Ted Hughes. La vida trata de ser vida

Presentamos tres textos claves del gran poeta inglés en la traducción al español de Juan Tovar.

 

 

 

Ted Hughes

 

 

Una motocicleta

Tuvimos una motocicleta toda la guerra.
En un cobertizo – trueno, fuga, confracción
Acalambrada en herrumbre, bajo la ropa del lavado,
abatida, desclasada
Por las Metralletas, las Bombas, las Bazucas por doquier.

La guerra terminó, las explosiones cesaron.
Los hombres entregaron sus armas
Y se estuvieron ahí, flácidos.
La paz los tomó prisioneros.
Los llevaron en rebaños a sus pueblos.
Empezó la horrible privación
De alzar a pulso una vida a partir de las avenidas
Y los centros de recreo y los salones de baile.

Entonces el autobús matutino era tan malo como
cualquier camión de trabajo.
El capataz, el patrón, tan malos como los SS.
Y los extremos de la calle y las vueltas del camino
Y la insulsez de las tiendas y la insulsez de la cerveza.
Y la monotonía igual de pueblo en pueblo
Eran tan malas como el alambre de púas electrizado.

La guerra retenida dolía en los testículos
E Inglaterra se redujo al tamaño de una pista para perros.

Así que vino este joven callado
Y compró en doce libras nuestra motocicleta.
Y la puso en marcha, con dificultad
La pateó hasta revivirla – una erupción
Rompió el sueño de seis años, y el joven se rio.

Una semana después, cabalgándola, antes del alba,
Una mañana de neblina y escarcha,
Escapó

Contra un poste de telégrafos
En la recta larga al oeste de Swinton.

 

 

 

La vida trata de ser vida

La muerte también trata de ser vida.
La muerte está en el esperma como el marino ancestral
Con su horrible relato.

La muerte maúlla entre las mantas – ¿es un gatito?
Juega con muñecos pero no puede interesarse.
Contempla la luz de la ventana y no puede discernirla.
Usa ropa de bebé y es paciente.
Aprende a hablar, mirando las bocas de los otros.
Ríe y grita y se escucha pasmada
Contempla los rostros de la gente
Y ve la piel como una luna extraña, y contempla la hierba
En su posición igual que ayer.
Y contempla sus dedos y oye: “¡Miren a ese niño!”
La muerte es un expósito
Atormentado por cadenas de margaritas y campanas de domingo.
La arrastran de aquí a allá, como muñeca rota,
Niñas que juegan a las madres y a los funerales.
La muerte sólo quiere ser vida. No acaba de poder.
Llorando está llorando por ser vida
Como por una madre a la que no recuerda.

Muerte y Muerte y Muerte, susurra
Con ojos cerrados, tratando de sentir vida

Como el grito en la alegría
Como el brillo en el relámpago
Que vacía el roble solitario.

Y esa es la muerte
En las astas del alce irlandés. Es la muerte
En la aguja de hueso de la cavernícola. Y todavía no es muerte –

O en el colmillo del tiburón que es un monumento
De su lamentación
En un litoral de la vida.

 

 

 

Un dios

El dolor le tapó los ojos como un sombrero de bufón
Le enterraron electrodos de dolor en los parietales.

Era inerme como un cordero
Que no puede nacer
Cuya cabeza cuelga bajo el ano de su madre.

El dolor acuchilló su mano, en la horcadura de la M,
Hecho de hierro, del corazón de la tierra.
De ese dolor pendió
Como si lo estuvieran pesando.
La destreza de sus dedos le valió
Lo que los cascos del buey, en el bote de basura,
Valen a la cabeza cortada a cercén
Que cuelga de su gancho galvanizado.

El dolor enganchó su pie de parte a parte.
De ese dolor, también, pendió
Como si lo exhibieran.
Su paciencia tenía sentido sólo para él
Como la sanguínea sonrisa invertida
De un medio puerco colgado.

Allí, colgado,
Aceptó el dolor a través de sus costillas,
Porque no era más capaz de evitarlo
Que la colgante liebre del recovero,
Oculta debajo de ojos que se aconcavan,
Es capaz de evitar
Lo que ha reemplazado su vientre.

No podía entender qué había pasado

Ni en qué se había convertido.