Pongo en duda la fidelidad de mi retrato
Pongo en duda la fidelidad de mi retrato
Me desconozco.
Por los rasgos soy el de esta foto
pero al mirarla desde donde yo la miro
como si mis ojos estuvieran en el fondo de un pozo
y una masa de agua encerrada y turbia
conformase otra lente ante mi cara,
dispuesta a captar la cara oculta de mi ser
sin importarle que salga mi bigote
ni el rigor de mi sonrisa de rigor
ni mis gafas de maestro emérito
ni mi camisa,
su color adecuado contra el muro.
Me desconozco
por más que se argumente que salgo estupendo,
que la foto la tomó un artista de renombre.
Desde la otra lente –aquella empañada,
apañada en el pozo que, a diario, me ahoga
lentísimo, fingiéndose un anfitrión obsequioso–
me desconozco.
Me desconozco,
pongo en duda la fidelidad de mi retrato
porque cuando me tomaron esta foto
pude oír, en la carcasa de mi pecho,
aquel otro obturador
que se abría y cerraba
entre aquella agua contenida y lo posible.
La naturaleza
Un venado desayuna tulipanes en mi jardín.
Engulle capullo tras capullo
y hace unas muecas que traduzco sin demora:
“Mira, veterano advenedizo,
este nunca será tu mundo.”
Admiro su acertada insolencia.
No pienso en espantarlo.
Me parece más decente que se trague mis flores
a que venga a echarme flores
y a dejar la mañana olisca
a corrección política
como si se le escaparan unos vientos
por el fuelle falsario de sus reverencias.
Guión de película
Primera escena
El calentamiento del planeta,
más rápido de lo que se creía.
La disminución de los gases,
más lenta de lo que se pensaba.
No se cumplen las promesas,
no se alcanzan las metas.
Segunda escena
El ping-pong de las recriminaciones,
en armonía con el aumento de la temperatura.
El resultado de los esfuerzos, la razón de las raciones,
inversamente proporcional a los delirios mesiánicos.
Tercera escena
El esmog apenas permite la visión de edificios y calles.
Los especialistas en la materia se quedan afónicos
y a las ciencias se les empaña la paciencia.
La polución enturbia el cristal en la bola del vidente.
Cuarta escena
Por tradición, en letras de molde se modela el mundo:
HABRÁ CORTE PERMANENTE DE LLUVIA
(no se pagaron a tiempo las exigencias del cielo).
SE INTENSIFICAN LOS DESGARRAMIENTOS POR EL AGUA
(la ley del gallinero sigue siendo la base del derecho,
las raciones se distribuyen conforme a dicha ley).
COMIENZA LA GUERRA POR LAS RESERVAS Y LOS ALJIBES.
LOS EJÉRCITOS REGULARES DERROTADOS POR LA DISENTERÍA.
LAS GUERRILLAS, DE ESPEJISMO EN ESPEJISMO
(alucinadas con la victoria final).
LA MADRE DE LAS BATALLAS
(una riña sangrienta de todos contra todos).
En la última escena
el sol calcina la soledad del pedrusco.
La palabra FIN se vuelve redundante.
Anodinos los créditos con los nombres
de los primeros actores, roles secundarios,
dobles, técnicos de variada índole.
Anodinos incluso los nombres
del guionista, del productor y del director.
Absurdas las palabras de agradecimiento,
son demasiados los auspiciadores,
son demasiados los auspiciadores,
son demasiados los auspiciadores,
son demasiados los auspiciadores.
Perspectivas
Paladean tu misterio y te llaman el Master Chef.
En ti, sostienen percibir a nuestro futuro anfitrión.
Lo juran anhelando compartir tu mesa deleitosa.
Pero, como sucede en cualquier evento,
en el de esta tarde, se han colado los aguafiestas,
interrumpen a gritos y me advierten
que no pasaremos de la encimera en tu cocina,
que allí apenas seremos los tiernos ingredientes
con que preparas esa papilla enjundiosa
que te engulles por las noches muy a solas.
Fantasilandia
Mientras usted hace cola
junto a la montaña rusa
advierte en un decorado
la torre de un castillo
y una nube que avanza.
A usted lo vencerá la nube.
Antes que usted se incline
frente a la ventanilla ovalada
y sus dedos sean una pinza
ansiosa que aprieta una ficha,
la nube alcanzará la torre.
Y cuando usted haya cruzado
la barrera y se encuentre a punto
de montar en el vagoncito,
la nube habrá envuelto la torre.
Y la eventualidad de alguna
Rapunzel, trenzas y tramoya,
el ascenso por la torre y la fuga
torre abajo, se habrá obnubilado
por acción de esa nube tragatorre.
—Si te di el cabalístico de mi celular,
¿cómo no me invocaste?—
le reprochará una voz
de registro enquistado
por viejas salmodias catequistas.
Una voz que entremedio desliza
soplidos de afilador callejero.
Gárrula voz, prendida al lóbulo.
Garrapata enchulada, le brillan
en el lomo engarces de bisutería:
—¿Cómo no me marcaste y me pediste?
¿Acaso no hay confianza ante el acaso?—
Y usted, como pillado en falta,
se disculpará enseguida.
Dirá: —Oye, guachito lindo,
a ti te estoy guardando
para la última tómbola
y otros misterios del azar—.