme angustia filosófica, de un gran dolor metafísico, Emerson me dio horas inolvidables de reposo y serenidad.

Los que han sufrido esa trágica inquietud comprenderán mi amor a Emerson.

¡Ah! Si este hombre admirable hubiera sido más científico.

A Emerson debo el haber despertado a otro mundo de belleza, por eso mi espíritu lo ama tanto. Por todo el bien que me ha hecho es que, cuando pienso en él, mis ojos se humedecen de ternura y a él va todo el agradecimiento de mi corazón.

 

(1916)

 

 

 

 

EL HIMNO DEL SOL

 

En medio del Silencio y de la Inmensidad,

Solo entre los astros muertos voy;

Voy solo, sublime soledad,

Soledad de grandeza, soledad de ser sol.

 

Voy solo en este caos de incoloro azul

Defendido y envuelto por mi propia luz.

Mi luz que va en camino a los mundos, mensajera

De todas las promesas.

 

Voy rodando inmutable en el vacío

Y a mis supremas plantas

El tiempo se deshoja en ávidos latidos,

Y yo sigo mi marcha.

 

En mi seno se forman impacientes

Preparaciones de simientes,

Incubaciones de todos los gérmenes.

 

Yo soy el padre de toda maravilla,

Seré el que cause y sostenga la vida.

En mis rayos caminan a los mundos

Todas las ansias; mis caricias

Son creadoras y hacen fecundo

Cuanto tocan y por ellas palpitan

Todos los vigores ocultos.

 

Yo me doy sin cesar,

En cada parte mía todo entero me doy,

Y yo que sólo sé dar

No espero jamás retribución.

 

¡Oh Tierra! Te descubro allá lejana,

Aún estás inútil y desierta,

Yo te enviaré una larga mirada

Y te daré vida con mis fuerzas.

 

Yo haré alegres las aguas

Y haré que los árboles se estiren

Para sorber mi leche transparente y clara…

Yo envolveré en salud todo lo triste.

 

Haré que a mi paso

Revienten en los surcos las semillas

Como si una voz de milagro

Les mandara brotar y reír a la vida.

 

Los niños traspasarán de risas

Y gritos de alegría

Mis sutiles rayos bondadosos

Y de mi esencia se empaparán los ojos.

 

Yo seré el padre de la carne joven,

Seré la vida de la carne vieja,

Haré milagroso el polen

Y envolveré toda la Tierra

Con un manto de rayos luminosos.

¡Yo seré el pasmo de los ojos!

Seré sangre en todas las arterias,

Seré savia tras todas las cortezas.

 

Haré mi caridad a toda cosa,

Y de toda salud seré la fuente.

Bajaré a las cavernas misteriosas

Y al fondo de las aguas perennes.

Y todo lo que mire y lo que toque

Se hará saludable y joven.

 

Yo manaré mi luz sobre la Tierra

Como agua que brota entre las peñas

Y mi bendición será eterna.

 

Todo bajo mi amor se hará amigable,

Como monstruos domados rugirán los mares,

Las montañas serán un deseo de besarme.

 

Por mí darán su fuego los cerebros

Y sus flores luminosas los almendros.

 

Yo seré el padre de las frutas

Y llenaré los rostros de los niños

De todas las claridades puras.

Yo suavizaré de dulzura los divinos

Ojos de las mujeres,

Yo plenaré de vida sus febriles labios

Y en los hombres pondré el ansia de gustarlos.

 

Si de todas las cosas de la tierra

Pudierais hallar la quintaesencia,

Me hallaríais a mí en todas ellas.

 

Yo seré el padre de toda conmoción,

De todo palpitar de corazón.

 

Me tenderé sobre los musgos

Y haré de los abismos más profundos

Arterias de mi luz y de mis fuerzas;

Mi luz es pura y buena,

Mi luz es leche que amamanta mundos.

 

Y yo, satisfecho de mí mismo

Y con mis propias obras delectado,

Seguiré mi camino sin camino

Con mi rebaño de astros

Vagando en medio del vacío.