Vicent Andrès Estellès

Cruzando la noche

 

 

 

 

De DONZELL AMARG (1953) (Publicado en 1956)

 

 

PLAYA EN SETIEMBRE

 

(Fragmento)

V

Labios, carnívoros labios mordiendo tanto corazón,

desgarrando tanto corazón, furiosos pájaros,

en la brisa caliente como la arena donde se derrama

el cuerpo —yacija donde fermenta el deseo, después el agrio

grito de gaviota sola, perdida por el arenal,

vecino ya de la aspereza de los maizales, grito como uñas

arañando en un vidrio, cruelmente—, agosto denso.

Sube un vaho de horno desde la arena, siento

como si la arena hubiese entrado en mí por los poros,

la siento crujir, terrible, entre los huesos. Las sienes

muelen la arena, lentas; parece que la humedad

me hincha los huesos de la cabeza desmesuradamente:

con ella parece crecerme toda la calavera

como por una inminencia gigante. Un estupor,

una savia caliente corre por todos los huesos

deteniéndose en el rostro —petrificado, atónito,

cara al cielo o al silencio—, oh cuerpo, oh vida, oh tú,

súbitamente absorbido, desucado, seco de pronto.

 

 

 

 

De EL HOTEL PARÍS1 (195-1956) (Publicado en 1973)

 

(Fragmentos)

I

Hay el arado, amarillento, con una amarillez de hueso,

y hay el cráneo del asno entre las brozas tiernas

y hay una lejanía de sábanas secándose,

hay una barca en la arena, hay otras cosas, Françoise.

Hay pisadas también, espaciadas y graves,

hay la señal de unas nalgas alegres y pequeñas,

y soledad, Françoise, más soledad aún.

Hay también la cama metálica, hay la habitación

por horas, hay la virgen con unos ojos grandes por el pánico,

y desnuda, en un rincón, mirando avanzar al hombre:

hay la virtud, Françoise, y la virginidad,

y el invierno, en la playa, y hay los cristales, tan sucios,

y hay las sábanas, grasientas, rasgadas con las uñas,

y hay los barcos, Françoise, con nombres prestigiosos,

en el agua lenta y triste y aceitosa del puerto.

Hay dos barcos daneses cargando mandarina.

 

 

 

 

De LIBRO DE MARAVILLAS (1956-1958) (Publicado en 1971)

 

LOS AMANTES

La carne quiere carne.
Ausías March

 

«No había en Valencia dos amantes como nosotros.

 

Ferozmente nos amábamos desde la mañana a la noche.

Todo lo recuerdo mientras vas tendiendo la ropa.

Han pasado años, muchos años; han pasado muchas cosas.

De pronto aún me coge aquel viento o el amor

y rodamos por tierra entre abrazos y besos.

No comprendemos el amor como una costumbre amable,

como una costumbre pacífica de cumplimiento y telas

(y que nos perdone el casto señor López Picó).

Se despierta, de pronto, como un viejo huracán

y nos tumba en tierra a los dos, nos junta, nos empuja.

Yo deseaba, a veces, un amor educado

y en marcha el tocadiscos, negligentemente besándote,

ahora un hombro, y después el pezón de una oreja.

Nuestro amor es un amor brusco y salvaje,

y tenemos la nostalgia amarga de la tierra,

de ir a revolcones entre besos y arañazos.

¡Qué queréis que haga! Elemental, ya lo sé.

Ignoramos el Petrarca e ignoramos muchas cosas.

Las Estances de Riba y las Rimas de Bécquer.

Después, tumbados en tierra de cualquier manera,

comprendemos que somos bárbaros, y que eso no debe ser,

que no estamos en la edad, y todo esto y lo otro.

 

No había en Valencia dos amantes como nosotros,

porque amantes como nosotros son paridos bien pocos».

 

 

 

 

CRUZANDO LA NOCHE

Tanto que no sé quién me ayude en este caso.
Jordi de Sant Jordi

 

El vagón de tercera que cruzaba la noche,

la sucia noche de esparto, la gran noche de La Mancha,

los sacos entre las piernas, las maletas de madera,

toda la noche encendida la miserable luz,

allí, en el miserable pasillo del vagón,

aquella luz que tenía el color del orín.

Los hombres que ofrecían navajas de Albacete.

Aquellas voces de pelos que pedían agua.

El agua caía, caliente, de la locomotora.

Los bultos entre las sombras de las estaciones.

Las tierras de la noche, la gran tierra desierta.

Cruzaba un tren de madera, con una luz de meada.

En Chinchilla subían, de dos en dos, los presos,

atados por las muñecas con un trozo de cordel

y con barba de mil días en el rostro amarillento.

Cruzan toda la noche los miserables trenes,

los vagones de tercera, por una noche de esparto.

Orinabas, de pie, desde la plataforma.

En el lavabo se oían los gemidos del amor.

El salvoconducto costaba —me parece— seis reales.

 

 

 

 

De PARA TODA LA MUERTE (1963) (Publicado en 1977)

(Fragmento)

 

Lo dejo escrito humildemente en silencio

porque puede que lo leas un día

reconociendo una pena un amor.

Tu mano pequeña dentro de la mía

en la oscuridad de una calle que amábamos.

Por ti por ti únicamente por ti

retrobé el encanto de un tiempo pasado.

No dejaré ningún dato comprometido.

Sopesaré tristemente las palabras.

Te puedes casar por mí tal como Dios manda

toda de blanco y con flores de azahar.

Entonarán cantos y música de órgano.

Te enramarán de arroz habitual.

Todo ha pasado como pasan tantas cosas.

 

 

 

Nota

1 Es evidente que muchos de los giros con el verbo «haber» que aparecen en estos versos son muy poco idiomáticos en castellano, pero la fidelidad al original catalán y a su sentido de la insistencia en el catálogo me aconsejan mantenerlos incluso allí donde el lector esperaría encontrar —en lugar de ellos— un «está», un «existe» o algo semejante (Nota del autor).

 

 

 

-Vicent Andrès Estellès
Antología
Colección Visor de Poesía
España, 2024

 

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