Santiago Sylvester

Tal vez llegue caminando

 

 

 

Santiago Sylvester (1942) es una de las voces que más se destacan en el panorama actual de la poesía Argentina. Nacido en el noroeste del país, ha construido un camino que comienza en su Salta natal, pasa por Buenos Aires para luego ser un poeta ciudadano del mundo.

Su nuevo libro, Tal vez llegue caminando (Ediciones Barnacle, Buenos Aires, 2024). Retoma motivos que ya visitó en el pasado y reafirma y desarrolla su mundo, donde la única certeza es la duda y donde la observación, la lectura de la realidad y su traducción, son la columna consistente en donde echa raíces este universo poético, pleno en sentido.

Compartimos con Ustedes esta selección de su nuevo libro, esperando que disfruten esta manera única de mirar el mundo.

Enrique Solinas

 

 

 

 

(la duda no conoce la duda)

 

Entra a escena

y nada queda como estaba, nadie sigue igual

interceptado por preguntas:

la duda apremia

y conoce su tarea.

 

Alguien opina “en el amor todo es posible menos la duda”, y la

duda se ríe.

Le divierten los acertijos: ¿dos más dos

sigue siendo cuatro aunque no existan los números?

¿la queja es porque llueve, o porque se ha olvidado el paraguas?

¿la mano que pega es la misma cuando acaricia o escribe una

calumnia?

Todo le da risa, sabe por demasiadas pruebas

que cualquier estilo tiene arrugas.

 

Es difícil calmarla: hay conocimientos que no dan para más

y ésa es la ruta por donde viene:

sabe lo que debe hacer

y se pierde calle abajo.

 

 

 

(la calle vacía)

 

Llegan risas, la arenga del predicador, la discusión en la taberna.

Los pasos son rápidos o lentos, pero no se sabe dónde están:

hay huellas que esperan su momento, siempre a punto de explicarse

y siempre sin explicación.

 

Las cosas

tienen nombre para evitar la confusión, pero las palabras no

explican lo que dicen;

en alguna parte llueve

pero qué hacer con una lluvia que no moja;

alguien mira desde donde no hay nadie;

y si no se sabe quién habla ni quién contesta

es porque ignoramos demasiadas cosas.

 

La ciudad manda señales como un barco en apuro;

y yo voy tanteando la pared como un ciego,

rodeando el farol como la niebla,

pero todo lo que sucede

no sucede aquí.

 

 

 

(la vereda de la sombra)

 

En la vereda de la sombra

hay protección y posibilidades: cosas con las que debemos

conversar:

el lunes va llegando sin ganas

y el domingo que se ha ido no era una fiesta.

 

En la vereda de la sombra

es desconfiable el que habla, el que oye

y también lo que se dice:

y como en todas partes la moda impone hoy

lo que será inútil mañana.

 

En la vereda de la sombra

se sobrevive a cualquier interrogatorio,

a la necesidad de estar en otra parte,

pero tampoco se da por cierta la salvación de nadie.

 

En la vereda de la sombra

se cansan y descansan los que tienen un pensamiento de menos

o una lágrima de más,

los que están protegidos por una gran confianza

y también el infalible, inexperto en todas partes,

que no podrá alardear de haber sido joven y errabundo

ni decir “no sé”.

 

En la vereda de la sombra

el silencio es un pretexto para monologar

 

 

 

(palabras con vida propia)

 

Hace años que no entro a un galpón,

pero la palabra galpón tiene olor a campo en la noche,

ropa de trabajo colgada de un clavo,

un pico y una pala que cavan como idea fija.

conversaciones sobre mangas de langostas.

 

De estas cosas

vienen silencios a la charla, viejos cuentos

ocultos en la palabra galpón:

la historia

del que quiso despedirse al saber que se moría

y sus amigos oyeron que una guitarra tocaba una zamba,

la “7 de Abril”.

Creencia sin pruebas,

eso es la fe,

y un relincho que crece más allá del alambrado,

desentendido de la ley de gravedad.

 

La palabra galpón

tiene vida propia;

como la palabra perro, que cuando aparece

no hace falta que se ponga a ladrar.

 

 

 

(un mensaje equivocado)

 

Alguien deja un mensaje equivocado:

alguien dice lo que no debía decir, lo que no debía oír el que oyó.

 

Un mensaje equivocado puede ser devastador:

que las bromas ya no hagan reír,

que las protecciones ya no den seguridad.

Puede estar equivocado y no ser un error;

puede incluso llegar a destino: un destino inesperado como

tantos por aquí.

Puede estar equivocado y decir la verdad: ser un drama, una

comedia, un entreacto,

y que ya nada sea como es

o lo contrario: que las cosas sean como tiene que ser.

Puede estar equivocado y sin embargo acertar:

cambiar una vida, alterar un proyecto, crear una esperanza o

provocar un fracaso.

De estos aciertos está lleno el mundo.

 

 

 

(el ejemplo de Homero)

 

Se dice que era ciego

sin que sepamos exactamente cuándo;

que fue uno y fue muchos

sin que sepamos exactamente dónde.

Tejió mitos y creencias para inventar el mundo conocido,

habló como si le gustaran todas las lenguas

y anunció que lo posible es, sobre todo,

lo que no sabemos si existió.

Damos por cierto que vivió cerca del mar.

 

Sin embargo,

de sus amores, peleas o alegrías,

no sabemos nada: no dejó una vida personal,

sólo la contundencia de un resultado;

construyó rutas, cornisas, bifurcaciones,

pero no los atajos que llevaban hasta él:

Homero

no habló nunca de Homero

y tuvimos que inventarlo.

 

 

 

(un canto a las cinco de la mañana)

 

Alguien canta a las cinco de la mañana, alguien

a las cinco de la mañana tiene algo que decir.

No hay

una hora sí y otra hora no para lo que tiene que llegar:

el canto viene de cualquier parte

y no todo necesita ser probado:

las cosas suceden como pueden.

 

En este sitio donde empieza el día

alguien canta a las cinco de la mañana: no sé qué dice,

tampoco qué calla:

todo canto tiene cosas que no sabe cómo decir.

 

 

 

(siempre hay una estrella que quiere extraviarse)

 

Sale por el Norte, se muestra al mediodía;

es impuntual, no le importan los puntos cardinales ni las leyes de

tránsito.

Le gustan los bares de mala muerte;

invade una órbita ajena, llameante como una

respuesta perentoria,

siempre atenta al erotismo de la naturaleza: al espectáculo de la

lluvia revolcándose en el mar.

Con ruta marcada y horario fijo,

no quiere que su larga caminata sea sólo por el cielo.

 

 

 

(enigma del espejo)

 

Ese hombre del espejo, ¿soy yo?

No hablo del verbo ser, que siempre sobreactúa,

sino de que esa cara ya es otra, como la voz y lo que se ve del

porvenir.

¿Él es el que vivió en la casa de los patios, el que leyó la Eneida,

el que tuvo sueños variados, como una enciclopedia,

y ahora se asoma a una ventana que desconozco?

Los recuerdos ya no son los mismos; tampoco

la mirada; y la piel ha cambiado tantas veces

que parece de otro.

 

Tiene un forcejeo en la mirada como si me reconociera;

pero yo veo un doble fondo

y me aferro a la duda: en esta confusión

lo que cuenta es el trayecto:

no ser, sino llegar a ser.

 

 

 

(el alma en problemas)

 

El alma de ese viejo no necesita profecías: sabe que pronto quedará

sin trabajo.

Falta poco para que no tenga qué hacer, a quién cuidar o vigilar;

y qué hará entonces

con su tendencia al monólogo interior,

con el dilema de las premoniciones,

con la paradoja de ser alma y vivir pendiente de sudores, sexo,

tejido adiposo, sistema hormonal.

 

Pronto

quedará sin trabajo y pide un plazo: que ese viejo

siga con su fiesta de cumpleaños, su memoria en estado

ambulatorio, sus paseos por la vereda del sol;

ella es joven todavía, vivaz y disoluta, no tiene experiencia en ya no

estar;

sabe que falta poco y se asusta,

sabe que un alma sirve para una sola vez.

 

 

 

(motivos para celebrar la poesía)

 

Gracias a la poesía por ser como es: versátil, implacable, arbitraria,

tenaz.

Gracias por hacerme caminar y caminar como si quisiera levarme a

todas partes,

y gracias por hacerme llegar a todas partes.

Gracias por no ser la verdad, pero estar en su entretela;

por hacernos ver que el paraíso tiene algo de artificio fracasado.

Gracias por espantarme las moscas, de las que nada sế:

por darme un espejo en el que estoy

y otro en el que no estoy.

Gracias por las conversaciones y los viajes, que a veces son la

misma cosa;

por darme la compañía de la soledad sin dejarme nunca solo;

por ayudarme a argumentar, aunque no tenga razón.

Gracias por tener la precisión del péndulo, y estar siempre en

movimiento.

Gracias por hacerme dar dos veces la vuelta al mundo repitiendo el

mismo verso;

por las palabras, los silencios, las etimologías, los sobrantes, con lo

que he ido construyendo la casa que llevo puesta.

Gracias por ampliarme la memoria con recuerdos que no son míos,

con lugares que no conozco, con episodios ajenos y vidas

que no he vivido.

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Santiago Sylvester - Tal vez llegue caminando - Ediciones Barnacle - 2024

Santiago Sylvester (Salta, Argentina, 1942). Es Autor de veinte libros de poesía, uno de cuentos y tres de ensayos. Su obra recibió varios premios en Arge ... LEER MÁS DEL AUTOR