La magia de la rima
Por Víctor Manuel Mendiola
I
Aunque en México es muy bien conocido el llamado “Soneto en ix” de Stephane Mallarmé, el lector atento podría preguntarse si este enigmático poema, comparable en originalidad y renombre al “El desdichado” de Nerval, ha tenido una influencia real en la práctica de la poesía mexicana y, en general, en la práctica de la poesía escrita en español.
Dos cosas saltan a la vista al considerar el soneto: 1) las dificultades de su interpretación producen una atracción enorme en ensayos y traducciones; y 2) la composición es prácticamente tan relevante, por la atención crítica que ha recibido, como el poema “largo” Un tiro de dados. Casi podríamos decir que estos dos textos representan no tanto la síntesis de la poesía –porque eso se da por sabido– sino dos formas de escritura y de experimentación, dos caminos que se complementan, pero que también en su proceder esencial –y esto es algo que vale la pena pensar– podrían, en el juego de las afinidades y las diferencias, excluirse y proponernos formas diferentes de concebir la creación y realizarla.
Ya desde el momento mismo de la muerte de Mallarmé en 1998, Rubén Darío escribió, en el asombroso y rápido ensayo encargado por El Mercurio de America, estas palabras de comprensión de la magnitud del texto: “… el ptyx, cuya enunciación ha azorado gran muchedumbre fuera del templo, en uno de los incomparables sonetos”.
Si tomamos como referencia el ejercicio creativo de Octavio Paz, tanto en su reconocidísima traducción del “Soneto en ix” como en el lúcido ensayo que le dedicó en “Comentario”, podemos ver de golpe todas las dificultades de lectura y de importación / apropiación que plantea el poema. Paz expresa la singularidad de la obra en estos términos:
Desde su publicación este soneto asombró, irritó, intrigó y maravilló. Aparte de las dificultades sintácticas y de interpretación, el vocabulario presenta varios enigmas. El más arduo: el significado de ptyx.
Como Paz explica en su texto, siguiendo las inquietudes del propio Mallarmé en una carta a Eugène Lefébure, la presencia de esa palabra obedeció al hecho de contar con tres rimas en “yx” y necesitar de manera insoslayable una más, la tercera en el orden de las consonancias. Mallarmé pensó en un acto feliz, no fallido, que el encuentro con la palabra deseada quizá había sido un acierto de su imaginación. Cosa que le provocaba, por lo menos en un primer instante, alegría. En esa carta, el autor de Ígitur también expresó la posibilidad de que el hallazgo proviniera de “la magia de la rima”. Así, pues, el centro problemático del soneto era una palabra indispensable originada en lo desconocido. La palabra “ptyx” importaba por su rareza léxica, pero también porque era un elemento principal de la música del poema, de las correspondencias y opacidades del mismo. No es posible pasar por alto que onyx, Phénix, ptyx y Styx (“ónix”, “Fénix”, “conca” o “caracola” y “Estigia”) constituyen un universo orgánico, como las otras palabras del sistema de repeticiones. Sin embargo, el vocablo devino algo más que la nota faltante y complementaria de la música total, pues al representar “ptyx” una conca o una hélice o un caracol, o como se le quiera traducir, el término adquiere el valor de símbolo en la estructura de todo el poema. Tal vez esto también provocaba alegría en el poeta galo. No es, si es que se puede hablar de un factor gratuito en un soneto, una palabra más. Alfonso Reyes percibió este sentido del trabajo de Mallarme –y lo vio como un “procedimiento ideológico”– cuando en 1909 escribió: “absorbente más que generoso, atrayente, cóncavo, dispuesto a manera de un vaso que ansiara por atraer los ríos, o de un espejo maravilloso que se combara por acaparar todo el sol.” Reyes no habla del soneto, pero parece que habla de él. Y aunque no tuviera el propósito de hacerlo, lo hizo. En su caracterización surge el pliegue de la concavidad y el resplandor del reflejo, es decir, el hueco y la luna de un cristal plateado y, con ellos, el vacío. La idea de concavidad de Reyes alude a la “conca” del poema.
“La magia de la rima” le dio la solución a Mallarmé. De esta forma, una de las cuerdas del poema, la concordancia de las terminaciones de los versos, “creó” la palabra necesaria, que de hecho sí existía, aunque fuera rara. Si la palabra no hubiese existido, eso habría significado algo insólito: la eficacia de la imaginación poética en la creación de un vocablo. O si hubiese sido lo segundo, como sabemos que sucedió, tendríamos –y tenemos en realidad– el caso de la acción del recuerdo y la preferencia en las múltiples opciones de una palabra gracias a la intuición y gracias a esa magia de la asociación en la trama de los sentidos y el número y la semejanza de las sílabas. Mallarmé intuyó la palabra o la necesidad lo hizo intuirla. Le vino la rima, no quién sabe de dónde sino de lo necesario, y así puso de manifiesto, como la voz imaginada o como la voz perdida en emergencia, el poder de las igualdades fonéticas en la pluralidad del sentido.
No cabe duda de que “Soneto en yx” es una composición que llevando al extremo la idea de Verlaine, contemporáneo y compañero de Mallarmé en la misma búsqueda, nos da un cuadro con los fruncidos de una materia densa y oscura y el rigor de una exactitud laboriosa. Verlaine, con su característica claridad –pero ahondando en el mismo tema–, escribió: “busca la música ante todo / y el verso impar que en la luz se hace / más vago y soluble, de modo / que nada pese, pose o pase.” El soneto de Mallarmé tiene algo ingrávido, no “pesa”; casi es inexpresivo –sin gestos, no “posa”; y está en un segundo estático, no “pasa”. Es una pieza refractaria, un instante congelado entre el continente y el contenido, un lugar entre el aquí inmediato de los objetos al alcance de la mano y el allá mediato de las abstracciones y las mitologías, entre el azogue de un espejo y el orden de las estrellas. Y no obstante, vislumbramos el drama de la hora, de la ausencia del maestro, de la fábula en la violación de la ninfa y la nobleza de la Nada. Así, este soneto viene a ser toda una forma de escritura, en donde el decir y el no decir establecen un nuevo límite y una lectura sólo susceptible de ser alcanzada por un conocimiento de la transformación del arte clásico de las resonancias y la memoria en una nueva forma de creación.
Es como si en ese soneto si hubiese anunciado una “vanguardia” que nunca ocurrió y que, si acaso ocurrió, lo hubiera hecho de un modo secreto y silencioso. Frente al gesto histriónico de la dispersión moderna con su ideología destructiva, cobraba forma una escritura también fragmentada, pero unida al mismo tiempo con el carácter complejo de una nueva navegación en la inevitable red de las consonancias y las cifras del verso.
Los seguidores de Un tiro de dados, como sabemos, son muchos y representan una forma de hacer poesía de muchas maneras distintas a lo largo del siglo xx. ¿Pasa lo mismo con el “Soneto en ix”? Sí, pero en una medida mucho menor y cada vez más escasa. Si en el asunto de la primera influencia podemos saltar del Dadaísmo a los neobarrocos, pasando por creacionistas, surrealistas y concretos y todo una larga cauda de epígonos cada vez más aburridos; en la segunda, surgen a la vista figuras aisladas como Valery, Rilke, Cernuda, Guillén, Villaurrutia, Gorostiza, Jorge Cuesta, Paz y Elizondo. A veces, es difícil reconocer esta influencia porque está mezclada con otras estéticas o porque ese humor peculiar que tiene el “Soneto en ix”, asociado con la angustia, ya no es perceptible en el paso de la poesía pura a las formas más híbridas.
Quizá podamos volver a abrir los ojos, si logramos comprender todo el valor simbólico de la enigmática palabra ptyx en el soneto de Mallarmé: una forma que al desenrollarse y envolverse con la fuerza de un tornillo arroja extrañas y difíciles significaciones: La concavidad de Reyes o la espiral espirada de Paz. Todo esto adivinado gracias al proceso complejo, pero generoso, de las traducciones y, sobre todo, de la magia de la rima.
II
Una de las primeras veces que platiqué con Irene Selser, a finales de 2017, para ponernos de acuerdo en la publicación de su libro, Sur, silencio, le comenté que estaba a punto de publicar Un tiro de dados en la traducción de Rodolfo Hinostroza, acompañado por la traducción de “Soneto en ix” de Octavio Paz. Ella me dijo: “el próximo año se cumple el quincuagésimo aniversario de la traducción de Octavio Paz y quizá valdría hacer una edición homenaje”. Me dijo que estaba interesada en traducir una vez más el poema como un reconocimiento al poeta mexicano y en concordancia con la edición que yo acaba de hacer del poema “largo” de Mallarmé. Yo le dije sí, por qué no y que lo pensáramos. No hicimos el libro en 2018, pero ella se lanzó a trabajar arduamente en su traducción y ahora, en 2019, la tiene y decidimos publicar el volumen. La versión de Selser ha confrontado las principales traducciones del soneto y ha examinado minuciosamente la de Paz, así como el ensayo “Comentario” y varios documentos más. Atenida a la idea del autor de Piedra de sol de que era posible hacer una nueva traducción, ella nos ofrece la suya.
III
Este libro contiene además las traducciones de XXX. Las hemos incluido con el deseo de mostrar otras versiones con un grado de realización muy alto y el propósito de mostrar que no sólo es necesaria la actualización de los grandes textos sino que probablemente la relectura de un poema como “Soneto en ix” represente una manera de ayudar a la renovación de la poesía.
Dos versiones al español del Soneto en ix
Soneto en ix
El de sus puras uñas ónix, alto en ofrenda,
La Angustia, es medianoche, levanta, lampadóforo,
Mucho vesperal sueño quemado por el Fénix
Que ninguna recoge ánfora cineraria:
Sala sin nadie ni en las credencias conca alguna
Espiral espirada de inanidad sonora,
(El Maestro se ha ido, llanto en la Estigia capta
Con ese solo objeto nobleza de la Nada.)
Mas cerca la ventana vacante al norte, un oro
Agoniza según tal vez rijosa fábula
De ninfa alanceada por llamas de unicornios
Y ella apenas difunta desnuda en el espejo
Que ya en las nulidades que clausura el marco
Del centellar se fija súbito el septimino.
(Octavio Paz)
Soneto en ix
Con puras uñas su ónix muy alto consagrando,
la Angustia, a medianoche, sostiene como antorcha,
los sueños vespertinos quemados por el Fénix
que no ha de recoger la cineraria ánfora:
en el cuarto vacío, ninguna caracola,
ausente está el adorno, sonora inanidad,
(a extraer del Estigia lágrimas fue el Poeta
con el único objeto que enaltece a la Nada).
Mas junto a la ventana al norte ciega, un brillo
como el oro agoniza según, tal vez, la escena
de unicornios en llamas alanzando a una ninfa,
ella, en el espejo tal difunta desnuda,
mientras que, en el olvido encerrado en el marco,
se fija el repentino fulgor del septentrión.
(Irene Selser)
-Stephane Mallarmé
Soneto en ix
Ediciones El Tucán de Virginia
México, 2017