La piedra y otros textos
LA PIEDRA
sostener en silencio
como amar
es un arte
¿existiría el mar
si no lo contuviera?
me derrota
algo intangible
como el agua
su transparencia
¿si no me enfrentara
existiría el mar?
soñar sin perderse
es un arte
a veces una roca
se estremece contra la orilla
perdida
hasta lo irreductible
se amalgama
amar es eso
y te sorprende
un filón de topacio
en el porfirio
entonces qué creías
que es el oro
sino la cicatriz
es infinita
la ruptura
los bordes
son difusos
todo es fragmento
polvo del sentido
de las piedras
si mi amor es eterno
también la soledad
incorruptible
gravitando en el espacio
de la separación
sostenida de mí
no estoy quieta
todo me atrae por igual
el cielo es una pampa
el imán de la estrella
es su distancia
soy intrínseca
el arte de estar
quieta
es dar el corazón
al movimiento
silba el viento
un eco
de lo que ya anunciaba
mi desprendimiento
¿cantaría el agua
si no me atravesara?
agazapada en mí
espero
otro momento de la tierra:
una temperatura del amor
que funda hasta las piedras
de La bestia ser
LA NOCHE DE TANABATA
Es la noche
de Tanabata
pero yo no sé dónde está
la orilla del río
del cielo.
Ni el cielo
lo dice.
No sé cuál es el puente
que nos une
y nos separa.
Yo no sé qué pasó,
la vida no es un lugar
seguro.
No hay ceremonias,
los amantes unidos
por un hilo de plata.
Sueño con calles
en las que estás caminando
mientras sueño,
al despertar es tarde.
Yo no sé qué hacer,
el amor es animal.
El camino terminaba
en un acantilado.
Iba un loco
en un coche policial,
feliz de andar en auto,
sentí miedo del dolor,
de la química,
de las palabras que se quiebran
de pronto.
Fuera de mí,
fuera de mi casa,
fuera de todo lo que te ofrecí
voy.
Pero vuelvo, no creas
que pedía más
que la intensidad del azul
ante el naranja.
Yo no sé qué pensar,
para qué
si no quiero entender,
si no hay razones
a veces.
No sé si creer otra vez
en signos que no sé leer
en el río del cielo.
No sé si buscar el puente,
quizá nunca lo hubo.
No sé qué decir,
acaso te convoco sin saber
adónde.
No importa,
haré una ceremonia incorrecta
mirando la luna.
Pregunto a tu parte oscura
si es cierto
que desayunamos juntos.
El tiempo pasa,
no hay aniversarios.
La vida gira
bruscamente,
yo no vi la señal.
Ya no sé si es mejor
perder lo que se debe
para encontrar,
antes me dije estas cosas
pero estoy cansada.
¿No hay nada que decir?
No hay nada que hacer
para desanudar las almas que se aferran
a otras almas anudadas
a otras almas.
¿No hay parte en el amor
que guarde algún recuerdo?
de la luz
sobre la contingencia.
Acaso es un torrente
continuo
y precisamente
por eso.
Ya no sé quién sos.
No pudimos despedirnos
de los muertos.
Así sin inhumar
el cuerpo de este amor
enterrará el próximo amor.
Como fui yo el cordero
bajo el mismo puñal
que habías recibido.
Ahora soy quien pregunta
al río:
el amor es un torrente
continuo
pero estamos fijos en el horror
de no permanecer.
Hasta el fuego
necesita adherencia,
sólo la noche existe
aunque nadie la mire.
Acaso el puente para dejar
en claro:
cada uno ocupa un sitio
diferente.
No era necesario,
siempre estamos solos,
siempre está a la vista.
No te pedía el alma
por un pacto,
ya no hay pactos,
“es la estrategia del demonio
hacer creer que ya no existe”.
Ya no sé si creer
en las palabras,
es la noche de Tanabata
y no lo sabés,
no leímos los mismos libros.
No sé el lugar
que no conozco,
no hay corazón tan sabio
ni vocación de tenerlo
ni quien
indique el camino.
No hay caminos,
es el momento para inventar
liturgias,
construir un gesto,
un filme o un río
para los separados eternamente.
Eternamente despidiéndose
de sí mismos.
Reconstruirse en el dolor
es otro dolor:
que lo desee
no hará que exista.
Preparo café,
ya no puedo sentir más frío
por hoy,
por este año.
Todo ha sido
una actuación en el vacío,
algo se quiebra
para instaurar.
En todo viaje, la ausencia
o volver,
se mueve el paisaje.
De todos modos el río
está cegado aquí,
tiene una sola orilla
y cada vez
se es más inteligente.
Quiero decir más triste.
Ahora sé
que está cayendo la noche
de Tanabata
como una noche
más.
de Matar un animal
LA VIUDA NEGRA
Quizá la vida
es el momento
al despertar
en una hora muerta
entre la medianoche
y la madrugada.
Una palabra
se disuelve al llegar a la boca
porque se abren los ojos
y es otra la casa,
los objetos en su dimensión,
ya no se necesita
más que un cigarrillo,
encender la luz,
fue un momento de estupidez.
Se extraña
a quien no se conoce,
aun cuando está allí.
Un café,
hay películas
durante toda la noche.
No se puede salir
con esta tormenta
que sacude los árboles,
un huracán magnífico
batiendo la calle,
los cristales,
alzás tu copa
hacia la ventana empañada.
Tu copa sin somníferos,
quisieras dormir como él,
absorber su pesadez,
su contundencia.
Qué se puede hacer
con esta lluvia,
lavar su copa,
limpiar lo que tocaste,
tenés que dejar el cuarto
antes de que él despierte,
nunca dirá que te recuerda,
que no entiende qué pasó
pero denunciará la falta del dinero,
del reloj.
Las mejores presas
se encuentran en el bingo.
Da igual, siempre es un sueño
superpuesto a un rostro
u otro.
Nadie está aquí,
nadie estaría aquí
cuando te despertaras
si te durmieras.
Pero hay una película,
llueve y alguien duerme a tu lado,
el cuarto está tan tibio.
Dormir
sería sin embargo despertar.
Sería dormir,
nadie te protegería como vos
al fin y al cabo lo protegés
de atravesar esta noche inmensa.
Paró la tormenta,
un cartel ilumina el espejo
y lo deja a oscuras,
con esa luz te peinás
y desaparecés,
te distraés con tus uñas,
ahora te retiene el silencio
o queda algún detalle
o falta algo,
la alianza
que cuelga de una cadena
sobre tu pecho.
La mente registra infinitos
números de teléfono,
retazos de frases,
gente
que para vos es sólo gente
y apenas te registra
como gente,
esa mujer que pasea a su perro
es el centro de su mundo.
Desde el cuarto
se percibe la llegada del otoño,
es un estado de la calle,
un viento melancólico en los árboles
furiosos
por el fin del verano.
Volvés a mirar la alfombra,
sentís que algo dejás
en esta habitación.
No importa que fumes,
todo el mundo fuma la misma marca,
no hay algo que te distinga
y nunca acertarán
en lo que te diferencia.
Aquí se ve el cielo,
lo habías olvidado.
El dinero es suficiente,
podrías ir a otra playa
antes de que llegue el frío.
O a cualquier parte,
por qué no este cuarto.
Te queda poco tiempo.
Sin embargo te quedás
mirándolo dormir,
te recuerda algo.
O es el otoño
en que todo parece recuerdo
de una felicidad perdida
como si tu relato de viudez
fuera cierto.
Querés ver el final de esta película,
“miénteme, Viena,
dime que me has esperado
todos estos años”.
Nunca dicen no quiero,
dicen no puedo,
en otra época
lo hubieras tomado en serio.
Pediría demasiado,
dijiste,
así es que no pido nada,
tomo lo que me interesa,
se rió,
se excitó,
no era un chiste.
Ya no sabés quién comenzó
la vieja historia,
es la ley del juego,
toda presencia amenaza despojarnos,
también para vos es un riesgo,
te están buscando en los casinos.
Un día me voy a encontrar
con mi destino,
pensás,
un alfil blanco
recorre esta ciudad
como un tablero,
ante cada pregunta posible
las responde todas,
devora los caballos.
Cabalgan, Viena
en pantalones de cuero
negro,
camisa negra,
esos ojos
esperaron demasiado,
destila un alcohol
venenoso,
tiene su propia taberna y llega
Johnny.
Quizá el amor sucede,
quizá exista
un nombre para decir
al despertar.
La noche es un animal
agazapado,
no la araña
que tira demasiadas líneas
en sitios de tránsito
previsibles.
Sin embargo en esa hora
de nadie
la araña parece una mirada.
Algo te paraliza
en este cuarto.
Algo que apenas sentirías,
algo
después de todo pequeñísimo
como una araña
amenaza revelarse como un rayo,
un escalofrío ante el contacto
de esta noche,
ahora
una lluvia fina
y persistente.
Los árboles están quietos,
comienza a amanecer,
apagás el televisor
y te lavás la cara,
la lluvia
va a acompañarte durante el viaje
como un solo de saxo,
no es un final tan malo
aunque trillado,
Viena lo esperó, realmente,
todos esos años
por un solo momento
de estupidez.