El aire que nos queda
Los pobres
Los pobres son muchos
y por eso
es imposible olvidarlos.
Seguramente
ven
en los amaneceres
múltiples edificios
donde ellos
quisieran habitar con sus hijos.
Pueden
llevar en hombros
el féretro de una estrella.
Pueden
destruir el aire como aves furiosas,
nublar el sol.
Pero desconociendo sus tesoros
entran y salen por espejos de sangre;
caminan y mueren despacio.
Por eso
es imposible olvidarlos.
Esta luz que suscribo
Esto que suscribo
nace
de mis viajes a las inmovilidades del pasado. De la seducción
que me causa la ondulación del fuego
igual
que a los primeros hombres que lo vieron y lo sometieron
a la mansedumbre de una lámpara. De la fuente
en donde la muerte encontró el secreto de su eterna juventud.
De conmoverme
por los cortísimos gritos decapitados
que emiten los animales endebles a medio morir.
Del amor consumado.
desde la misma lástima, me viene.
Del hielo que circula por las oscuridades
que ciertas personas echan por la boca sobre mi nombre. Del centro
del escarnio y de la indignación. Desde la circunstancia
de mi gran compromiso, vive como es posible
esta luz que suscribo.
El aire que nos queda
Sobre las salas y ventanas sombreadas de abandono.
Sobre la huida de la primavera, ayer mismo ahogada
en un vaso de agua.
Sobre la viejísima melancolía (tejida
y destejida largamente) hija
de las grandes traiciones hechas a nuestros padres y abuelos:
estamos solos.
Sobre las sensaciones de vacío bajo los pies.
Sobre los pasadizos inclinados que el miedo y la duda edifican.
Sobre la tierra de nadie de la Historia: estamos solos
sin mundo,
desnudo al rojo vivo el barro que nos cubre, estrecho
en sus dos lados el aire que nos queda todavía.
La yerba cortada por los campesinos
Cuántas veces nos ha parecido
que lo más importante de nuestras vidas
es el vuelo de las abejas que precede a las colegialas
que retornan de las aulas, pensando en nada,
felices como peces.
Y cuántas veces hemos razonado
que la rebeldía contra un sistema de cosas
impuesto
a través
de asesinos alquilados
investidos
de infinitos poderes,
nos dignifica.
En nuestra segunda inocencia hemos imaginado
que alguien nos llama
desde un lugar hermoso parecido al mar, y que la voz
viene de la garganta dc esa mujer delgada que esperamos en vano:
o que nos llama el amigo de infancia, aquel
cuyo padre comía tiniebla en los días difíciles.
Y cuántas veces al hablar de nuestra verdad
hemos creído
hablar de la verdad que interesa a las grandes mayorías,
y nos hemos sentido emocionados por ello porque sabemos
que el líquido de la verdad altera el pulso y envía una carga
no acostumbrada al corazón, que puede convertirse de este modo
en una suerte de Esfinge sin enigmas.
Y así creemos vivir aproximándonos a lo perfecto.
En realidad
sólo
lo que hace el hombre
por enaltecer al hombre es trascendente.
La yerba cortada por los campesinos es igual a una constelación.
Una constelación es igual a una piedra preciosa,
pero el cansancio de los campesinos que cortaron la yerba
es superior al Universo.
Demostrar los hechos mezclados con las lentitudes
de un fuego que no conocemos, y quemar incienso a las buenas gentes,
ayuda a vivir,
ayuda a bien morir.
La eternidad y un día
Se hace tarde, cada vez más tarde.
Ni el viento pasa por aquí y hasta la Muerte es parte
del paisaje.
Bajo su estrella fija Tegucigalpa es una ratonera.
Matar podría ahora y en la hora en que ruedan sin amor las palabras.
Solo el dolor llamea
en este instante que dura ya la eternidad
y un día.
¿Qué hacer?
¿Qué hacer?
Alguien que siente y sabe de qué habla
exclama, por mejor decir, musita – hagamos algo pronto,
hermanos míos, por favor muy pronto.