Tudor Arghezi

Salmo y otros textos

 

 

 

 

 

TESTAMENTO

 

Cuando yo muera, hijo, no te dejaré más fortuna

que un nombre impreso en un libro.

en la rebelde noche que viene

desde mis antepasados hasta ti,

salvando barrancos y simas profundas,

que mis abuelos cruzaron de rodillas

y que joven, tendrás que remontar tú también,

mi libro, hijo, es sólo un escalón.

 

Fervoroso y fiel, mira el libro como cabecera de la estirpe.

Es vuestra primera ejecutoria,

de los siervos en sayal tosco, lleno

de las osamentas que llevo en mi alma.

 

Para poder trocar ahora, por primera vez,

la azada en pluma y el surco en tintero,

nuestros abuelos cosecharon, entre las blancas yuntas,

el sudor del trabajo a lo largo de muchísimos siglos.

De sus gritos arreando a las bestias

surgieron palabras justas, sutiles,

y cunas para los futuros descendientes.

Convertí las palabras, amasadas durante centurias,

en versos e imágenes.

De los harapos hice brotar guirnaldas de flores.

Cambié el acíbar en miel,

dejando íntegra su dulce fuerza.

 

Apresé el insulto e, hilándolo sin prisa,

alguna vez fue engaño, injuria otras veces.

Recogí del lar la ceniza de los muertos

e hice de ella un Dios de piedra,

alto confín con dos mundos a sus pies,

velando en la cumbre de tu deber.

 

Encerré nuestro más sordo y más amargo dolor

en su solo violín,

y al escucharlo, el amo tuvo que bailar

como un chivo degollado.

De las pústulas, del moho y del fango,

Hice brotar hermosuras y nuevas virtudes.

El restallar del látigo en la carne e convierte en palabras

que saben vengar y castigar lentamente

el brote latente del crimen de todos.

Es la justicia del ramo oscuro

que surge del bosque a la luz plena

y lleva en su entraña, como un racimo,

el fruto del dolor de todos los siglos.

 

Perezosamente tendida en su canapé,

la doncella sufre dentro de mi libro.

La palabra de fuego y la por mí forjada

se abrazan y se ayuntan en mi obra,

como el hierro rojo entre las tenazas.

El siervo la escribió, el señor la lee,

sin percibir que en su trasfondo

yace el odio de todos mis antepasados.

 

(Versión española de Darie Novacèanu)

 

 

 

 

EL PRÍNCIPE TEPES*

 

Hay paz en el país, y fuera también;

los confines están tranquilos como nunca,

y hoy, en los protegidos campos,

los labradores cantan y surcan la tierra.

 

Al iniciarse la dulce primavera,

el pueblo recuerda las leyendas

y las hojas tiemblan en las ramas celestes,

y también, secretamente, tiemblan los boyardos.

 

Por supuesto, el Príncipe pensativo

está decidido a purificar el mundo.

Mete el palo hasta el cuello de los hombres

para que el culo encuentre la campanilla.

 

No hay piedad ni demoras

para quien se opone a la justicia.

Religioso, el Príncipe, a la vez que el palo,

prepara las velas y el pudding de trigo.

 

Respetuoso con las buenas costumbres,

para los grandes —sean paisanos o turcos—

tiene palos diferentes, horcas soberbias

para distinguir sus jerarquías.

 

Puede verse a los visires en sus alturas,

empalizados sobre majestuosos chopos,

y para los santos, los curas y los obispos

tiene madera santa y olorosa.

 

Y he aquí que las Cortes del país se reúnen

para agradecer al Príncipe la paz.

Él está en su trono. Silencioso.

El alma cubierta de adargas.

 

Y mientras amigos y cortesanos con armaduras

brindan y alzan las copas de vino

en honor de las hazañas de Su Majestad,

el Príncipe piensa en los palos que se merecen.

 

* Vlad Tepes fue un príncipe rumano convertido por las leyendas en Drácula.

 

(Versión española de Darie Novacèanu)

 

 

 

 

MORGENSTIMMUNG

 

Tu canción se ha insinuado en mis adentros

una tarde, cuando,

aun cerrada con cuidado, la ventana del alma

se había abierto al viento,

ignorante de que te oiría cantar.

 

Tu melodía ha impregnado toda la casa,

las cajas, los cofres, las alfombras,

con un perfume sonoro. He aquí

que han saltado los cerrojos

y el santuario ha quedado abierto.

 

Tal vez nada habría sucedido

si, a la vez que el canto,

no hubiera llegado a hurgar tu dedito

buscando mirlos en las teclas del piano,

ni hubiera tenido tu cuerpo tan cerca de mí.

 

Con el trueno, hasta las nubes se han derrumbado

dentro de la habitación del universo cerrado.

La tormenta ha traído a las grullas,

a las abejas, también las hojas… Son

muy frágiles las vigas, como pétalos de flor.

 

¿Por qué cantaste? ¿Por qué te escuché?

Te has fundido dentro de mí, transparente,

inseparables ya los dos en lo alto.

Yo venía desde arriba; tú llegabas desde abajo.

Tú venías de la vida; yo llegaba de la muerte.

 

(Versión española de Darie Novacèanu)

 

 

 

  

SALMO

 

Mi culpa es haber codiciado

solo la fruta prohibida, siempre.

Yo he apetecido a todos los bienes.

Me colé en la plaza, con el anochecer,

y la metí a saco durante su sueño,

con el brazo tendido y el puño cerrado.

Mi paso sobre el mármol, silencioso,

pisaba pausado, como en la arcilla.

La bandera de la noche, estrellada,

cobijaba cada uno de mis gestos,

adormeciendo centinelas en la calle,

arrimadas sus espaldas a las lanzas.

Y al volver con mi botín, montado,

también llevaba alguna mujer presa,

con el pelo de tabaco,

con el pezón oscuro como zarzamora,

y la mirada ágil, de vencejo.

Las fáciles tentaciones apacibles

nunca fueron ni son para mí.

En mi plato, igual que en mi mente,

me hice el sabor fuerte del veneno.

Me baño en hielo y duermo sobre riscos,

donde hay sombras, yo amaso chispas,

en el silencio sacudo las esposas,

derribo el portal con las cadenas.

Cuando estoy arriba, en la cima,

busco el peligro y hasta lo suscito,

escojo el sendero augusto por camino

y llevo a cuestas toda la sierra.

 

Mas mi pecado verdadero

es grave e imperdonable.

 

A ti, Dios, es a quien traté

de derrocar yo con mi pobre arco.

Ladrón de cielos, me empeñé

en saquear con águilas tu reino.

 

Más al soñar yo en secreto con tus bienes,

oí tu voz decir: “No puede ser.”

 

(Versión española de Domnita Dumitrescu)

 

 

 

 

LA SOMBRA

 

Te perseguí a lo largo de las eras y los siglos,

desde ese tiempo en que tú ibas a cuatro patas,

errante en el terror, acosado por las bestias

y buscabas tan sólo tu cueva y tu comida.

 

Compañera sin habla, quieta o en movimiento,

imagen fiel, idéntica a tu molde,

juntos nos apretábamos, espiando en acecho

el paso de las bestias, lento, bajo las ramas.

 

Así, tú y yo, escondidos al fondo de las grutas,

¿sabías que los dos no éramos más que uno,

por una doble esencia unidos aquí abajo,

gracias al tenue velo de aire que nos divide?

 

Yo soy, a ti ligada, tu sombra irreductible,

yo esbozo para siempre la forma de tu cuerpo,

sobre arenas ardientes o en las rocas gastadas,

como una negra araña girando en torno tuyo.

 

Soy el girón de noche que al nacer te ofrecieron.

Yo salgo y entro en ti al alba o al poniente.

Tú me huyes, más vuelves a mí en la gran tiniebla,

a mí, doble del hombre y los días que pasan.

 

En mí, toda la historia se acumula, invisible.

Adivina en qué tiempo será llena o vacía.

Los goznes de los muros, secretamente, giran,

sin ruido, y sólo sale una señal de humo.

 

(Versión española de María Teresa León y Rafael Alberti)

Tudor Arghezi (Bucarest, 21 de mayo de 1880-Bucarest, 14 de julio de 1967). Fue un poeta y novelista rumano, elegido miembro de la Academia Rumana en 1955 ... LEER MÁS DEL AUTOR