La inocencia de lo permanente
PIKIMACHAY*
(20,000AC – 14,000AC)
Descanso la fatiga de una vida sin culpas
bajo la humosa, limosa tierra de una cueva.
Pero antes en las pampas
limpias como el ojo de la luna
fundé la memoria de este país.
Fue como cargar a un puma vivo.
(*) Pikimachay. Cueva situada en Ayacucho. Se han encontrado huesos humanos en su interior junto a esqueletos de mastodontes, “hermanos sudamericanos de los elefantes”, según el arqueólogo Luis Lumbreras, que el habitante de este lugar cazaba para su alimentación. (De Cementerio General, 1989)
LUCHA REYES*
(1933 – 1973)
Mis fiebres, mis fatigas, mis mudanzas.
Mis 14 hermanos que no llegué a conocer.
Mi madre lavandera vencida por el peso
de sus sábanas tendidas.
O la otra, la real, la cotidiana,
mamá Clotilde,
peinándome, peinándome tan dulcemente
que siento una vihuela en los cabellos.
Mis cuartos de estera, mis callejones, mis corralones.
Mi rodar por las banquetas
como grano de frijol: del Callao
a Bravo Chico y luego al callejón del Buque.
Mis primeros valses cuando hacía gorgoritos
despatarrada como la estrellita de Cabrera Infante.
Mi sueño frecuente de la cena infrecuente.
Mi mal antiguo y pertinaz
devorando mis pulmones
mientras leo noticias como éstas:
Elecciones anuladas golpe de estado guerrillas en el Cusco
Javier Heraud muere asesinado en Puerto Maldonado
pena de muerte para Hugo Blanco…
Todas negras como mi maldito cansancio,
como los aplausos en Radio Nacional.
Mis ojos de sapo cantor y mis caderas de negra gorda.
Ya no soy la tímida muchacha que concursa en la tv
y canta en la Peña Ferrando imitando
a Toña la Negra, a la mexicana que tiene
mi mismo nombre, mi mismo apellido (coincidencia
catastrófica, horrenda coincidencia) y es tan borracha
y pobre como yo -y como yo da de beber
agua al sol en un dedal.
Pero tampoco soy la morena de oro del Perú,
aún no comprendo noticias como éstas:
golpe de estado nacionalizan Brea y Pariñas
masacre en Huanta y Ayacucho reforma agraria decreta
el general Velasco…
Y cómo pretender la voz más pura
sin traicionar a mis estrellas,
sucias de moho y esputo.
Y cómo pretender el vals eterno
sin dejar en las ventanas
sangre niebla smog
y no morir.
Mi temor a los incendios, mis maridos.
Mi queja con su hedor a hierbabuena
que se expande por las calles.
Mi ciego y furibundo pájaro-volcán
que picotea el duro mármol
y deja sus plumas chamuscadas en mis manos.
Esta vez ya canto con Pedro Vargas,
cuadruplico el llanto de Juan Gonzalo Rose (Tu voz/ tu voz/
tu voz/ tu voz existe/
anida en el rincón de lo soñado),
me presento en el Sky Room del hotel Crillón,
hay helechos que me envuelven como chales.
Pero en un micrófono presiento
al ojo monstruoso de un insecto
y antes que me digan
que aún joven me encontró la muerte
me arranco la voz y al cielo se la arrojo
para vergüenza de todos los gorriones.
(*) Luisa Reyes. Cantante negra de música criolla (vals, marinera). Llevó una vida llena de privaciones, como todos los representantes de los hogares humildes del Perú. Murió cuando tenía 40 años. (De Cementerio General, 1989)
LA INOCENCIA DE LO PERMANENTE
A los estudiantes de la U del Centro desaparecidos en 1992
En algún lugar hubo un arresto.
En algún lugar se recogió una pequeña cosecha
de cadáveres en un camión. Los soldados descansan
en algún lugar junto a una carretera, o fuman en un bosque.
Derek Walcott
Una camionada de gorriones salió espantada
de la alameda hacia el paradero de los micros
y me pareció que los muchachos se despedían
como el Papa besando la hierba de la universidad.
La errática luz de una linterna
pasó de la presentida amplitud del valle
a unos rostros ocultos, no en máscaras de palo
de nuestras fiestas, sino en la simulación
del aleve pasamontañas. Penetrante aroma
a eucalipto tierno y vagos ladridos de perros.
Se estaban despidiendo del desvanecimiento
de la luz en los erizados magüeyales
donde emboscadas aguardaban las sombras
de unos carros militares. El temor entreveró
los recuerdos de cada uno. El valle entonces
estaba redactando un parte de guerra:
explosiones de bombas acallaban el rumor
de los bailes y sobre los charcos, donde
las libélulas vuelan como planeadores de alas
de celofán, yacían cadáveres sin nombre.
Y ellos repitieron nombres de justos
e innobles inscritos en la guía telefónica
del tunal con la prisa irrenunciable de su edad.
Sus perfiles de greda descendieron
como desvariadas criaturas de las tinieblas
por la boca de olla de una hondonada
pero no pudieron lavarse las escorias de la zozobra.
¿Qué verde debemos devolverle al viento,
se preguntaron, para que la consolación
gire sus pedales alrededor del limpio molino
del paraíso? Sus sentimientos envejecieron
sobre el amplio y temible resplandor del relámpago
congelado en el ojo de las sirenas policiales,
lamentándose por la caricia que no pudieron
arrancar a sus novias de muslos ocupados
por las férulas del deseo. Sintiendo el progresivo
ahogamiento de los grillos subieron a los vehículos
y me pareció que los muchachos habían entendido
mejor que nosotros todas las páginas
del libro del terror y que su sabiduría recorría
los campos de cereales con manos desesperadas
para que el cielo reconociera la firma de su advertencia.
¿Qué podían llevarse a esa marea sin fondo? ¿El fanatismo
de los que hasta esa noche reclamaban la carne
incorruptible del sacrificio? ¿O la indiferente
crueldad del poder que no cede, aferrado a su minuciosa
venganza, sea cual sea la víctima? Manojos de flores
de manzanilla, algo no está bien aquí, algo se está
desmoronando en el aire indivisible, la impiedad
decreta sus atajos sin reparar que nada hay después
del quebranto, el nacimiento del ganado, hornos
de tejas o campanarios ya no serán iguales.
Eso desconsoló a los muchachos que querían
detener la fatalidad del olvido cuando escucharon
al río con su bramadora impaciencia.
Entonces, imaginando el fervoroso vientre
de la colina en que irían a alojarse
arrojaron al camino con olor a abono los versos
de una plegaria: “no hay verdugo que arranque de raíz
la hierba y la arroje a las grietas del olvido sin que
el llanto de la tierra no extravíe el curso del universo”.
Y los gorriones salieron disparados de la fronda
anunciándonos la inocencia de lo permanente.
(De País Interior, 1994)
EL ÁNGEL EN LAS PELUSAS DE LA NOCHE
(Mario Santiago Papasquiaro)
Aquí está el poeta surgido quién
sabe de qué oscuro vientre.
M.S.P.
Echado entre sus libros, con una fractura en la clavícula,
Mario se ve rodando por los escalones de mármol
del palacio de Bellas Artes: ganosa, gansosa de un crimen
de letras, la poesía mexicana se defiende. Una navaja
reluce bajo el solemne faro de su fama y el agridulce autista
es expulsado por su lengua de Pachuco, saltando entre
las mesas del Blanquita, como habría hecho Tin Tan o Marcos
sin pasamontañas. Aspira pegamento en una bolsa bajo
el consuelo de la luna cuernilarga, meciéndose en una cúpula
radiante: el símbolo que estorba en esa arquitectura sin revés.
Le aburre el entramado simétrico del techo, él hubiera
preferido un caos de telaraña. Piensa en Euclides, según
la venganza de Harry Martinson, midiendo las losetas cuadradas
del infierno, “el país plano de la maldad”. ¿No existe acaso
ese país, el padre que elige la coartada de la ausencia o del pasado
para negar al poeta renacuajo -mezcla de perro venusino
& caracol marciano-, su lengua de carnales y rascuaches?
Estuches de casetes dispersos son vagones de un tren
descarrilado, la liebre desinflada del colchón al centro
de la sala, paredes enchapadas de madera y un pino
raquítico creciendo en un barril de la azotea. ¿Morrison
o Jagger?, husmean los lobos penitentes en las pelusas
de la noche. No en el techo, sino en el vacío que arruma
una guitarra tal una religión, Mario raspa el aire:
al estallar el verso un lustrabotas cruza la amplia aduana
de la divinidad. En esa danza travestida del albur gotean
el mezcal y su gusano, hay hornacinas art nouveau
de yeso -¿para poetas premiados, aplaudidos, becados
por el Pri?- y ladra el perro de la Virgen Anaranjada antes
de correr por las paredes como un motociclista de circo.
La mansedumbre en una nube, esa concreta noche
de Tepito: smog, escarcha, ríos de sandía.
Vibra el piso de madera ante el paso de un avión,
es el pequeño dije que se cuela por los trazos
de su lapicero sobre un cuaderno de caligrafía: así
emergen sus poemas hijas drogas del drogo de quien
viene, las migajas-hoguera de su pan galáctico,
rayando, subrayando a la pantera que de un salto
desciende de un camión antes de cruzar el aro de la noche
striptisera. El ojo -y la lengua- atrapados en esa trampa
urbana no pasan por el adn ceremonial de la poesía
mexicana. Ergo: alguien, sobra y sombra, histrión de hueso
sobre hueso, en la lerda Enciclopedia de la Amnesia
no registrará jamás el ácido semen de su nombre.
Un patrullero brama en la ciudad donde el haikú
se graba en la enyesada pierna, menos que luciérnagas
afuera brillan el vidrio y la navaja. ¿Tiene caso
despachar del alma otro sentido? El amoroso desmadrado
recuerda a la muchacha que fue rastreando desde
el metro de París hasta un kibutz de Hebrón, pero antes,
y en su nombre, bajo las exactas campanas de Viena,
escribió prolijos expedientes para una potencia
de la Guerra Fría. Ángeles de pulquería, las moscas
de su sueño se duplican, estorba el signo en la clavícula
pagana, otro hueso, otra espina renuevan su belleza
en esa playa donde la espuma es la escritura inútil
que se lame de la misma nostalgia: un beso eterno.
Cómo interpretar una poética de rasurar tunales, qué
engranaje del discurso muerde el corazón de Wirikuta:
la gorda madona mercantil (&), la cifra (1) que refunde
el sexo del artículo, el verbo tromba en las ovejas
ramoneando su lanuda suerte en el último arroyo de Tlalpan.
Entras en su patria y es el zaguán de los milagros invertidos,
maya transcribiendo el Ciclo Incierto de la Transa
y la evasión masiva por las púas (/) de Tijuana,
cuádruples puntos (::) en el lampiño coyote de la migra.
El grado cero paradero en el pronóstico sin tiempo.
Mario Santiago, hay veces que la tierra se sacude
las escamas y las nuevas pirámides se caen, naipes
de Tarot aplastados por la planta de un gigante, pasa
el huracán con su antifaz de narco y en la luna calva
de la Guadalupe montas a pelo el cráter del volcán.
Cero pues, pero cero del incendio. El dolor ha rebrotado
mientras la arquera Diana, en la azotea, oxida sus senos
de forjado hierro en la puerta del inmóvil ascensor
desde los tiempos de Zapata, salta el polvo tras el bote
de un balón de básket y zapatean los muchachos
vigorosamente, cantando alrededor del pino: “en mi
metro cuadrado no se mete nadie, estamos bailando
mi tragedia y yo”. Y las hojas de afeitar (azules,
descartables) reposan en el húmedo musgo de la ducha,
chapas de cerveza ruedan tal los dados ruidosos
del Señor mientras el sobreviviente agradecido se faja
lentamente el hombro chivo de las expiaciones, donde
la poesía mexicana ha blandido el sonoro mazazo
de la mafia. Agradecido de vivir, no de escribir, de no ser
electroshockeado/como su carnal más chavo, se siente
madre de su madre (el poeta abuela del venado),
arrumando cuadernos de blasfemias, donde su mirada
de alacrán o colibrí lava a la peña soledad de los ácidos
chubascos. En esa azotea de un palacio colonial, maniquíes
y puestos de comida al paso/al peso notarías, hay otra
diosa en la escalera de piedra, sudada, renegrida, cables
de luz son el tejido muscular en la botella de formol, otros
casetes -más himnos de Lou Reed- y menudos conejos
que olisquean lo que siempre dejas, Mario, hebras de tabaco
en los bolsillos, una sonrisa invicta y escogidas frases de la burla.
También la luna como bola de billar que traza una impecable
curva en el paño del desierto. Y en ese corazón la muerte no entra.
(De Ángeles detrás de la lluvia, 2009)
LA HORA EN QUE SOBRA LA ETERNIDAD
(Retrato tumultuoso de horazerianos e infras en ascensor al infierno)
El tiempo estaba condenado a la poesía
porque era el júbilo de caminar,
reconocer, tocar cuerpos que en el aire prolongaban
su intransigencia.
Qué tales biografías, batallas del día,
puentes sin más destino que atravesarlos por puro desatino,
sabuesos en mancha rastreando presentidas catástrofes.
Calígrafos del instante, de una traición y un pecado
no muy originales. La familia delatando
en sus textos miserias y rebajados sueños.
Nunca juiciosos, calculadores o protocolares.
Era hora de que echásemos fuego,
confundiéramos a los solemnes, cayéramos
en la cuenta regresiva.
¿Qué poesía iríamos a encontrar
lanzándonos a la calle con la sabiduría de los perdedores?
También fue una danza con nuestra
solitaria sombra
multiplicada por el sol
que escondíamos en las madrugadas de las plazas
en una bolsita de té.
La alarma vibrante
de la revolución en la paridez del momento.
Al cero de ese cielo sin aguacero
la banda de jóvenes que emergían como pieles rojas
de cada bar con un libro de poemas y una forma
exquisita de mandar a la mierda todas las imposturas
de la palabra.
Casi facinerosos, casi expendedores
de drogas, rockeros sin mucho futuro, bancarios
o hijos de bancarios, de aduaneros, del Loco Trámite.
No se puede transar en el poema cuando la vida
te asalta con verdades atroces.
Confesiones alrededor de una botella,
ve tú a saber qué colección de rockolas,
otra pellejería o la misma contada al revés
con la luna rodando por el mantel de los parques.
Esa clase de anarquistas
y sus hartas ganas de botar el pulmón
en las movilizaciones donde la poesía
con una pancarta ponía
arrodillaba a los dinamiteros.
Trasgresores semánticos
en el pabellón de politraumatismos.
Plaga de gente jugando cachito en mitad de la pista.
¡Mi reino por un manifiesto!
Sus amores, su geología, sus mentadas
tan comentadas
en doscientos estadios donde por los
altavoces se declaraban resentidos sociales
con la verbosa indignación de un concierto.
Inhaladores de la belleza que sí se deslengua
y se trabalengua,
que sí se abrocha
en el mudo sonar del amor perplejo.
Lo oculto en lo culto limpiando los ojos y el alma
de cada crimen del día.
Y si estos fueron los sueños de los ángeles apalabrados
aquí sobra la eternidad.
(De Aquí sobra la eternidad, 2012)
DESBORDADA RESIDENCIA
Para mi Tatu
Tú eres mi árbol de flores azules
que los botánicos llaman “jacaranda mimosifolia”,
aunque es más bonito solo decirte jacarandá.
Tú eres el irrepetible
cielo ramificado en cualquier cuerpo de agua
tiñendo con tus flores las plumas
del gorrión que los ornitólogos llaman
“sialia corrucoides”
y es mejor conocido como azulejo,
el ave peregrina que viene
a poblarte desde el lago Ontario.
En la leyenda amazónica
el pájaro tiene el nombre de mitu
y gorjea en tus cálidas ramas
mientras el jacarandá con su danza
riega de hojas todos los atajos del retorno.
Y como eres mi árbol
sabes que me sombreas
porque no tengo otro don del amor
que tu reinvención.
Por eso ahora te llamo gualanday
que es más bonito todavía.
(Del libro inédito Bajo el cielo haragán, 2014)
NACIMIENTO MAYA
Según el códice maya nací
el 15 de febrero de 3379ac
cuando hizo su aparición
el IV Sol
durante aquel eclipse en que
mares se reunieron con cielos
peñas con salamandras
y salamandras con avistadores de estrellas
igua-
lito que en la fugicéntrica poesía.
Y como en todo este tiempo
no he hecho otra cosa que vestir
mi remendado traje de monje sin religión
sigo rezando una palabra revesera:
moramoramoramormoramoramoramoramor.
(Del libro inédito: Bajo el cielo haragán, 2014)