Desde su nudo a ciegas
Eurídice (II)
Y como gavillas, el cabello
brillaba de nuevo limpio, entre manchas
de materia triste y en desamparo.
Y ligeras flores de carne muerta
resbalaban lentamente, caían
con su derrotada podredumbre.
Y se restiraba la piel, brillando
sobre tiernos músculos y grasas
y bellos recintos de sangre nueva.
Y sobre la tierra humedecida
flotó como niebla mansa o silencio
un calmado olor de mujer desnuda.
Y de innumerables aguas, de sombras
infinitamente desoladas,
volvieron a ella sus dulces años:
la savia delgada y verde, la lumbre
de sus primaveras y sus otoños.
Y se levantó soñando, y temblaba,
y fue por segunda vez a la muerte.
El alba
El alba cruel del moribundo esperas,
mi corazón; y los sentidos —alma—
por cinco llagas multiplican
tu llamado carnívoro. Emboscándose,
en moradas rejas amarillo,
tiende en la extrema noche el tigre
sus tensos enjambres al acecho.
***
Como un sediento que ha bebido,
como un dios despertando y que te mira,
alza la cabeza coronada
la serpiente del bien. Ahora,
de mi boca a tu pecho, el santo y seña
de una palabra triste; ahora un pueblo
de reyes vencidos te enternece.
***
Abre sus hojas de oro la paloma
desde el leño oscuro; deja al aire
el querubín sus plumas rojas; brilla
la frente de un león entre dos puertas
gemelas, alas del incendio
del águila crujiente, y amanece
la noche mía donde naces.
CRECE LA TORRE nueva en el naufragio
del muro combatido;
del alvéolo de la sal, el rumbo
celeste de la espiga, el transparente
olor de la manzana, y surgen
el olivo y su perla amarillenta
y los suntuosos pórticos del vino.
Canto que no aprendí, silencio
en que instituye el canto las raíces.
Y establecida sobre el alma, sube
la lengua: cera y pabilo
bajo voraz corona encandecida.
Ámbito de la casa es, y casa del traje,
y traje para el cuerpo,
y cuerpo de la voz.
Esfuerzo mío,
tribu de sílabas concordes,
ábreme campo afuera. Tú, que puedes,
introdúceme al coro; así, al oficio
de fundar la ciudad sobre cenizas
de vencidas ciudades. Buen oficio.
Derrame el canto sus caminos
como una primavera de cimientos.
Cirio sonoro, fundación, arroyo
de abejas parcas, arribando
al seno acelerado de la llama.
No solamente mínimo
brasero, engarce de la ofrenda
en aroma desnudo que desgarra
sus ropajes de humo;
Sí manantial de macizas paredes,
de azules templos para bordadoras
calladas, de albañiles coronados,
de dulces padres carpinteros,
de manos como príncipes que rijan
el sabor unitivo de la espada.
Oh, si me fuera dado el alegrarme
con mi fuerza de hombre, si mi orgullo
(¿a quién volver los ojos?),
como el amor, clarísimo al mirarte,
para siempre naciera,
y en torno, y habitada y ofrecida,
la ciudad y la gente suscitada
por el orden del canto.
En esta hora
y mientras en la plaza, el más valiente
cumple el parto viril de la futura
gloria de su bandera. Golpe
de sol, racimo grave de linajes.
Y estar herido y pobre, y estar vivo
y vencedor, y redimido,
y para siempre ya desenterrado.
Desde su nudo a ciegas
Desde su nudo a ciegas, desde
su ramazón violeta, suena
encogida en su hervor la sola
fuente del conjuro que te llama.
Tú, palabra antigua, bajo el lirio
del vientre de la noche sabes
lo que no soy; desde lejanos
nombres como ciudades, vienes;
como pueblos de alas retenidas
vienes; como bocas no saciadas.
Mañana espacial entre despojos
nupciales; lecho reviviente
del amor de ramas libertadas
sobre la herrumbre de otras hojas;
juicio universal de cada instante.
Del tiempo matinal emerges
con terrestre peso de estaciones
al sol; en mi cuerpo te alimentas;
orden de vida restableces
en mi corazón desengranado.
***
Piensa para sí misma, ilustre
llevadora del cetro, y hiere
la roca oscura, y de la roca
surge ella misma: el agua viva;
la fuente del fuego de agua viva.
Fuente de la unión, la sal celeste
de la tierra, el santo matrimonio
de la luna y el sol, consuma
en el interior brotante y claro.
Y de su concordia nutre y cría
el amor. Don de Dios. Silencio
y libre música del júbilo
y el amor, desde sus ojos, pone
la flor de la gracia en cuanto mira.
Buscándola, gira en torno suyo
lo inconcluso y opaco; en ella
busca el agua su sed; su lumbre,
la oscuridad; su pan, la espiga.
Y en su corazón halla raíces
la gran primavera que se inicia
—pacificadora—, y en su nombre
rejuvenece la palmera
y da fruto, y danza renovada.
Quintaesencia del oro, ardiente
semilla del poder del vuelo.
Para juntar, divide; ablanda
para libertar, y purifica.
Ciencia recóndita del fuego,
concierta la fuerza azul del águila
y del tigre lo sediento y rojo,
y enciende y concilia las columnas
que rigen la puerta, y abre el libro,
y el velo levanta, y quita el sello.
Y con la humildad, a cuanto mira
—glorioso el que la vio primero—
en el agua del fuego alumbra
y por el bautismo resucita.
***
En el núcleo de la rosa múltiple
nació el sol, y se leyó su nombre.
Incendio que progresa en círculos
de salvación, vuelve profunda
la mirada nueva que la mira
para poderla amar; amándola,
a la sola plenitud abrirse
del santo reino de la gracia.
¿Soy alguien yo?, te preguntabas
dentro de lo oscuro, en el silencio
anterior a la palabra oculta;
te interrogabas, alma mía.
Y alzó los brazos blancos, y arde
entre sus manos la gloriosa
lámpara, la estrella de seis vértices
de equilátera flama. Y baja
por el camino de sus brazos
la concordia de la luz lloviendo.
Concha que recoge los misterios
del agua bautismal, sapiente
don de la paz y la abundancia;
templo viviente en que se unen
el venero oculto y la infalible
salida al mar feliz y cierto.
Y su pensamiento se concierta
con la causa sin causa.
Y ríe,
y su risa lava la mañana
de su corazón. Mira hacia arriba
desde la mañana, o van sus ojos
descendiendo por nocturna falda,
y con luz no prestada guían
lo que va subiendo de la noche.
No estabas muerta, mas dormías;
escondida estabas; como en sueños
te estirabas, alma, preguntando.
Y en todas sus partes la belleza
desviste la luz manifestada,
y fuerza a los ojos da, y sostienen
su sonrisa los ojos; pueden
ver el pleno fulgor; sustancia
de la vida esperada; signo
de lo que —no visible— salva.
Y eras parte del orden suyo,
de la majestad benigna donde,
mi alma, por fin te reconoces.
***
Hay un asombro de silencio
cuando su espíritu derrama
sobre las cosas, y hace leve
la gravísima piedra, y toca
y anima lo oscuro, y transubstancia
como en la mesa de la cena.
Y tú le preguntas, alma mía,
y ansiosa buscas, y en sus ojos
amor es la única respuesta.
Ciudad del sol, lumbre sin humo
de la verdad sobre su pecho;
núcleo vibrante que concierta
la luz y la música en el gozo.
Y camina inmóvil, y su cuello
es la columna en cuyo torno
—collares tan sólo de su cuello—
se ordenan las celestes lumbres
y rítmicamente resplandecen.
Adorno a su cabeza, el oro
radiante del alba sin orillas.
Misterio y clave del misterio,
se difunde en ráfagas tan claras
que deslumbra y ciega y te despierta.
Y tú, mi alma, le preguntas.
Perla blanca, oriente que derrama,
de su centro mismo, el nacimiento
del iris de la alianza eterna;
principio del fuego, rosa abierta
en las tinieblas del santuario.
Y es amor la respuesta sola,
y no hay amor —alma, lo sabes—
como el amor que se le debe.
Protegida por el escudo
transparente del bien, preserva
y anima la paz de los caminos;
lumbre sin humo que en su centro
—sin consumirse— se alimenta.
Y buscas, mí alma, y una flama
de su caridad en ti se apoya,
y te guarda indemne y te contagia.