Ya no vienes a iluminarme
Hay ovejas y ovejas
Las que comen de cualquir pastizal
y duermen con una sonrisa de satisfacción
en los potreros.
Las que caminan ciegamente
por los caminos acostumbrados.
Las que beben despreocupadas
en los arroyos.
Las que no trepan por pendientes peligrosas.
Esas van a dar lana abundante
en las esquilas
y serán sabrosas invitadas
en las fiestas de fin de año.
Hay también
las que tuercen las patas
buscando campos de margaritas
y se quedan horas y horas
contemplando los barrancos.
Esas balan toda la gran noche de su vida
encogidas de miedo.
Y hay, por fin,
las malas ovejas descarriadas.
Para ellas y por ellas
son las escondidas raíces
y los mejores y más deliciosos pastos.
Oveja a tropezones
Tengo miedo.
Miedo de los malos caminos
de las equivocaciones que reciben
a brazos abiertos nuestros sueños.
Espero más de lo que puedo decir
y desde que dejé de ser posibilidad
ante el abismo de ojos detenidos
siento una brumosa sensación
de amarras y telarañas.
Oveja Anciana
Puedo decir
que he gozado mis días largamente.
He comido, bebido y bailado
sin desperdiciar minuto.
Estaré lista cuando llegue el día.
Fui feliz.
Eso es todo.
No importa que nadie lo recuerde.
La gloria también cae a la tierra
y los implacables gusanos de la muerte
no obedecen ni a los pastores siquiera.
(su mamón:
un día heredaré la fortuna de mis padres.)
(De Canto de una oveja del rebaño, 1981)
(Ya no vienes a iluminarme)
El preferido de mi corazón pronunció tu nombre
una tarde sin quebraduras.
Dijo “nunca cambiaría la casa de mi padre por ti”.
Y yo soñaba que era el más grande
porque no lo vencía una muchacha.
Pero el asalto del mal astilló cada uno de los sueños
desató techos con soplidos de animal sacrificado.
El viento arrecia. Corren niños despavoridos.
El mundo fue tan grande como para perdernos.
(El río de la noche)
El río de la noche es otro
atravesado y solo en la ciudad que duerme.
Le gusta que le lleve naranjas y poemas
que no le tema y le tema
arrullándome con alemanes hermosos
que miraban el cielo para construir su casa
y hombres tristes que se perdieron tierra adentro.
“La vida les debe lo innombrable”
y me abre los brazos oscuros.
“Podrías dormirte dulcemente”.
Me habla como a una amapola
que tiembla en el viento.
Pero amanece y no es el mismo.
El río de la noche no me reconoce
entre todas las muchachas
que cruzan el puente.
Expuesta
Prontos a herir se amontonan
en las afueras de mí.
Un ojo sobre otro.
Me voy a ellos con los brazos abiertos
no vaya a ser que no me alcancen.
No vaya a ser que el dolor de sus colmillos
me sea negado para siempre.
(De En lugar de morir, 1986)
No se crían hijos para verlos morir
Cuando el mar se llevó a sus tres hijos
ella estaba acodada en la puerta de
su casa, pensando en ollas aladas y repletas.
De pronto cayó en un vacío del que surgió
vieja y encorvada. No necesitó entrar para
vestirse de negro. Ya estaba recogiendo flores
cuando salió su hombre con la radio en la
mano, desamparado y tembloroso.
Ella es una sábana flotando sobre nosotros.
Nada detiene el remolino que alienta su vuelo.
Desde su vientre deshabitado
los ovarios violeta se abren como flores nocturnas.
La ansiedad es un arrecife
donde acerados corales hieren los cuerpos amados.
Sin hijos bajo sus ojos
quisiéramos las madres
ofrecerle un trozo de pañal
para vendar sus muñones o un arca
donde recoger los salados restos.
(De Hijos, 1991)
Solidaria
Esta casa habla.
Más bien junta sus esquinas
en un esfuerzo conmovedor.
Cruje su madera,
suenan las bisagras
mientras cruza la pena
de una pieza a otra
arrastrando los pies.
Deseo
El deseo es un barco poderoso
arriando anclas y cadenas
en medio de la noche.
Estallando con el estrépito
de las posibilidades.
Bajo el silencio crispado
el ansia apenas perceptible.
Es también, el despliegue de luces
en las islas de canales tan angostos
donde un barco, más que navegar,
acaricia.
(De Baile de señoritas, 1994)
La elevación
El vendaval que dejó la santa
al elevarse.
Despojada de sí.
Cerúleo el rostro.
Transformada y bella.
Me sorprendió encontrarla, al otro día
donde mismo. Cansada.
Con algunas arrugas cerca de los ojos
y, sobre todo,
subiendo desganada al pedestal.
Quiero decir (parecía)
cansada de la perfección
tratando de confundirse con los feligreses.
La santa de terciopelo
La Santa vestida de terciopelo
le cuelgan abalorios.
En andas.
Viaja sobre los hombros
y le agitan pañuelos blancos
Sortea temporales
inmóvil.
Fija la mirada.
Fijo el madero portentoso
de su cuerpo.
Sobrepuestos los retazos
de otros rezos.
La pueblan arañas y polillas.
Resplandeciente el rostro
policromado.
Bajo las ropas sagradas
los velos se pudren
y la madera astillada
se consume.
(De La santa, 1998)
Balbuceos
Los objetos me persiguen
arremolinados.
Se debilita mi cascada.
Balbuceo. Se agrieta la voz.
Cual caracol que rodea
su universo de dos metros
con un hilo de plata,
esta casa soy yo.
Adocenado Placer
Voces. Murmullos.
Avanza el rumor de pasiones menores.
Adocenado placer
que deja su huella amarillenta.
Con el brazo en alto
afiebrada
acuso
el moho de la medianía.
(De Sombras en El Rosselot, 2002)