Sharon Olds

La espera y otros textos

 

 

(Traducción al español de Mori Ponsowy)

 

 

 

LA ESPERA

 

Podía levantarme a cualquier hora,

a cualquier hora mirar por el pasillo,

siempre ahí, sentado, estaba mi padre,

su cabeza oscura hundida

entre las orejas del sillón.

Tan inmóvil que parecía un objeto,

la bata abierta en las rodillas,

como si en el mundo no hubiera nada más

sino mirar la piscina amanecer.  Él sabía

que su muerte había empezado y la esperaba

como se espera un trabajo por hacer.

No se inmutaba cuando sentía mis pasos: tan suyo,

permanecer inmóvil dejándose mirar,

como una escultura queriendo sentir

la mirada que la acaricia.  Esperaba

que el borde de mi camisón entrara en escena

y sólo entonces se signaba mirarme,

sin mover la cabeza, esperando el beso

que iba hacía él, y no al revés,

el beso que borraba su soledad

mientras intentaba tragar una minúscula

gota de agua: ahí tenía a su hija

con la taza para escupir, su hija

para vaciarla.  Pasaba el día entero

mirándolo dormir, mirándolo despertar.

Recién al caer la noche volvía a la cama,

con su mujer.  No volvería a estar solo

hasta la madrugada siguiente:

centinela del mundo nocturno,

guardián del agua, de la tierra informe,

de las sombras, sentado inmóvil,

como si lo único que esperaba

fuera a su hija.

 

 

 

 

LA FOTOGRAFÍA QUE QUIERO

 

En blanco y negro, cuadrada, barnizada

como la instantánea de una cámara antigua.

Él: sentado, sobre el gran sofá,

un hombre fuerte reducido por el cáncer.

En el cuello abierto de la camisa,

los nódulos más grandes

presionan hacia fuera

como un calcetín relleno de cosas.

Su cabeza inclinada

descansa en la mía que descansa en su hombro,

mi rostro tan cerca del primer tumor

como los labios de un bebé dormido

del pecho materno.

La luz es fuerte, las sombras marcadas,

la edad ha dejado huellas en nuestros rostros.

Descansamos con los ojos cerrados,

casi dormidos, uno en el otro.

 

 

 

 

LA LUZ

 

Está mejor, se muere más despacio,

le brilla la piel como plata mojada,

inclina su rostro hacia mí, se sonroja

como una bandeja al reflejar

las flores que lleva.  Le drenaron

la sangre del cuerpo, en su lugar

le pusieron otra fresca de gente de Redwood City.

Le lavaron el pelo, una onda suave cubre su frente.

Lo afeitan, y reluce aún más, le brilla la piel,

se pone las gafas plateadas

y cuando levanta los párpados

tibias olas de luz escapan de su mirada.

Da miedo ver cuánto fulgor ha alojado

Este hombre nocturno dentro de sí,

pero no nos asustamos.  Desbordante de luz,

se sienta unos minutos y bromea,

reímos, entran las enfermeras,

sus cofias envueltas en halos luminosos,

cada partícula de aire está cubierta de brillo

y él no la apaga: antes de morir

mi padre, muere su oscuridad,

por unos minutos él brilla ates de morir.

 

 

 

 

ÚLTIMAS PALABRAS

 

Hace tres días, mis maletas estaban amontonadas

en un rincón de su habitación en el hospital.

Debía cogerlas por el cogote y dejarlo,

pero una vez tras otra volvía a apoyarlas,

desandaba mis pasos para besarlo

aunque su cansancio tuviera el brillo

de la plata oxidada.

No lograba cogerlas y marcharme,

cruzar ese umbral por última vez.

Volvía a sus labios, a la frente que alzaba

con esfuerzo, a sus ojos heridos, avergonzados,

hasta que por fin dijo ¡Último beso

y lo besé y me fui.  Esta mañana,

llamó a su mujer para decir que ha dejado de hablar,

de modo que esas fueron sus últimas palabras para mí,

las que me deja –un beso-

una orden de clemencia,

sus agrietados labios de creador.

Para rogarme que me fuera

mi padre me pidió un beso.

No me hubiera ido de otro modo,

no te dejaré ir

hasta que clames por ello.

 

 

 

 

MUERTE Y HOMICIDIO

 

Intentamos mantenerlo vivo, lo cortamos,

lo entubamos, lo exprimimos, lo torturamos,

pero no vencimos,

la muerte lo tomó de nuestras manos, lo convirtió

en pura imitación de sí mismo.

Es el trabajo del homicida, te quita

la vista, el gusto, el tacto, el oído,

y pone en tu lugar esa cosa

igual a ti, incapaz de todo,

que todo lo soporta sin importarle nada,

como si no tuviera vergüenza,

como si al cuerpo no perteneciera

ningún honor.  Cuando la muerte

se llevó a mi padre,

pensé en homicidios, entendí

que el asesino te obliga a irte

dejando atrás ese muñeco, réplica de ti,

como si fuera algo creado por él

hincado en las orillas

moldeando la sumisión del barro.

 

 

 

 

-Sharon Olds
El Padre
Traducción de Mori Ponsowy
Bartebly Editores

 

Sharon Olds portada el padre

Sharon Olds Nació en 1942 en San Francisco, y se educó en las universidades de Stanford y Columbia. Es autora de trece libros de poesía, entre los qu ... LEER MÁS DEL AUTOR