

Presentamos cuatro textos claves del célebre poeta italiano y Premio Nobel de Literatura en la versión al español de Carlos López Narváez.
Salvatore Quasimodo
Ciudad muerta
Inútilmente, ¡oh manos!
removéis bajo el polvo:
la ciudad está muerta.
Sobre el Naviglio
todos oyeron el zumbar siniestro.
El ruiseñor en cuyo arpegio
se anunciaba el tramonto
cayó desde la antena del convento.
A qué buscar el pozo
si ya no tienen sed los vivos…
A qué palpar sus cuerpos
hinchados y rojizos:
dejadlos en su suelo;
dejadlos en su sitio,
que la ciudad ha muerto…
La lluvia
He aquí la lluvia:
los aires callados remece,
y las golondrinas
-gaviotas de mínimos peces-
las aguas oscuras, tranquilas,
rizan en los lagos.
Un olor de heno
satura recintos y campos.
Y el año se va
sin dar un lamento,
ni lanzar un grito,
que un día más
pudiera ganar de improviso.
Ninguno
Tal vez soy un niño:
los muertos le causan pavura.
Sin embargo, a la muerte le clama
soltarlo de toda criatura
-niño, árbol, bestezuela-
de tantas cosas en que pulsan
corazones roídos de tristeza.
Es que no tiene ya qué dar
y las calles oscuras están,
y no encuentra, Señor, ser alguno
que logre, a tu vera,
ponerlo a sollozar.
Refugio
Al borde del tajo
se retuerce un pino
suspenso: curvado
cual una ballesta,
parece escrutar el abismo.
Las aves nocturnas
lo tienen de asilo;
y en horas profundas,
alas que se abaten
conturban el aire dormido.
Corazón en sombra:
suspenso tu nido
de una voz remota,
te pasas lo noche en atisbo.