Rosabetty Muñoz

Ya no vienes a iluminarme

 

 

 

Hay ovejas y ovejas

 

Las que comen de cualquir pastizal

y duermen con una sonrisa de satisfacción

en los potreros.

Las que caminan ciegamente

por los caminos acostumbrados.

Las que beben despreocupadas

en los arroyos.

Las que no trepan por pendientes peligrosas.

Esas van a dar lana abundante

en las esquilas

y serán sabrosas invitadas

en las fiestas de fin de año.

Hay también

las que tuercen las patas

buscando campos de margaritas

y se quedan horas y horas

contemplando los barrancos.

Esas balan toda la gran noche de su vida

encogidas de miedo.

Y hay, por fin,

las malas ovejas descarriadas.

Para ellas y por ellas

son las escondidas raíces

y los mejores y más deliciosos pastos.

 

 

 

Oveja a tropezones

 

Tengo miedo.

Miedo de los malos caminos

de las equivocaciones que reciben

a brazos abiertos nuestros sueños.

Espero más de lo que puedo decir

y desde que dejé de ser posibilidad

ante el abismo de ojos detenidos

siento una brumosa sensación

de amarras y telarañas.

 

 

 

Oveja Anciana

 

Puedo decir

que he gozado mis días largamente.

He comido, bebido y bailado

sin desperdiciar minuto.

Estaré lista cuando llegue el día.

Fui feliz.

Eso es todo.

No importa que nadie lo recuerde.

La gloria también cae a la tierra

y los implacables gusanos de la muerte

no obedecen ni a los pastores siquiera.

 

(su mamón:

un día heredaré la fortuna de mis padres.)

 

(De Canto de una oveja del rebaño, 1981)

 

 

 

(Ya no vienes a iluminarme)

 

El preferido de mi corazón pronunció tu nombre

una tarde sin quebraduras.

Dijo “nunca cambiaría la casa de mi padre por ti”.

Y yo soñaba que era el más grande

porque no lo vencía una muchacha.

Pero el asalto del mal astilló cada uno de los sueños

desató techos con soplidos de animal sacrificado.

El viento arrecia. Corren niños despavoridos.

El mundo fue tan grande como para perdernos.

 

 

 

(El río de la noche)

 

El río de la noche es otro

atravesado y solo en la ciudad que duerme.

Le gusta que le lleve naranjas y poemas

que no le tema y le tema

arrullándome con alemanes hermosos

que miraban el cielo para construir su casa

y hombres tristes que se perdieron tierra adentro.

“La vida les debe lo innombrable”

y me abre los brazos oscuros.

“Podrías dormirte dulcemente”.

Me habla como a una amapola

que tiembla en el viento.

 

Pero amanece y no es el mismo.

El río de la noche no me reconoce

entre todas las muchachas

que cruzan el puente.

 

 

 

Expuesta

 

Prontos a herir se amontonan

en las afueras de mí.

Un ojo sobre otro.

Me voy a ellos con los brazos abiertos

no vaya a ser que no me alcancen.

No vaya a ser que el dolor de sus colmillos

me sea negado para siempre.

 

(De En lugar de morir, 1986)

 

 

 

No se crían hijos para verlos morir

 

Cuando el mar se llevó a sus tres hijos

ella estaba acodada en la puerta de

su casa, pensando en ollas aladas y repletas.

De pronto cayó en un vacío del que surgió

vieja y encorvada. No necesitó entrar para

vestirse de negro. Ya estaba recogiendo flores

cuando salió su hombre con la radio en la

mano, desamparado y tembloroso.

 

Ella es una sábana flotando sobre nosotros.

Nada detiene el remolino que alienta su vuelo.

Desde su vientre deshabitado

los ovarios violeta se abren como flores nocturnas.

La ansiedad es un arrecife

donde acerados corales hieren los cuerpos amados.

Sin hijos bajo sus ojos

quisiéramos las madres

ofrecerle un trozo de pañal

para vendar sus muñones o un arca

donde recoger los salados restos.

 

 (De Hijos, 1991)

 

 

Solidaria

 

Esta casa habla.

Más bien junta sus esquinas

en un esfuerzo conmovedor.

Cruje su madera,

suenan las bisagras

mientras cruza la pena

de una pieza a otra

arrastrando los pies.

 

 

 

Deseo

 

El deseo es un barco poderoso

arriando anclas y cadenas

en medio de la noche.

 

Estallando con el estrépito

de las posibilidades.

Bajo el silencio crispado

el ansia apenas perceptible.

 

Es también, el despliegue de luces

en las islas de canales tan angostos

donde un barco, más que navegar,

acaricia.

 

(De Baile de señoritas, 1994)

 

 

La elevación

 

El vendaval que dejó la santa

al elevarse.

Despojada de sí.

Cerúleo el rostro.

Transformada y bella.

Me sorprendió encontrarla, al otro día

donde mismo. Cansada.

Con algunas arrugas cerca de los ojos

y, sobre todo,

subiendo desganada al pedestal.

Quiero decir (parecía)

cansada de la perfección

tratando de confundirse con los feligreses.

 

 

 

La santa de terciopelo

 

La Santa vestida de terciopelo

le cuelgan abalorios.

En andas.

Viaja sobre los hombros

y le agitan pañuelos blancos

Sortea temporales

inmóvil.

Fija la mirada.

Fijo el madero portentoso

de su cuerpo.

Sobrepuestos los retazos

de otros rezos.

La pueblan arañas y polillas.

Resplandeciente el rostro

policromado.

Bajo las ropas sagradas

los velos se pudren

y la madera astillada

se consume.

 

(De La santa, 1998)

 

 

Balbuceos

 

Los objetos me persiguen

arremolinados.

Se debilita mi cascada.

Balbuceo. Se agrieta la voz.

 

Cual caracol que rodea

su universo de dos metros

con un hilo de plata,

esta casa soy yo.

 

 

 

Adocenado Placer

 

Voces. Murmullos.

Avanza el rumor de pasiones menores.

Adocenado placer

que deja su huella amarillenta.

 

Con el brazo en alto

afiebrada

acuso

el moho de la medianía.

 

(De Sombras en El Rosselot, 2002)

 

Rosabetty Muñoz Nace en Ancud, Chiloé en 1960. Desde su titulación como Profesora de Castellano ha ejercido labores de docencia en distintos establecimien ... LEER MÁS DEL AUTOR