Caída libre en tecnicolor
Silent Rage
Soy Stefhany Rojas Wagner y soy Chuck Norris cuando está triste,
cuando baja los puños sin fuerzas para abofetear a nadie
y entre ellos oculta su infancia,
se oculta con el torso peludo y el cuerpo
lleno de esperma urgente.
Soy cuando mira el suelo
con sus dos metros de prontitud
y ve sus cordones sueltos,
siente en los labios bajar sangre caliente,
está solo por haberle arrancado el corazón
a la última persona del mundo
a manotazos, a cuchillazos, brutalmente,
riendo, disfrutándolo;
pero yo no lo disfruto,
yo que soy mujer
con el cuerpo abierto y mutilado
tengo una tristeza jiujitsu
capaz de meter la mano en el cráneo de cualquiera
y por allí arrancar todos los órganos.
Pero Chuck no sabe que a veces soy él,
que habito su fantasma cuando toma café,
se quema la lengua, se mancha los dientes
y es tan torpe que deja caer la taza, la escuchamos quebrarse.
Sí, Chuck, estamos solos,
también tú eres una niña con la risa fácil,
los tenis rojos, el pelo sucio.
No te pongas triste, Chuck
o me darán ganas de sacarle los ojos a la gente.
Soy Chuck Norris y soy Stefhany cuando está enferma,
cuando se mete el brazo por la boca
para sacar el vuelo de las moscas sobre la comida,
dice que se siente bien
que quiere cortarse la piel en tiras,
se toma un sorbo de cerveza,
se queda sobre la silla imaginando que la entierran.
Soy cuando tiene las piernas abiertas
y todos arrojan sus desperdicios por ahí.
De qué planeta lejano habremos escapado
para encontrarnos aquí, siendo almas gemelas,
separadas por cincuenta años y cincuenta kilos.
No llores, ya sé que te duele la panza,
tus dedos no alcanzan a cubrirla del frío,
tienes el ombligo muerto, ya no hay nada que hacer.
Caída libre en tecnicolor
Con estas palabras
no pretendo nombrar el precipicio,
tampoco dar un discurso carente de vida:
la palabra en sí misma es precipicio,
y mi pensamiento elemental y hermoso.
No habito un lenguaje,
no conozco otro idioma
que el ruido intermitente de la calle.
Por eso escribo este poema vulgar
que nace de mi boca como una escalera.
Mis manos sangran tranquilamente.
Con estas palabras no nombro,
me hago un agujero en la garganta
y toco con los dedos la soledad.
Paleontología sentimental
Tomo un hueso de mi cadera y pregunto:
Qué hago si la costra se está cayendo,
si mis cuencas me dibujan en el algodón,
si mis padres se alejaron hace tantos años
y no recuerdo haber nacido.
Qué hago, única costilla,
si sigo viviendo en mi palacio interior.
Estoy acunada en la tierra y no soy la misma:
el petróleo atraviesa la ventana, gotea sobre la mesa,
toca mis pies, y yo al fondo.
Pero dime qué hacer, hueso partido,
antes de que me abracen las raíces,
antes de amarrar una piedra a mis vértebras
y dejar que me taje como si el viento
rasgara las cuerdas de un violín.
No basta morder tu polvo tierno,
no basta tragar la arcilla.
Herbolario de medianoche
Pájaro, desconecté mi línea occipital,
me fumé las colillas del cenicero.
Algo crece desde mi vientre.
¿Sería mejor ser estéril
que este derramamiento de palabras?
Pájaro, ya dominé la rutina de estar sola.
En cinco meses me iré a la montaña negra,
los árboles se agitan sobre el papel,
las sombras se aglomeran en el agua.
Ya es hora, lo siento.
Mis amantes no me perdonarán,
pero tú sí, si dejas que desaparezca.
Sólo intento encontrar un lugar profundo.
Te dejo mi corazón en el frasco que te di
pudriéndose con el poema de Jattin.
Seré adelfa para que me bebas.
La mujer que amó a los hombres
Cuántas veces en tu lecho
no te recogiste entre las manos
tendiendo el cuerpo ante un hombre
preciso y solitario
con la boca llena de sal y pantano,
metiendo los dedos en sus cabellos
deslizando las piernas, el vientre, lo que era tuyo,
sus huesos, su vaho tembloroso sobre ti,
sintiendo el sudor del verano, de los truenos.
Un hombre que llegaba a la puerta de tu casa,
siempre uno a la vez a cualquier hora del día,
rodeado por tus brazos.
Qué importa que este hombre tenga tantos cuerpos
y que se llame de mil formas,
siempre será el mismo frente al nacimiento,
con las uñas en tu carne sensual
de serpiente, de gasolina, con olor a leche.
Qué importa que te pida de madrugada
que seas su hogar, que cultiven una huerta,
que tengan hijos hermosos, dicen todos ellos a la vez.
Después de esta ventisca, ¿qué hogar puedo ser para los otros?
¿Qué hogar puedo tener dentro del pecho?
Si son este hombre o ninguno,
no pueden decir que no los amé
como si fueran especies en peligro
o países en la guerra.
Luz oscura en el vientre
Ya lo sé, me lo he tragado todo
apuntando con el dedo
un dolor en mi estómago
y la hinchazón
y la herida que se puede abrir,
pero cómo cerrarla,
cómo sacar el corazón
para que no se pudra el poema;
enterrando la uña
en la carne blanda,
de todos modos
nadie verá mi cuerpo amoratado,
este hermoso animal con apetito.
El rock de los pobres
Nosotros los pobres
caminamos con los pies desnudos
sobre el pavimento caliente del futuro.
Descubrimos el rostro a la aurora
y nos escupen las palomas.
Naufragamos en nosotros mismos.
Tenemos el bolsillo roto,
el pan duro del desespero,
el brote de ruda en la billetera.
Nosotros los pobres
bailamos la pólvora de diciembre
embutidos en ropa de segunda mano.
De niños nos sacan los piojos
sobre un pañuelo,
nos aplastan el cabello con saliva
y nos echan café en las heridas.
Somos los desposeídos de sentido común,
los amputados de fantasía,
los que se limpian la nariz con los dedos.
Nosotros los pobres
incomodamos la vista, olemos raro
y viajamos apretujados en los buses.
No sabemos qué es el Banco Mundial,
pero bebemos de su agua putrefacta.
Nuestras manos atrapan la luz del firmamento,
estamos desesperados por vivir,
sacamos nuestro ataúd
del hocico de la locura.
Lo sabemos, el contrato se rompió
y el delirio se rompió.
Este nombre no nos pertenece,
este cuerpo está vacante.
Nosotros los pobres
caminamos con los pies desnudos.
Nadie se detiene y nos lleva a casa.
Rompemos la guitarra contra el concreto.
Somos esta deliciosa música.
Del libro Breve tratado de la melancolía (Valparaíso, España, 2021)