Sandro Barrela

El bosque de la poesía

 

 

 

 

Sandro Barrella, el bosque de la poesía

Podemos entender la poesía de Sandro Barrella como un bosque excepcional donde sucede la vida cotidiana, la vida que nos toca vivir. Y esa vida, traducida en imágenes rítmicas,  transcurre a través de los ojos del sujeto de la enunciación que describe y vive lo que ve, de manera que todo ha de cobrar un significado profundo y revelador.

Esas construcciones que realiza de imágenes para habitar, se acercan a la nouvelle vague donde el detalle es lo más preciado del poema, donde lo mínimo es trascendente. También, el bosque de la poesía que alude –resuena, se infiere en sus poemas–, tienen una dimensión plástica, como los bosques de Josefina Robirosa o los espacios naturales de Hieronimus Bosch, plenos en inquietante y frondosa vegetación poética.

He aquí estos poemas de este autor argentino, quien ha recorrido un camino de belleza y contemplación, de madurez en soledad, a través de la poesía.

Enrique Solinas

 

 

 

 

Poemas de Sandro Barrela

 

 

 

 de La liebre, 2022

 

 

La liebre del desayuno

 

Veo una liebre esta mañana, no perseguida, no en fuga.

Una liebre al paseo de las formas, esbelta como ramo

de endivias sobre porcelana blanca. Canta en una lengua

que a poco comprendo, canta en italiano una melodía cierta

una verdad musical como una fila de hormigas a las puertas

de Santa Chiara. No advierte mi presencia detrás del vidrio

la taza de té, el vapor ascendente, el pan cortado en dos mitades.

Bajo la radio para mejor sentir la canción

con esmero escucho que dice Gesuiti euclidei

Vestiti come dei bonzi  per entrare a corte degli imperatori

Della dinastía dei Ming.

 

 

 

 

La liebre joven

 

La sombra echada a un lado apenas posa. Una mancha

de liebre aun es liebre. Luz que parece provenir

desde otra estancia; una ventana, afuera el sol,

una puerta común, el mediodía.

La claridad derrama sobre el animal un cerco,

su efecto rivaliza con el tema principal del cuadro

borra la idea del entorno. Una casa, el taller,

la ciudad donde nació Durero.

La liebre ocupa el centro de una idea musical

en el espacio suspendida. El blanco concentrado

en el flanco derecho justo sobre una pata, el ojo

izquierdo oscurecido, vistos desde la perspectiva

del modelo. ¿Es algo más que puro oficio? La mano

del pintor ejecutó con maestría una partitura

largamente estudiada. Liebre joven, una forma

desplazada, no envanecida del autorretrato.

 

 

 

 

La liebre de la teología

 

Parece hecha de piedra, es miga de pan.

¿Elude el ansia de quienes van

hasta el andamio donde descifra los enigmas

como si fuese el envés de la Esfinge?

Rígida calma simula, nieve disuelta

en la gravedad. A los fieles que detienen

su paso y mentan frases sobre el mal

los expide como el último suspiro de un bonzo.

 

 

 

 

La liebre de la prosa

 

¿Era una música de Viernes Santo? ¿Una música sin tiempo fijo? ¿Era un

réquiem para muertos por venir? ¿Hay otra cosa que no sea Dios o música?

Preguntas de fe las que hace la liebre. ¿Escuchó música Aldo Moro antes

de los disparos? ¿Y los mensajes telegráficos cifrados, eran de música?

¿De música el ambiente en el baúl del Renault 4 que lo dejó en Via Caetani?

¿Formaba un ángulo de cuántos grados el cuerpo de Aldo Moro

en la portada del Corriere Della Sera? Preguntas morales.

¿Era un himno de lucha de la extrema izquierda italiana? ¿Un argumento

para óperas civiles? ¿Un melodrama sobre la guerra de clases? ¿El PCI

para los jóvenes llevado al varieté? Preguntas de muerte.

 

Detrás del vidrio la liebre apaga la música y anota en su cuaderno una frase

que lee en Sciascia. Son, como se habrá observado, versos; pero los

transcribo como prosa para devolverlos mejor a su insensatez y atrocidad,

pues la prosa no perdona.

 

 

 

 

de Villa Santa Rita o el libro de los pasajes. (2019).

 

I

 

“Vivo en una casa en el linde del bosque”,

podría empezar el poema—de hecho, así

comienza—y decir algo real o al menos

próximo, a un ideal pictórico o con linaje y autoridad

en el decurso temporal del lenguaje.

Algo acerca de nenúfares

en un estanque y hojas color ocre en sus orillas,

o intentar una descripción objetiva de alguna

de las varias especies de asfódelos que crecen

en Europa,

—la del rapto sobre el lomo de un toro—

Europa,

donde una ardilla en tiempos

remotos podía trasladarse desde un punto

de la llamada, Madrid, hasta un punto

de la llamada, Ámsterdam, a través de los árboles

que la cubrían sin poner pies en tierra,

sólo a través de los árboles que,

repetidos, diversos, sucesivos, hacían de Europa

un bosque, un solo bosque, o como dijo o escribió

una dama católica, un ultrabosque,

prueba de que las cosas no fueron siempre así,

—aquí en la tierra como en el cielo—

una descripción sobre flores de asfódelos de la Europa real,

la escrita en los anales de historia y tratados de botánica,

y no su variante mítica según los relatos difundidos

acerca de los, Campos de Asfódelos, del viejo inframundo

concebido por los griegos de la antigüedad,

esos prados donde las almas ordinarias eran

enviadas indistintamente después de la muerte.

Quiero decir, algo, algún poema en prosa o verso que,

pasada esta tarde de mayo,

entrada la noche, pudiera compartir con los poetas

del pueblo en la taberna donde a diario nos reunimos

a beber cerveza y leer nuestros progresos líricos.

Pero lo cierto es que

no vivo en una casa en el linde del bosque.

 

 

 

 

de La flor de lis. Inéditos

 

 

Entre los dientes el pan tibio

en duermevela murmuraste

corazón dame la música.

 

La poca luz tras los postigos

tu almohada hundida tu cabeza

en esa poca luz derrama

 

la sombra de una pena nueva.

La opaca luz, luz operaria

de invierno en el metal que hiela

 

la ventana, se escarcha el vidrio

tieso como súbita liebre,

los faros en los ojos, ruta

 

de circunvalación, maniobra,

empalme, eso sucede en tiempos

pasados amor mío estamos

 

no como entonces, hacia el mar,

ya no en camino, no, estamos

bajo el hechizo verdadero

 

de lo que huye bajo el agua.

Lluvia del cielo hacia la tierra

no tiene otro destino, no,

 

quietos en la mañana llega

un rumor aturdido, el silbo

del tren local, tardío llega

 

y en duermevela murmuraste

dame la miel, entre los dientes

el pan tibio, Dios, la música.

 

Salí del pueblo bien temprano

al sueño ya no regresé,

harina de mis huesos lleva

 

la hogaza horneada esa mañana,

cuando te dije la canción

que escucho cada vez que sube

 

la niebla en el invierno puro

y cubre con su manto blanco

el frío corazón tu imperio.

 

*

 

Si un manto blanco. Si te cubriera.

¿Un punto en la distancia, niebla

sería mi corazón que trepa tu almenar?

De niebla el manto blanco te cubre

el rostro y no me ves. ¿Un punto soy

en la distancia? Echados hacia atrás tus ojos

no hay luz posible. Perdidos en la noche

musical, la dura noche oscura de la bóveda,

dos astros que se extinguen después de haber vivido

una pausa en el tiempo, un soplido, un acorde,

lo que dura el amor. ¿De arroz, de pan tus ojos?

¿De cera y un pabilo en medio de los dos?

 

*

 

Se deshizo en la mesa.

Ni las migas.

¿Fermentó?

¿Levó lo suficiente?

¿Se ahogó en el agua tibia

de mis manos?

 

*

 

El de la pena, endurecido

sobre el mantel bordado,

el olvidado, sin rastros

de la semilla y el molino.

El pan común, sus dos mitades.

 

*

 

El pan ázimo. El maná.

El pan nuestro.

El pan multiplicado.

Te lo quedaste. Me lo llevé.

 

Sandro Barrela (Buenos Aires, 1967). Publicó en poesía El álbum de Pascal (Último Reino, 1996), El golf (Alción, 2005), Los páj ... LEER MÁS DEL AUTOR