Leerán algún día
INFANCIA EN PUNTA ARENAS
¿Dónde la estrella pura que la nieve ilumina
y el candor del silencio en las calles muy solas
y ángeles helados que en los techos dormitan,
dónde están, y las aguas recogidas del frío?
¡Oh leve tristeza de prematuras noches,
oh luz que conducías junto al libro encendido,
la materna mirada que ordenaba el sosiego
y la fuerte presencia de quien fuera el principio¡
¿Qué memoria guarda aquellos tiernos ojos
y la sangre asombrada de una carne tan joven,
el destino espiando el sueño en que encarnaste
y la limpia sonrisa sobre el mar de los días?
Nieve y memoria tienen cielo.
Sólo en la tristeza nacen las alas.
LEERÁN ALGUN DÍA
Escribo para alguien que me espera.
No sabe que me espera. Cualquier día
encontrará la palabra quieta con su ansia
y le dirá mi sentido a su sentido.
Quizá resbale por ella y no la entienda.
Hay que respetar al tiempo. El sabe madurarnos.
Puede que la verde palabra bajo su sol grane
o que el alma tierna le urjan gravedades,
sonrisas entreveradas entre los grises,
alguna ortiga de ira que la irrite,
un moho triste que contenga salvaciones,
azulear fugitivo entre densos líquenes,
por la complejidad de serlo no decir hombre
en el recuerdo que despierta a la memoria
de esa sucesión de olvidos que es su sueño.
Algún día, alguien leerá lo que no he escrito,
pero su apariencia lo moverá a lo eterno.
LA INJURIA
Puntual llegó la injuria.
Por la sombría boca del teléfono,
inerme loro bobalicón y negro,
espejo de la voz que lo pronuncia
disfrazada por un horrible miedo
de que junte alma y rostro quien la escucha,
comienza a caer la lava de la envidia,
la ira de un presunto bien ajeno,
pus de lepra de un gangrenado pecho.
Quizá te despojes de pensamiento impuro,
quizá quemes escorias en mi oído,
gastes quizás palabras que cizañan
y le roen cavernas a tu espíritu.
Descarga tus pasiones en mi océano;
como un piadoso confesor te escucho,
mi silencio recibe tu retrato humano
con misericordia por tu dolor tan justo,
que toda llaga duele hasta el sollozo
si golpeas la herida con tu propio martillo,
y yo no puedo a la distancia sino oírte
y exorcizar con mi paz a quienes te atormentan.
Dime todo tu mal como si fuera mío,
mi silencio será pozo fiel hasta que pierdas
todas las flechas de rayos que te muerden,
todos los ciegos truenos que te asordan.
Quedará limpio tu cielo como mi silencio.
Y podremos colgar nuestros teléfonos.
DEJO QUE ESTA MANO TE LLORE
Hoy no he pensado en ti. No estoy pensando.
Esta mano te escribe como si sus dedos llovieran,
como nube consagrada a su taciturno oficio
de asear las hojas nonatas de los árboles.
Retraído, camino por corredores de fatiga,
miro entre lacias celosías que transparentan el tedio,
sobrevivo al herrumbre del día macilento,
mientras los muelles andan sobre el agua,
y el hollín trepa al cielo por las chimeneas,
y las verjas liman al aire su escozor de bruma.
Las cosas imponen al mundo su deseo.
Sólo yo, desceñido, deshilvanado, pórtico
sin visitante y desvaída morada,
nada puedo hacer, ni siquiera pensarte,
dejar, apenas, que, sin mí, esta mano te llore.
LOS PÁJAROS VORACES
Esta noche está poblada de pájaros voraces.
No dejan miga del pan del sueño para el hambre mía.
Ni la gota de agua cautelosa para mis labios secos.
Ni el sonido del recuerdo tuyo para canción ni fábula.
Todo lo poseen esos pájaros voraces.
Sombras ignoro si son, pero en mí se infiltran
y me convierten en pájaro que de mí se aleja,
en voraz pájaro que me consume el sueño y el otro sueño,
y bebe el agua escueta y hurta el son ansiado.
Vuelo dentro de mí, sobre mí, y sin ala no vuelo.
La noche me he quitado, me he disipado el día,
Y no soy y no estoy, y tú, no me despiertas.
ARDOR EN CAROLINA
Por las noches, un jinete oscuro
se despierta de ardor en Carolina.
Busca su caballo cuando la luna llama
sobre praderas de otoño en Carolina.
Lo exaltan las colinas con sus ondas suaves
y el desfiladero de secreto paso
donde pueden temblar todas las raíces
si él galopa su ardor en Carolina.
Gimen margaritas deshojadas, estrellas del musgo,
corcel cadencioso con su radiante espuma
cuando se apea el jinete ensombrecido
y lo ardiente se duerme en Carolina.
CAMARERO DE LA SOLEDAD
La mesa está servida. Los platos se extienden
anhelantes. Ordenados cubiertos tiene aire
entristecido de plata. En una copa absorta
reluce sangre en abandono; abreviado en la uva
el sol desnudo está en la otra hermana.
Disimula su sed, en el cristal, el agua.
Arrodillada, la servilleta monja espera.
Escondido en tortuga de cobres solitarios
el pan mostrar quiere su ternura alba.
Silencio deja la silla ante esta duna
interminable, muchos años tendida.
Ningún comensal llega. Yo, sin embargo,
camarero de la soledad, a la esperanza sirvo.
TODO SE FUE
Esta es la hora de la soledad. Todos se han ido.
Se fueron los honores, la púrpura y sus furias.
Se fue la amistad, que como perra de oro
la llamaron por su hambre secreta.
Se fue la lealtad con máscara de palabras
y reverso de lepra.
Se fue la generosidad porque el interés vino
con su sonrisa larga y mirada ubicua.
Se fue el dinero, que con imán extraen
desde mil tentaciones con que incitan.
Se fue el tiempo, y no quedé eterno,
sino óxido, orín, telaraña con su madre muerta,
sin óxido, verdín ni telaraña,
inmóvil tiempo.
Se fue la juventud y su llanto de claveles,
la madurez se fue y su tempestad prudente,
la vejez se fue y quedé niño
que juega a ser joven y maduro.
Se fue el amor, a la densa ahogada por las vanas alas.
Pareció irse la poesía que no vino nunca.
Se me fue la angustia y retornó angustiada
porque existía sólo como mi reflejo.
Se fue la soledad y me dejó conmigo.
Y yo me dejé y no sé encontrarme,
pues ando perdido en busca de las pérdidas:
la amistad generosa, el joven tiempo,
la poesía amor, y el amor poesía,
la soledad consciente de su angustia,
y mi ser entero.
Si encontráis los honores, dejadlos, no los busco.
Al dinero usaría para que sepáis que existo,
sombra que me rodea, sin tocarme, de aparentes fulgores.
Si encontráis talento, dádmelo, urgente, que necesito.