Tomás Watkins

Grito de nadie

 

 

 

 

Grito de nadie

 

Tu locura y la mía son once dedos, tres narices,
cinco ojos. La locura de todos los árboles.
Raúl Mansilla

Detenido, vivo, ubicado

entre cierto tipo de sonidos,

ignorante

con el corazón desnudo,

honorable de un honor al filo

del grito

por nadie

perdido.

 

Cada frágil melodía

se quiebra como tu sonrisa.

 

 

 

 

Yesterlove[1]

 

Fuiste

río.

 

El ojo restalla

—pensás— y fuiste

cerca un

agua aun

perdida.

 

El deseo dejó

de convertirte

en otro.

 

 

 

 

Enemigo interno

 

En sueños,

herimos con placer

cuerpos amados.

No buscamos

explicar: disfrutamos

la tortura de juguete.

 

No buscamos despertar.

 

 

 

 

Mac por la mañana

 

Cascada el acto de caer

cabello desde el borde.

 

El contexto poco importa

pero vale: un cuarto, apenas

un efecto de luz que legitima

coordenadas, un ser que disfruta

de otro que duerme,

 

invisible.

 

 

 

 

A cuenta del alba

 

Estabas inspirada; la noche

un pañuelo.

 

Saliste a caminar,

ungida de violencia,

a cuenta del alba

todavía aparente. Pero

 

todos se han ido. Amantes,

amigos, tan dulce, tan niña.

Una sonrisa brusca

mancha tus dientes, un remolino

borra la calle.

 

Pronto vos también partirás: tu boleto

es de ida, la arena espera, te devuelve.

 

 

 

 

Written

 

Recuerda la liviandad, no la boca,

recuerda la emoción cuyo efecto

es tesoro opaco pero brilla;

piensa que las palabras ofrecen

homenaje a nadie destinado.

No es la misión, es egoísmo,

es retener para sí una alegría

que hubo de hallar o, simplemente,

aceptó y no aceptó ganarle al verbo.

 

Escribe. No es él, pero su cuerpo

escribe (todo el cuerpo escribe)

y siente la embriaguez de estar salvando

el alma de los kafkas que no leen,

de las mujeres que se mueren por amor

de los hombres que se mueren por amor

y el amor ideal que justifica

la muerte apasionada y la cultura.

 

No es él, ya no, su cuerpo azorado

persigue justicia, cuestión de espacio,

de esmero en la esgrima del teclado

para que el buen sonar no se comprenda;

escribe en virtud de un proceso

que arrojó al torrente licencioso

la memoria de lo bello.

 

Apenas son inciertos materiales:

unos labios, el contacto imposible,

la idea prontamente abandonada

de tramar ficciones como besos.

 

 

 

 

Cuando el fin

 

Escrito el encuentro

como un riesgo a suceder

sobre los cuerpos. Máscara mínima

el corazón galopa, golpea,

se torna humedad: todo el mar, honesto

como un animal acorralado: o embiste,

o se echa a tus pies.

 

 

____________

 

[1] A partir de la canción de Sam Gopal, no de la de “Smokey” Robinson & The Miracles.

 

Tomás Watkins (Neuquén, Argentina, 1978). Trabaja hace 20 años en el área de educación de su provincia. Actualmente hace libros para enviar a las escu ... LEER MÁS DEL AUTOR