Un heliotropo para Blas Pascal

 

Un heliotropo para Blas Pascal

 

Por Miguel Ángel Ortiz*

 

Multiplicada en los vidrios de la biblioteca, esta abundancia de luz parece ser la misma que bajó hasta las calles vacías de una epidemia que nos ha dejado confusos y enrojecerá, más tarde, a los animales que atraviesen frente a nuestros ojos. En el lugar donde vivo, cualquier día entre los automóviles y las hierbas urbanas, aparece una vaca pastando, nos ve de reojo, pregunta por su valle.

Tan sólo imaginar una respuesta resulta difícil: nosotros tampoco sabemos. “Somos incapaces de no desear la verdad y la dicha y no somos capaces ni de certidumbre ni de felicidad”, escribió el filósofo, matemático y devoto Pascal (1623-1662) en sus últimos años de vida.

El buceador del vacío anota sobre trozos guardados entre los dobleces de sus ropas, entre los mil papeles de un fichero desordenado a causa de la enfermedad, y por los cruces y bifurcaciones de un pensamiento abarcador e infatigable.

Desorganizado archivo, también, a causa de que aquí, en esta escena de un Pascal que quiere hablar con Dios, priva un orden distinto, ése que distinguimos en las pobres habitaciones de muchos fervorosos, tan alejadas de la higiene papal.

Al filo de la razón, del repaso de un universo inabarcable como el sucederse eterno de los números, el físico francés encuentra en la inclinación del corazón y de la fe, el camino de su identificación, su sentido de ser.

Al final, su rostro reflejado en el estanque del Creador, resulta igual de inquietante que el reflejo de su mirada escrutadora ante una cisterna matemática en la cual no logra encontrar la cifra final, porque en pocas palabras “el último paso de la razón consiste en reconocer que  hay infinidad de cosas que la rebasan”, y que pese a ello “toda nuestra dignidad” consistirá en el pensamiento.

Pascal concluye entonces que esta presencia nuestra en el mundo se trata de una apuesta, no cualquiera sino La apuesta, la fundamental: estar conscientes de encontrarnos, queriéndolo o no, en medio de una partida a la que se ha entrado, y de la cual “el último  acto es horrible  por muy hermosa que sea la comedia en todo lo demás. Finalmente se vierte  tierra sobre la cabeza y todo se acabó para siempre”.

Antes sin embargo, mientras llega, parecemos “correr despreocupados hacia el precipicio después de haber puesto algo ante nosotros que no nos deje verlo”.

El niño genio; prestigiado físico; pensador elevado y recriminado –casi amorosamente— por Nietzsche (“la más instructiva víctima del cristianismo, asesinado con lentitud, primero corporalmente, después psicológicamente, cual corresponde a la entera lógica de esta forma horrorosa entre todas de inhumana crueldad”), pasó sus últimos años en esa especie de entrega religiosa que acompañó sus dolores.

Este año se cumplieron cuatro siglos justos del nacimiento de quien igual que ideó una calculadora incipiente, llegó a garabatear que “la verdad está tan velada en estos tiempos, y la mentira tan afianzada, que a menos que amemos la verdad no sabríamos reconocerla”… pero no es el siglo XVII sino el XXI y la luz, —ese amasijo nuevamente—, se dispersa sobre los cristales de una biblioteca, calienta a una vaca distante, me hace recordar la idea de una gota de Gracia que algunos, —no creen—, colocan en los vasos de la razón.

 

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CITAS

—BLAISE PASCAL. Pensamientos. Estudio introductorio por Alicia Villar Ezcurra; traducción y notas, Carlos R. De Dampierre; Gredos, Grandes Pensadores, España 2012.

—FRIEDRICH NIETZSCHE. Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es. Introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual. Alianza Editorial, España, 2022.

 

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Miguel Ángel Ortiz (México, 1984), es autor de Pasto Blanco (poesía, 2018), Funerales que jamás las brujas (poesía, Premio Amado Nervo 2008), Milagros para una tarde de lluvia (poesía, Premio Carmen Alardín 2007), y El cuaderno de las resignaciones (poesía, Premio Elías Nandino 2005).