Silvia Rosa

Tiempo de reserva

 

 

 

(Traducción al español de Antonio Nazzaro)

 

 

 

QUÉ DESPERDICIO ESTA COTIDIANIDAD

 

Qué desperdicio esta cotidianidad

vaciada de ternura, desnuda

piedra que nos rebota en contra, mirada

de horizonte domesticado seco

 

(y yo que construía

geometrías golosas de palabras

para hacer menos soso

el golpeteo mecánico

de la lengua contra los dientes,

al modo de los niños

intentaba el juego repetido

–serio– de apretarse

ahora y siempre como si

no hubiese una secuela)

 

qué desperdicio la muerte blanca muda

de un día para otro idéntico de pequeñas

luciérnagas de felicidad intermitentes, aplastadas

en la oscuridad de un tiempo tan distraído que

incluso la banalidad de la nada

tendría quizás un sabor menos mezquino.

 

 

 

 

AQUELLA VEZ

 

Aquella vez que el sol

cayó al suelo

con un disparo de voz

dentro de su propia luz

golpeado fuerte, parecían

luciérnagas las astillas

que me caían entre los cabellos

atados en un nudo,

parecía el fin de un mundo

 

pero luego la vida se reanuda –así dicen–

solo que menos luminosa y

un poco más fría, incomoda,

la voz vuelve a sus silencios

confabulando con las sombras, vuelve

para no decir para decir a medias

para hacerse viento ligero entre las nubes

que desde aquella vez me siguen

atentas, en fila

 

no entendí si en un cortejo fúnebre

o para darme la ilusión de ser aún

una esposa aún la misma de antes

–a la espera siempre– aún viva.

 

 

 

 

DÁTILES PARA EL DESAYUNO

 

Dátiles para el desayuno, me dices, cada día

y yo imagino aquellos pequeños soles suaves

dulcísimos, que vienen de otra tierra,

en fila india entre tus labios pasar por el tamiz

del alba, mientras yo los deshueso una vez al año

en los días de fiesta, cuando la nieve me recuerda

que estoy en otro lugar perdida entre los árboles encapuchados

de estrellas de plástico y los lazos de luz blanqueada

en intermitencia. Dátiles para el desayuno, te digo, raramente

porque aquí el sol es un recuerdo reseco pasado

de otra vida que no ha conservado la memoria

una imagen borrosa que tú ahora me traes como regalo,

una Navidad repentina, en verano, una opresión pequeña en el corazón.

 

 

 

 

INVIERNO ZORRO

 

El zorro tiene el pelo eléctrico

avellana vivo, un guiño

en la noche de invierno con la cola teleférica

–no tiene nido la mentira*–

pasa por el tamiz la carretera periférica

de norte a sur y retorno, busca su cena

mientras me hablas despacio esta escena

se repite después de años todavía idéntica,

junto con el sueño en que se me caían

dos dientes y en las manos me salían

las garras y por todas partes tenía los ojos abiertos:

no te fies de nadie, pequeño gemelo

que no se me asemeje ni siquiera un poco

este es tu problema, dices tú, eres salvaje

o lo decía algún otro, pero no importa

es siempre la misma escena, la misma carrera

la misma obtusa necesidad que oprime a los faros apagados

 

quédate, te lo ruego, un poco más

quiero la ilusión de la rosa que vale más que todo

la caza silenciosa, el puñal entre las costillas

la punzada de cometa tirada bocabajo,

merecer lágrimas y una cola nueva

brillante que lucir cuando el día

llega de prisa y pide a cambio verdad

 

aquella carroña metida en un hoyo

para el ataque del hambre, para después.

 

*Este verso es de Fernando Pessoa

 

 

 

 

RELIQUIA

 

Es así como recuerdo tu cuerpo

–sol minúsculo engullido

por un cielo de luciérnagas y ausencia–

como cándido mármol, una perla

jaspeada de oscuridad por cada silencio

que custodias con las manos de nieve

 

Pocos días, las crestas despampanadas

de los dientes de león celestes que se agitan

a esta distancia en cámara lenta,

de miedo en miedo, y tú eres una estatua

bellísima, terrible, sin ojos

ni voz, reliquia de mi deseo

 

Quiero tenerte –un pequeño hueso traslúcido

un mechón de cabello aterciopelado

una gota de sangre carmín

también un dientecito para el hada que soy

cuando te robo el respiro– contra mi corazón

o en la teca del ombligo, quiero que

el olor a musgo que te brota húmedo

en una sombra del cuello se me trepe

encima, a lo largo de la espalda

 

Cuando vuelvas a abrazarme

habré criado un pequeño bosque

de invierno, blanquísimo,

dentro de las vértebras y en la boca.

 

Silvia Rosa Nació en Turín, Italia, donde vive y enseña. Sus textos de poesía están incluidos en diversos volúmenes antológicos y han sido traduc ... LEER MÁS DEL AUTOR