Epístola irreverente a Jesucristo
Guatemala
Nadie te hiera amor, nadie te toque
ni el dardo envenenado ni la espina
ni la espada furtiva se aproxime
a lastimar la luz de tu epidermis,
nadie con ojos fieros se te acerque
nadie te toque amor, nadie te toque
si no es para besarte,
y que estallen en tus predios,
con la ternura de sus flores nuevas
y en el silencio de tu faz nocturna
y de tu faz silvestre
con el viento de aurora conmovidas
tu tráfico de alondras sorprendidas.
Nadie te hiera amor, nadie te nombre
con los labios blasfemos porque eres
el sabio acontecer de tus mayores;
el resumen traslúcido de ayeres
que ha dejado plasmada la armonía
en todos los contornos y parajes
que relucen al sol tu geografía
única en el planeta y amorosa
desde la más humilde florecilla.
Dioses mayas regresen y te amen,
fecunden tus entrañas maternales
y una raza de héroes te salve.
Nadie te toque amor, nadie te mire
si no es para volcarse en alabanzas
con júbilo de luces y con frutos
maduros de tu tierra y ramilletes
de las flores del alba.
Hincarse reverente y cuidadoso
poniéndote un dosel de hojas y pájaros
para que tu camines conmovida.
Nadie te toque amor, nadie te nombre
si no es para adorarte.
Voceríos aclamen tu hermosura
y el tacto de tu suelo ennoblecido;
tu cesto de jardines olorosos
en el verde espiral de tu cintura.
Epístola irreverente a Jesucristo I
Cristo,
bájate ya de tu cruz y lávate las manos,
lava tus rodillas y tu costado,
peina tus cabellos,
calza tus sandalias
y confunde tus pasos
con todos los pasos que te buscan
por la cordilleras y el mar;
por las comarcas;
por el aire,
por las alambradas de los caminos.
Tú solucionas cualquier cosa,
para ti todo es fácil
y entonces
¿qué esperas?
¿Por qué no bajas de tu cruz ahora mismo?
Sin parábolas, con balas
y sueltos arrecifes vengativos
en las manos…
Y se llenen los pueblos de hombres liberados
y sol de mediodía,
huertos, palomas y rosas
de corolas intactas
y clarines anuncien
pacíficas mañanas.
Cristo,
baja ya de tu cruz
donde millares de hombres contigo
están crucificados:
lava tus manos y sus manos,
tus rodillas y sus rodillas,
tu costado y el costado de ellos;
lava tu frente y la frente de ellos
coronada de espinas.
Que no prosiga tu martirio inmóvil:
muestra tu ira,
baja ya de cruz,
mézclate con los hombres que te aman.
Epístola irreverente a Jesucristo IV
Jesucristo:
Hoy no te quiero niño
dormido en un pesebre entre la paja.
Hoy no te quiero necesitado
del calor de la mula y el buey
aunque te ame infante,
y ponga mis caudales de joyas en tu cuna.
Hoy te quiero tribuno,
hoy pido tu palabra de relámpagos,
hoy te quiero humanista
con tu vestido cívico
hoy te quiero abogado en las salas de audiencia
en los juzgados, en las cárceles,
hoy te quiero en las cátedras,
hoy te preciso médico
en las aldeas y en los valles,
hoy te quiero poeta,
escribiendo poemas de ternura
para los niños desvalidos.
Hoy no te quiero Dios,
no te quiero invisible
y que te oren con los ojos en lo alto;
hoy te quiero oloroso con las yerbas del campo,
auscultando con oído atento
sobre el surco
el proceso de todas las semillas.
Hoy te quiero que te hablen de hombre a hombre,
caminando en las calles
como cualquier obrero, como cualquier vecino
con tu portafolio bajo el brazo.
Hoy te quiero accesible para todos,
para el que ama su ídolo de piedra
o su becerro de oro.
Hoy te quiero artesano
fabricando zapatos para niños
y que te abunden
como el pan y los peces.
Y quiero que repitas cada día
ese milagro, si no puedes hacerlo de otro modo
en este tiempo de astronautas
que pretenden husmear en tus dominios.
Hoy quiero tu Sermón de la Montaña
como rocío azul en todos los oídos.
Y para terminar, Jesucristo,
te suplico
que pongas diariamente sin faltar,
algunas monedas en todos los bolsillos proletarios
-sin olvidar los míos por supuesto-
Y verás que alegría en los mercados.
El Lunes
El lunes tiene la cara larga
del sudor
y el olor de las fábricas cerradas.
Empero;
las calles del lunes de luz alborozada
con enjambres de obreros y serruchos,
clavos y maderas
brotan con alegres tonadas.
Arquitectos y albañiles
con igual levadura
se van de abajo para arriba
con largos balcones de cristal
y puertas jóvenes de tablas olorosas
pensando en los retoños de la selva.
Y el encino y el roble se hacen arcas
y tallados paneles.
El hombre sonríe el día lunes
y alisa flores de cemento.
Las horas del lunes
se acumulan como monedas
en los bolsillos
y luego estallan ramos de ilusiones
personales.
Se desviste el día,
lentamente las horas,
y se queda desnudo a las doce
hasta que idioma de silbatos
descascara los vientos.
Racimos de manos rudas
y racimos de ojos vigilantes
con acostumbrada pericia
fabricando salarios
se desempeñan
con raíces invictas.
De pronto,
muchedumbre de pasos
sobre los durmientes de la tarde
y el lunes
se pone la cara blanca de las estrellas.