Odas
(Traducción al español de Elvira Sastre y Juan José Vélez Otero)
ODA A LA LEALTAD ROTA
Quiero volver a ese día en el
que se rompió dentro de mí la lealtad
a la familia, cuando me liberaron
o me liberé de la condición humana
y salí flotando, como un astronauta
sin ataduras. Quiero volver a ese momento
en el que cortaron algún cable de mi mente y
la placenta de la familia nuclear o numerosa
dejó de alimentarme, y me aborté
o me abortaron de esa casa. Una vez
arrancada, una vez rechazada y repudiada, parecía
que no quedaba apenas nada sobre lo que escribir, y sentí
como si mi desenfreno
hubiera sucumbido, me llevaba el viento, como una
soltera teniendo un orgasmo sola,
como una bruja, pero creía que estaba pensando y vibrando
por todo el mundo, en todos los lugares
y épocas. Estaba loca. ¿Estaba loca? Creía
que alguien expulsada más allá del silencio
de la desconfianza habitual podría hablar
por los demás. No quiero volver a
ese momento en el que me rompí y hui, la yema y la clara
rotas brillaban en la cuenca
dentada del cascarón. Me gusta decir
que podría haber sido yo quien rompió el compromiso,
como si no fuera tan obvio
que estaba roto, físicamente, dentro de mí.
Quiero volver al momento en el que encontré los papeles,
y la tinta, como si el problema del mundo
quisiera cantar, y que lo canten, como si uno pudiera
creerse leal, ser leal a ese canto.
ODA AL VIENTO
Observé el agua que se agitaba como un pato,
como si las ondas surgieran desde dentro.
Observé las nubes, que se movían con rapidez
por su propia voluntad. Me senté aquí,
al lado del lago, y observé la feroz piel
de gallina y su corte irregular,
como si temblara. No te conocía,
miraba a través de ti. Y entonces, un día
de verano, el Ganso Salvaje tenía siete estados de ánimo
a la vez, y fui hacia él,
y me metí hasta las pestañas, y
vi una fila de arrugas
que se acercaban a mí, después otra fila
que las sombreaba, deprisa, después un velo de ágiles
manchas, como el espíritu de un sombrero con velo, te vi,
eras tú, y había muchos como tú, me hundí
bajo el agua y miré hacia arriba,
y vi tus golpes marcando la superficie.
¿Podríamos seguirles el rastro a esas sombras y grabados
por el efecto Coriolis provocado por
la rotación de la tierra? ¿Quién es la madre
del viento, quién es su padre? ¡Oh, antepasado,
oh hijo del calor y del frío, primer y
salvaje chupatintas!
ODA A MI BLANCURA
(EN HONOR DE EVIE SHOCLEY)
Eras invisible para mí.
Te di por sentada.
Eras mi propia arma secreta.
Todo lo que tengo me has ayudado a conseguirlo.
Eras mi ignorancia.
Por ti no fui inocente.
No lo vi: eras mi luz cegadora;
había una zona en blanco en el centro de mis sueños
que ocupaba la mayor parte de la pantalla que aparecía
mientras dormía.
Pensaba que era la violencia de mi madre,
pero también eras tú.
Eras la grasa invisible que me alimentaba en la jungla.
Eras mi apretón de manos masónico.
Eras mi cautela.
Eras mi esclava.
Eras mi colaboradora.
Eras mi capa mágica,
mi mentirosa.
¿Eras mía? Yo era tuya,
un ojo sin iris, mi ceguera,
la inspiración de mi acto inútil,
mi silencio. La negrura de Evie es una bailarina,
tú eres otra, las dos os movéis juntas.
ODA A LA AMARILIS
Cuando las flores se marchitaban, corté el tallo
y lo puse en un vaso, antes de mi viaje, para
que cuando volviera las flores marchitas
me esperasen húmedas.
Pensé en la parte femenina de mi genealogía:
las madres, a quienes les hubiera gustado que las
esperase en el piso de arriba una hija desnuda
a la que castigar, y me di cuenta de que había sido
el conducto de mi madre para la satisfacción
de ser, a su debido tiempo,
la golpeadora. Creo que no sabía lo que estaba
haciendo. Y está bien, ¿no?,
que haya algo esperando, conocer lo que te
emocionará: ¿cuán secas estarán las flores,
qué vuelta habrá dado cada pistilo en su
tallo de coral cubierto con semillas de
ocre? Mi madre y yo éramos una pareja, igual que
su madre y ella, y la madre de su
madre… La mía solía cantar una canción
–no mientras me pegaba—:
campanas blancas de coral en un tallo de plata. Era un
placer, para mí, decapitar cabeza por cabeza
las amarilis, degollarlas.
El último verso era: Ah, ¿no te encantaría
poderles escuchar sonar?
Eso sólo ocurrirá cuando
las hadas canten –o en nuestro caso,
cuando las madres muertas lloren. Mi madre lloraría
si leyera esto.
ODA A MIS AMIGOS VIVOS
Enero 2010
¡Cuánto tiempo ha transcurrido entre cada muerte!
Parece que ninguno de nuestros amigos más cercanos
se ha ido, después de lo que parecen meses. Para mí
ha pasado tanto tiempo que cuando pienso en alguien
que se muere, pienso en mi madre y en mi padre,
mis barcas salen de la nada, de eso temporalmente
abundante de lo que estaban hechas.
Los he llevado conmigo, y no como un gemelo
incompleto, no como un doble
incompleto en cabestrillo delante y contra mí,
sino en mi cuerpo, en mis neuronas. Pero a vosotros,
amigos míos, elegidos por mí y por otros,
os veo como cosas integradas en la tierra,
como elementos, como miembros de la tabla
periódica. Lo sé, somos seres mortales, la puerta
abierta está ahí. Pero durante semanas y semanas he
olvidado que voy a perderos
a todos y cada uno de vosotros, hasta
que los que queden me pierdan a mí. De niña
no podría haberos perdido, ¡no
sabía que os encontraría! Qué suerte que
eso ocurriera. Antes de que lo haga,
permitidme decir esto: fuisteis exactamente lo que estaba
buscando, sin atreverme siquiera a imaginarlo.
Pecho que aprieta a otro pecho, ¡seréis tú!
¡Lavadas raíces del cálamo! ¡Tímida agachadiza! ¡Oculto nido
de huevos dobles! ¡Seréis vosotros!
Manos que yo he agarrado, rostro que yo he besado, ser mortal
que alguna vez
he tocado, seréis vosotros.
-Sharon Olds
Odas
Traducción al español de Elvira Sastre y Juan José Vélez Otero
Valparaíso ediciones, 2019
http://valparaisoediciones.es/tienda/233_olds-sharon