“La contadora” y otros poemas
De Libro Có(s)mico (2015)
Un alud, el día
violento y rápido
pero sostenido, duradero,
lento, detallista, incuestionable.
Se mete en un ataúd.
Angosta los pies
se hace pies
a plena luz del sol
unos pies de nieve.
Riega las plantas, florece
parece salir a pasear
en su atontamiento de hielo congelado
fracasa, se triza
parte de un pie.
Arrasa, y de vez en cuando
se traba
se queda ahí para siempre.
Vuelve a salir
y el frío
es mecánico como una máquina
produce calor de máquina
vuelo de ruiseñor extraviado
pájaro de lata.
LA CASITA DE LOS INSECTOS
siempre mirar qué queda
el rastro, la mancha
deductiva de la huella:
todo aquello que
debería suceder
no aparece en esta imagen
y el oráculo del pensamiento
está cansado:
avanza el monstruo
cada vez más cargado
sin mirarse al espejo
robando, precipitando
un alud
carne o piel
que despelleja
su mismo contorno un manantial
se extingue con furor propio
nadie lo mira
perder su forma
nadie atiende
lo que se sale de lugar
aquella casilla
no puede ser inmensa
y si traspasa la piel
no se nota
lo que crece sin parar
y lo que muere
y lo que es robado y perdido
lo que se deja robar
es un patíbulo privado
un bartulario bajo la alfombra
casita de insectos al azar
que desconocen su planeta
ese calor es lo que llama
la casa del monstruo es otro monstruo
ya parezco llana, humana
deforme y normal
LA CONTADORA
Eso es el lenguaje, también:
un “organigrama”, una administración
orden distributivo
como el sol de Sor Juana, distributivo.
Lo que se distribuye, como un tributo
con equidad, no igualdad, no todo
sino un contrapeso, una organización
que tenga en cuenta la vida, es decir
lo imposible de organizar, es decir
lo irracional:
una convivencia.
De Eco del Parque (2014)
No hay paraíso en la tierra.
Sus maravillas, inmensas
son hostiles
y en lucha con ellas gastamos
fuerza, fé
y voluntad.
Sí, hay paz y éxtasis.
Provienen
sin embargo
del temporal
-crisis de las condiciones pactadas-
destructor más creador
de los mundos
manjares precarios
grandezas efímeras
deletéreas, funestas
de la tierra.
*
Entre álamos plateados
frente al sauce
el árbol de las paltas
es un monstruo
desordenado
sus hojas groseras
y algo rojas
– grosellas-
ellas resisten el viento
como un gigante montado
en una percha endeble
-espantapájaros
en el que viven los pájaros-
catapulta sus frutos cremosos
que revientan en mi deseo
de escapar a este mundo.
El carancho
despliega sus alas inmensas
y caoba
¿ha asesinado a los gorriones?
mueren al costado
de las ligustrinas
sus restos desparramados
perfuman
el poblado de los humanos.
*
Ausencia de gorrión, la tuya
pequeña sombra que
a cierta hora del día
se agiganta y confunde
la resolana.
Es el aire y es el viento.
En esta área suburbana
hay tesoros naturales
que la ciudad no tolera
y aquí, abrillantan
la puesta de las luces.
La conciencia es la misma
y luego del encandilamiento
el viento que siento
-que reviento-
trae el mismo aroma húmedo
del cemento
con el mismo insecto
pero más grande
más oscuro
más nutrido
mejor alimentado.
*
Refleja lo peor del cemento
su sequedad porosa
asfixiante
cubierta por la baba
del mundo que lo azota
como una marea diaria.
Los plásticos, los propilenos
circulan como arbustos sueltos
se van untando
de pólenes y heces
pertenecen
a tantas especies
tan pocas
las que quedan
y las que se cultivan
se encajan en los engranajes y aun
se quedan aplastadas
encarnan el cemento
lo meten en la entraña y queda
palpitante
pegajoso, caliente, calcáreo
y todo color termina
en lo terroso de la mierda
con la que crecen mejor
estos árboles.
*
Crecidos los árboles
parece
que saludan al cielo
los álamos plateados
como plumas o penes
oscilan excitados
por el viento
su costado de plata
parece que nos enriquece
sin tocarnos.
Cómo podría
si llega tan alto
tan alocado.
El sauce, sin embargo
con su llanto
alarga sus guirnaldas
cabellera enrulada
llega al suelo
y es el que nos abraza
nos acaricia
su enredo de amor
no miente
nos toca de verdad
toca la tierra.