Stela Díaz Varín

A esa poeta no me la dejen descansar en paz

 

 

Por Damaris Calderón

 

Chile ha dado al mundo las voces de Gabriela Mistral, Violeta Parra, Rosa Araneda, Teresa Wilms Montt, Winett de Rokha, Stella Díaz Varín, entre otras. A veces el mundo, que las ha conocido en su momento, como en el poema de Pound, “Causas”, han sido cuatro personas, y el reconocimiento después ha sido póstumo, pobre, tardío. Siempre he dicho (y escrito) que Chile es un país de grandes poetas, a su pesar. Donde los poetas han tenido que abrirse paso quizás como se lo abría el indio cruzando la cordillera, o como lucharon sus primeros habitantes, contra “la loca geografía” y sus elementos, batiéndose a brazo partido con icebergs y fiordos sociales, políticos, con una indiferencia o desprecio más cortante que sus vientos , donde para crecer, ser, no se admite medianías y hay que convertirse en un mistral. Y si se es mujer, el desafío es mayor, por partida doble.

Como un poderoso viento nortino, como la paja brava que sobrevivió a la aridez y a la sequía, llegó Stella Díaz Varín a Santiago de Chile, en una época en que la capital era un sitio de efervescencia poética, de sacudones hondos en la bohemia santiaguina, que luchaba contra una tradición, con escrituras y gestos como los de Nicanor Parra, Enrique Lihn, Jodorowsky, Jorge Teillier, entre otros, donde la figura de Stella Díaz Varín se impuso.

Pocas veces la voz de un autor coincide con la voz de sus poemas. La voz de Stella, la mujer, el vozarrón de la Stella, era tan potente, tan vigoroso, como sus mejores versos. Y sus mejores versos tienen la fuerza, la contundencia, de la pegada de la mano viva, de la Stella, abriéndose paso. Quiero decir, una profunda coherencia se entreteje entre su vida y su obra, allí donde otros hacen escisiones (concesiones). Una concepción de la poesía no como texto sino como totalidad, como forma de vida, de credo, de ética.

Nacida en la Serena, en 1926, catalogada como perteneciente a la generación del 50, a la que desborda, en un país, donde el surrealismo fue “mapochino”, al decir de Gonzalo Rojas, y donde sobrevivir cuesta la vida, y vivir poéticamente, puede costar la muerte, la figura de esta mujer demasiado fuerte, maciza, imponente, sobrevino en piedra de escándalo, desplazando el mito de la Stella muchas veces, a su propia poesía. Sus versos sin embargo, tienen un vigor que no sólo los ha hecho mantenerse actuales, sino ejercer una influencia en la poesía de sus contemporáneos y de las generaciones más jóvenes, con las que compartió más como un par en la ebriedad de los bares chilenos de los 90, que como una vaca sagrada, que nunca fue.

Autora de una obra poética acotada a libros como Razón de mi ser, publicado en 1949, Sinfonía del hombre fósil (1953), Tiempo, medida imaginaria (1959) y Los Dones Previsibles (1986). Con este último recibió el Premio Pedro de Oña en 1986, y su publicación incluyó un prólogo de Enrique Lihn, en el que comentó: “Esta imagen del poeta, la afición a la magia del lenguaje asociada a la realidad como acto verbal imperativo y otras características, delatan aquí -con la desvergüenza al uso de mi generación- cuentas pendientes con el romanticismo, el decadentismo y el simbolismo”.

Publicó también La Arenera (1993); Stella Díaz Varín: Poesía (antología editada en Cuba), 1994; De cuerpo presente (memorias), 1999.  Su Obra Reunida fue publicada por la editorial chilena Cuarto Propio póstumamente en 2011.

Recogida en menos publicaciones de las que merece, su obra se incluyó en antologías, entre las que destacan Poesía Nueva de Chile (1953); La mujer en la poesía chilena (1963); Atlas de la poesía chilena (1958) y Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte ( Panorama de la poesía chilena), que compilé para la editorial Arte y Literatura, de Cuba, y que se publicó en el 2008.

Con Cuba tuvo una relación especial y fue el único viaje que dio fuera de Chile. Invitada a la Feria del Libro de la Habana en 1994 y a la Casa de las Américas, donde se le publicó. Stella llevaba con ella siempre en su cartera el plaquette, editado en Cuba, que me mostraba, emocionada y orgullosa, porque “allí, donde no teníamos papel ni para limpiarnos el poto, le habían publicado a ella poesía”. También me contó que en la isla los zancudos eran elefantes, que los árboles eran locos, con las raíces colgando hacia afuera, que vio pasar las bandejas con ron en Casa de Las Américas delante de ella, diciendo a duras penas: “Gracias, yo no bebo”, para evitarse el pelambre chileno y que en Cuba, mi país, se había comido el pato más duro de su vida, pero cocinado con el amor más grande del mundo.

Fue una poeta total, comprometida con la poesía, con la política, con la historia, con lo humano. Ejerció una labor política como periodista. (Colaboró con el diario El siglo y La Hora). Supo y escribió que la vida era una bestia estúpida y que allí donde otros habían guardado y acumulado mezquina y burguesamente, ella, quizás, había sido pródiga “en despilfarrar sus dones”. Vivió el infierno y se trajo más de algún verso del infierno.

Escribió poemas memorables como “La palabra”, “La Casa”, el extraordinario “El Poeta”, dedicado a Pablo Neruda, “Breve historia de mi vida”, y “Dos de noviembre”, entre tantos otros.

“No quiero
Que mis muertos descansen en paz
Tienen la obligación
De estar presentes
Vivientes en cada flor que me robo
A escondidas
Al filo de la medianoche
Cuando los vivos al borde del insomnio
Juegan a los dados
Y enhebran su amargura
Los conmino a estar presentes
En cada pensamiento que desvelo.
No quiero que los míos
Se me olviden bajo la tierra
Los que allí los acostaron
No resolvieron la eternidad(…)”

(De “Dos de noviembre”).

Profética e iluminada, caminó ella misma, de pie, sobre el océano.

Y creyó en la poesía como algo trascendente y colectivo:

“Por sobre todas las cosas
El canto:
El mío, el tuyo,
El nuestro.
No hay
Sino un solo canto.
No es
Que nos arroguemos el derecho
Porque
Las conjunciones lo demuestran”.

Ella, considerada un mito, se preocupó por desmitificar la figura del poeta y señarlo y hacerlo ver como un hombre y una mujer insertado en un contexto cotidiano, precario, que necesita de la seguridad de la subsistencia y el reconocimiento de su trabajo:

“Yo creo que deberíamos preocuparnos un poco de que el poeta deje de ser una especie de ser mítico, alado y peregrino. El poeta es un ser humano con familia, con necesidades biológicas y necesidades de todo tipo, al que nadie le da boleto en este país (…) por lo menos me gustaría que el hombre creador tuviera una base y una mínima seguridad de vida para que pudiera seguir creando”.

Hablaba de que los tiempos se habían vuelto “ñau ñau” y que la labor de la poesía era cosa de todos, “¿me entiendes tú?”, mientras movía enfáticamente su mano o la afirmaba sobre la mesa del bar.

Presentarla hoy en la revista Altazor, escribir sobre ella estas palabras, es para mí un honor dulceamargo. Porque preferiría estar hablando con ella y no escribiendo sobre ella, ¿me entiendes tú?

 

 

Tres poemas de Stella Díaz Varín

 

LA PALABRA

Una sola será mi lucha
Y mi triunfo;
Encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia.
Debes recordar
dónde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez…
Ya la habría encontrado
Pero tienes razón ese era el pacto.
Mira cómo está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
Y mis libros cómo mi huerto,
Hojeado hasta el deshilache
Sin dar con la palabra.
Se termina la búsqueda y el tiempo.
Vencida y condenada
Por no hallar la palabra que escondiste.

 

 

TRASLUZ

Que se me permita mirar por la ventana
Sólo el espinazo de la muerte
A tranco largo
Mirando fijamente
A mis ojos deslucidos

Veo la ausencia
Doblando por la esquina
La miserable luz
De los días empañados.
Muy de tarde en tarde
Algún aprendiz de hombre
Vestido de domingo.

En estas agonías neblinosas
Estoy mirando desde una ventana ajena
Tras la luz de este rincón desconocido
Desde esta ventana hacia ningún paisaje
Hueco sin distancias
Seca pupila donde no resplandece
ni el más leve trino.

 

 

CUANDO LA RECIÉN DESPOSADA

Cuando la recién desposada
desprovista de sinsabor
es sometida a la sombra.
Sí.  A su sombra…
Enciende la bujía y lee.

¡Ah!  Entonces no es nada
la venida del apocalipsis,
los hijos anteriores enterrados
y un hilo de sangre desprendido del techo.
No es nada ya el océano y su barco
ni la muerte que intuye la libélula
ni la desesperanza del leproso.

Cuando la recién desposada:
Ya no estaré tan sola desde hoy día.
He abierto una ventana a la calle.

Miraré el cortejo de los vivos
asomados a la muerte desde su infancia.
Y escogeré el momento oportuno
para enterrarla.

Stella Díaz Varín (La Serena, 1926 - Santiago, 2006). Una de las poetas chilenas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Aún adolescente, viaja a ... LEER MÁS DEL AUTOR