

Presentamos algunos textos del gran poeta inglés en la traducción al español de Jesús Pardo.
Ted Hughes
Pibroch
El mar aúlla con su voz vacía
tratando por igual vivos y muertos,
cansado de la bóveda celeste
después de innumerables noches faltas
de sueño, de objetivo, de autoengaño.
Como piedra. La piedra es prisionera
como ninguna cosa muerta o viva.
Universo de ovejas negras. Crece
consciente a veces de la mancha roja
del sol, soñando que es de Dios el feto.
Sobre la piedra el viento se apresura
y sabe penetrar en nada, como
la oreja de la piedra ciega misma,
que se da vuelta como si sintiese
su mente una explosión de direcciones.
Bebiendo el mar, la roca devorando,
el árbol lucha por abrirse en hojas:
una vieja caída del espacio
que desconoce nuestras circunstancias.
Sigue asiéndose, enteramente loca.
Minuto tras minuto, evo tras evo,
nada se frena ni se desarrolla.
Y no es tanteo ni frustrada prueba.
Aquí ojiabiertos ángeles penetran.
Aquí todos los astros se arrodillan.
Rosa del alba
Está fundiéndose una vieja luna helada.
Agonía bajo agonía, el silencio del polvo,
y un cuervo que conversa con los cielos de piedra.
Desolado es el grito recortado del cuervo
como boca de vieja
cuando los párpados terminan
y las colinas persisten.
Un grito
sin palabras
como el quejarse del recién nacido
en la balanza metálica.
Como el sordo fogonazo y su estertor
entre coníferos, a la media luz lluviosa.
O como la estrella de sangre repentinamente caída,
pesadamente caída sobre la hoja suculenta.
Secretaria
Si alguien la toca llora, da un chillido,
se esconde, oculta la terrible herida:
como un gorrión se pasa el día entero,
entre hombres, mirando de reojo,
al menor ruido sale disparada.
Por la noche sortea los piropos
como un ratón. Por fin, segura, en casa,
cose camisas, zurce calcetines
al padre y al hermano, hace la cena,
se acuesta pronto y cierra, con la luz,
sus treinta años. Duerme nalguiprieta,
cierra sus bellos ojos hasta el día.
Setiembre
Vemos la oscuridad cernerse lenta:
no la miden relojes.
Cuando besos y abrazos se repiten
desaparece el tiempo.
Es verano. Las hojas cuelgan quietas:
a mi espalda una estrella,
bajo un brazo sedeño un mar me dice
que ya no existe el tiempo.
Las hojas no midieron el verano
ni hacen falta relojes,
sólo tenemos lo que recordamos:
minutos que nos llenan la cabeza
como a esos reyes desafortunados
que el populacho acosa,
mientras, lentos, los árboles reflejan
sus copas en el charco.
Un gesto
He aquí este gesto escondido.
Buscaba un hogar. Tanteó rostros
distraídos, por ejemplo, el rostro
de una mujer que se sacaba un niño de entre las piernas
pero en aquel rostro duró poco tiempo el rostro
de un hombre preocupadísimo
con el acero volador en el instante
de un choque de automóviles se fue de su rostro
dejándolo solo eso duró menos tiempo incluso, el rostro
de un soldado disparando ráfagas de ametralladora no mucho tiempo y
el rostro de un jinete en el segundo
en que chocaba contra la tierra, los rostros
de dos amantes en los segundos
en que tanto se penetraban que olvidáronse
completamente uno de otro yeso estuvo bien
pero tampoco duraba.
Así pues el gesto probó el rostro
de una persona perdida en sus gemidos
un rostro de asesino y el momento áspero
en que el hombre rompe todo
lo que se le pone a tiro y es capaz de romper
luego se fue de aquel cuerpo.
Probó el rostro
en la silla eléctrica buscando una permanencia
de muerte eterna pero era demasiado plácido aquello.
El gesto
volvió a hundirse, desconcertado por el momento,
en el cráneo.