Visión de Venus y otros textos
El poeta en Tánger
Todo aquel que estudia poesía
anuda en primer lugar la esquina de su turbante,
solitario y azul en torno a la cabeza.
Lo que dice quiere ser diáfano, en palabras cíclicas
que nunca aclaran el enigma, quizá por culpa de la luz
o de tanta desesperación que aflora en ávido tacto.
El signo caritativo del pez o de la flor,
seres escasamente humanos en una línea que no pretende
el arabesco, sí la libertad presente en la escritura.
Las formas se diluyen por las cuestas de la ciudad,
en la pincelada arenosa de muchas de sus calles,
por haber transitado siempre el camino intacto.
(de Paisaje, tiempo azul, 2001)
La Habana
(en la casa de Lezama Lima)
A Reina María Rodríguez
Qué impresionante silencio en la angosta saleta,
en el exacto lugar donde la voz atronadora
reclamaba cada tarde su café, en fina taza china,
colado y servido con amor de madre. Remedio certero
para aplacar el ritmo entrecortado, entre risotada y risotada,
y recomendar a Góngora, leer cada día a los franceses,
los de la rosa. Adorando a Casal, maldiciendo a Virgilio,
logró ensalzar las sombras ante la oscura ventana,
oh los mayas, Ariosto, la impertérrita herencia española.
La ventana ahora clausurada es un tokonoma del vacío.
Visión de Venus
Complacido voy de la mano de dos hacia una cama destendida
que acoge entre sus pliegues un libro de cuyo autor
no alcanzo a leer el nombre. Compagino seducción y poesía
y ese pensamiento súbito me enciende.
Oh trajín de la carne oh tarde de lectura, no sé qué puede más,
dónde reposar la yema de los dedos mientras permanezco desnudo,
y al rato, uno de los tres, en completa entrega y lengua salaz
recita un poema de Blanca Varela. El poder de la voz
es tan turgente que a la vez nos acucia el sueño del orgasmo.
A diestra y siniestra potros y hogueras. Cadenas, azufre y humo.
Una vez satisfecho el mandato de Venus
me provoca el deseo de un diálogo jadeante,
tres lunas enlazadas que preñan el espejo de la estancia
donde multiplicar la perecedera entrega de la carne
hasta que dejo de existir, y renazco, un poco más allá,
mientras la carne inquieta se serena y el oído queda satisfecho.
Visión del Pastroudis
A Manuel Forcano, en Alejandría
No queda apenas nada dulce sobre la mesa
o multiplicado en el vacío de los espejos,
la atención del camarero es todavía más oscura
de lo que la realidad puede tolerar,
pasan las horas y nada se mueve en el establecimiento,
sólo en la terraza se vuelve insoportable el color azul
y la aspereza del salitre se propone perderte.
Mastica la carroña que tanto te nutre
y que un viejo arrincona en la esquina del inmueble.
Todo por el precio de un pensamiento.
El evangelio de la misericordia está en tus manos
para poder encarar tanta ruina, el cambio de nombre
de las calles, el letrero que ennegrece un alfa y un omega
y una dirección donde apenas se ve.
No queda nada azucarado sobre el velador,
derrotado presente que huye en la distancia,
no busques nada, no observes, no intrigues más,
arriba se balancea el recuerdo, el cuerpo desolado
que baja en una nube. Su sombra te está esperando.
El muro
la puerta de damasco,
la piedra de jaffo,
el montículo de la esperanza
hundido entre zarzas,
el fuego te lastima
con su golpe celeste,
no puedo caminar,
no hay por dónde ir,
cierra la puerta
y no escuches la voz,
sigue sin voz
un camino solitario,
una vereda torcida,
la miel se descompone
en el panal olvidado,
la reina de la estirpe
se apodera del granado.
belleza que te serena,
el pozo está seco,
brusco sobresalto
entre rocas afiladas,
huerto cerrado,
fuente sellada,
cae de un lado, del lado
que equivale a más,
un desperdicio el suelo,
muerte inútil,
cuentas lo que no tienes,
vuelve a levantar la voz
por un trago de agua.
la vida disminuye
su fuerza donde no cabe,
una flor de hibisco
y un mazo de perejil
son el ripio,
la destrucción.
en la frente
se agita el tiempo,
un campo de centeno,
de pan ácimo,
pan y aceitunas,
poco más
para saciar el hambre.
el café derrama los secretos,
la ausencia de los días,
la trágica prensa diaria,
mirar y esperar
y otra vez empezar.
toma arena en la mano,
el polvo de los dedos
ahoga la simiente,
no pierdas el compás,
un racimo tras otro
marca la proximidad del otoño,
grisácea la mirada
festeja el rito maronita.
la higuera hendida,
la rama se adentra
en la casa desolada,
la higuera es alta
y el fruto es dulce
como almíbar,
como almíbar de la tahona.
cómo te vas a negar,
la rama
señala al horizonte,
de donde mires
el fruto es dulce
y negro el tronco,
ojo que vuela,
sabe lo que vale.
en el cobertizo
gime la higuera,
gime y muere.
(de Cabeza de ébano, 2007)
Devastación del hotel Packard
para Soleida Ríos
Las coordenadas marcan un punto
sobre un mapamundi arrugado,
hay que insistir, dice el que siempre recuerda,
hay que golpear el picaporte, pasar
el umbral de la ciudad difunta,
lo que el descuido arrasó
va y se convierte en adorno,
una construcción inclinada
que conserva su color amarillo,
la palabra inquietud no es suficiente
y resbala por el lomo de un libro
del poeta remendón
Lorenzo García Vega: Devastación del hotel San Luis,
una babosa se acurruca en su textilandia
para contar lo inesperado,
pero nunca aceptarías, por eso te vas,
te agota tanta promiscuidad,
es posible trepar a un gran árbol
y chapurrear la lengua de un pájaro,
el hotel es hambre y devastación
donde escupir la esponja de la sed,
tontear frente al hocico del lobo,
lengua de lobo, la lengua feroz
encerrada en una cajita,
en una gaveta de escritorio
en mi habitación del hotel Packard,
pero no conviene forzar la voz,
sobran palabras,
balbucear, silencio,
bienvenido seas
a cualquier lugar.
(De Lengua de lobo,
XII previo internacional de poesía “Claudio Rodríguez”,
Ediciones Hiperión, Madrid, 2019)
Phoenicia
Al doblar el portón
me indica por donde pasar,
ganada la oscuridad
entro al jardín de Hamza,
los ojos se abren con dificultad
y la luz me retiene entre cipreses.
Junto al pozo jugamos
con el fino punzón del azar
y no dejo de asustarme,
su punta indica el centro de mi pecho.
El perfume del perejil sube intenso
desde el plato,
pero no estoy invitado
a contemplar una naturaleza muerta
y acepto el riesgo.
Apenas toco el fatoush,
me pierde el brillo incomprensible
del áspero idioma
cuando descubro la subida al dormitorio.
Entrar al jardín de Hamza
es aderezar el corazón
mientras los adoquines calientan
el agua de lo superfluo.
No busco nada más,
permanezco en el huerto
donde la vida
gira en un espiral cítrico,
y no hay salida,
imposible tirar del portón.
El juego hierve en la sangre
tomando el paso de las horas
con puntos suspensivos.
(inédito)