Stella Díaz Varín

Sinfonía del hombre fósil

 

 

 

 

 

SOMNOLENCIA INAUDITA

Yo digo
La llaga del tiempo es profunda,
que cada apertura de las horas
en que suena el derrumbe de los cálices
es desolación para el espíritu.
Mas, no interpretes a tu sexo
como el desentenderse de la imagen,
no pretendas buscarme en la redoma de mi sed interior;
has de saber
que el sacrificio de mi mundo triangular,
motivó la ira de los hombres,
mas, los dioses bendijeron mi osadía.

Ya lo sé que pulsaba mi lira en tus rodillas
y ardí de soles en tu boca,
y no fui feliz.
En la estructura gris de tus milenios
no existió la remota eucaristía,
ni en el soberbio impulso de tu mano
radicaba mi dicha.

Anduve y fui a mis reinos interiores
para verificar mi pensamiento.
mi planta, en el sarmiento y en la roca,
y en el pezón oscuro de la sombra
fue dormido,
y tú, ibas tras de mí siguiéndome
y yo oía desde mí que me llamabas,
y sentía el cantar de las espigas en el campo de sol,
meciendo pájaros.
mas, tú, ibas con tus lobos tras mi huella
mordiéndome en las sienes tus deseos
torvos, en el espasmo de tu sangre.
¿Sabes cuánto duró mi marcha al caos?
Hasta el dominio de las madreselvas.

Mis pies de bailarina
De tanto torturarse no sangraban,
Y una visión de la región del sueño
Envolvía mis tules amarillos.

¡Cómo deben dolerme las ojeras en la vigilia azul!
Tanto quedarme a solas me hace daño,
tanto sentirme mía ya no siento.
Suma benevolencia de los cielos
el poder empaparme de rocío,
suave puñal de sabio sacrificio,
lacerante estilete mi agonía presunta.

Cómo deseo, hermano,
tu estadía en mi hora suprema,
la joya zodiacal de tu mirada
sobre la tierra blanca de mi seno,
cómo deseo el tacto de tu palma
cuando suene el derrumbe de mi cáliz.

De la sonora eternidad del níquel,
llega la vibración de mi silencio;
yo estoy conmigo,
y me recuesto en ella.
 

 

 

DEL ESPACIO HACIA ACÁ, COMO DOS TIEMPOS

La noche,
dislocada como ala de cetáceo herido.
Amortajada siempre que la pupila niegue su orfandad.
Mar ampuloso y de grotesco seno;
cuando la claridad se haga en mí
no necesitaré de vuestra amada boca,
no necesitaré del meloso soliloquio de tu vértigo.

Me tienes, como un pez a su escama
miserablemente uncida a ti,
llevándote como niño caníbal al pecho de su madre.
Y no he de desperdiciar hora, para maldecir
tus pariciones de planetas fosforescentes
que vomitas a mi lado sin ninguna delicadeza…

Olvidada como árbol de desierto,
donde trasplanta el viajero su éxtasis sin experiencia,
feliz de abandonar el barco,
deseando encontrar en la tierra
la veta misteriosa de la felicidad.
¡Navegante audaz,
disociador del mar y de la tierra,
veneno oscuro será tu camino hacia el infinito!

Quién, sino el olvido,
quién sino la medida de una juventud soslayada
viene en mi ayuda ahora.
Ahora que he aprendido a pronunciar palabras
contra Dios y sus signos
y me arrodillo de hipocresía ante los conocidos.
Cuando en ángulo recto junto a una puerta
espero la palabra de bienvenida.
Y sólo escucho dentro, ruidos de vasos
llenos de un vino generoso que jamás probaré…

Hay continentes simples, de un solo país
con ciudades elementales y casas de un piso
donde podría abandonarme,
y a tientas buscar el ocio y sus virtudes.
Pero el recuerdo tan sólo de tan buscado paraje,
me pinta en la cara un gesto de asco.
– Como si penetrara a la habitación del amor
y me encontrara con tres cadáveres
ante una cena inconclusa de ostras descompuestas-.

 

 

 

SINFONÍA DEL HOMBRE FÓSIL

 

I

Desde un mundo de carbón vegetal, me levanto,
como empujada ola, compañero.
Me vibran las acústicas marinas
y enhebro el silencio de la greda,
y escupo a la muerte por encima del hombro.

Pero nada es igual dentro del agua
sino el agua y el pez dentro del agua.

Si a cada día, si a cada espacio vengo,
por la noche mis manos enloquecen,
y el vértigo fustiga la horadada simiente.
No sólo el ritmo es propensión al canto,
pues entonces la muerte
no podría tener un significado de vocales.

El paso se acostumbra al silencio
como el agua a los muelles,
y voy cantando risas a olvidadas aceras
con detalles ambicionados por la nieve.
¿A qué viene entonces el deseo de sentirse viva?
-Así es una niña azul en su traje de verano-.
Yo tengo una cabellera de yodo
y en cada ojo un barco con forma de mirada,
y asida a un mástil sin cuidado fumo
mi cachimba de hierbas suburbanas,
y en un sonoro vientre mi corazón apoyo
y a oscuro corazón mi corazón allego.

Soledad, me acostumbro a diversas costumbres.
Eternamente verde, muerta en el alga verde,
y el sudor de los vinos agotados, me ciñe
y abandono deseos vertebrales.

En corporales nieblas,
me desvisto de sal y resinas oscuras
y asisto al panorama de besos y crujidos
y a latitudes verdes me incorporo.

Amigo, ya lo sé.
Dejaré al tiempo saber su estación olorosa.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

Iba con su hombro izquierdo en dirección al norte
y la piel erizada y oculta prometida a la pampa roja.
Ay astro mal herido por el día,
desde tu corazón te he suicidado
ayudada por tu propia luz.
El habitante de los cristales no está conmigo ahora.
A qué venir entonces a medir el espacio con el hueco de los ojos.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

Desde donde la luz inicia la distancia,
desde los puros astros montañeses,
oigo tu voz de aletargado vino,
tu esencial continencia de agua dura.
Y no soy yo en el fuego devorando crisoles
y no estoy en la fécula de sabor prohibido
ni en la silenciosa multitud.

Y así, entre advenedizos y distantes,
desastillando la mano del leñador junto a su único árbol derribado.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

Su misteriosa voz de océano,
su labranza de anillos,
su escondida raíz,
su pétrea contextura,
su esmerilada boca de diamante
agoniza en la tierra su secreto;
en ahogados espasmos de vertientes inéditas
-claras constelaciones subterráneas-
siderales ramajes suspendidos en el viento del sur.

Ay compañero;
tu rasgada piel de animal quebradizo,
ay, hombre, muriendo e inconcluso,
hombre de intentos pétreos,
de prohibidas féculas candeales.
¿De qué espiral renacerá tu canto,
de qué aullido infantil se hará tu corazón?

Qué importa tu experiencia de abdomen
envejecido y virginal,
qué tus huesos florecidos,
qué tu angustia de cineraria seminal.

Yo me levanto
sobre tu semblante de alga seca
y avizoro olas escasas de pelaje marino,
y a verticales sombras verticales me uno
como a su sombra, un ahorcado suspendido de noche.

 

Stella Díaz Varín (La Serena, 1926 - Santiago, 2006). Una de las poetas chilenas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Aún adolescente, viaja a ... LEER MÁS DEL AUTOR