

Presentamos tres textos claves del gran poeta italiano en la traducción al español de Guillermo Fernández.
Valerio Magrelli
No hallo ninguna piedra que arrojar
a este lago. Es cierto que de noche
es más difícil buscarlas en la playa
pero casi todo el día
transcurre en pesca y diversión:
y sólo ahora estoy en calma.
Por eso, al fin, es bello hacer brotar
aros líquidos, en la oscuridad
verlos desaparecer templando
en silencio su ritmo:
imaginar la lenta caída
de la piedra en el fondo
hasta depositarse entre las algas
como una hoja, o como una palabra
abandonada en el agua.
Es una danza ritual que une los términos del sueño,
es el sueño mismo, en el que la carne
se vuelve idea y el encuentro de dos dedos
provoca recuerdos lejanos.
La muda soledad del brazo
conoce ahora su palabra en la línea inquieta que
traza a lo largo del lecho, como una cifra
o un sendero. Y el pensamiento eclipsado ensaya las
formas
de esta cultura sepultada que festeja
la luz con signos etruscos. Así, como en
un ritmo vegetal, se alterna la respiración
de la vida y cantan sus raíces de hueso
en el silencio de la mente,
y en la oscuridad del ojo
la mano se transforma en pupila.
Finalmente aprendí
a leer la viva
constelación de las mujeres
y de los hombres, las líneas
destinadas a unirles las figuras.
Y ahora me doy cuenta de los signos
que amarran el desorden de los cielos,
y en esta bóveda dibujada por el pensamiento
distingo la silenciosa rotación de la luz.
Esta es mi nocturna
partida de ajedrez.
Pero juego solo y apunto con minucia
la oscilación de los signos.
Así se cierra el día
mientras paseo
en el silencioso huerto de las miradas.