Roberto López Moreno

Verbario de varia hoguera

 

 

 

 

 

VERBARIO DE VARIA HOGUERA

(fragmentos)

 

&

 

Amor mío, ¿encontraste la lengua para el habla?

Ah, cuando hablas sobre la piel despierta.

¿Desde dónde nos viene el desconcierto?

Cuántas preguntas para contestarnos ríos.

Qué corta es la edad para el suspiro

y la entrega;

el padre que regresa a casa

encuentra a su hija preñada por el falo de Dios,

monta en ira y la arroja

a la nunca sola soledad del mar,

quizá porque el amor de carne

no debiera ser tocado por los dioses, mácula del éter.

¡Silicios y claustros al mar!

Pero olvídate de Dios,

fiera de fiebre entre las sábanas;

olvídate de escoyos para el alma y sé

de alma completa y célula vibrante,

déjate coger por la brama del tiempo,

purifícate,

coge tú las uvas, el llamear de las eras

que de carne te han formado.

Vamos a sernos, a darnos, a venirnos

hasta el limpio corazón de la llama.

 

&

 

La flor nace

para romper con pétalos la cadena del aire.

El sexo de la estatua

devorado por las hormigas ávidas

ahora vive, se estremece,

se mueve en cada uno

de los minúsculos cuerpos.

La flor nace

para romper con pétalos la cadena del aire.

Es un hervidero el que recorre

el centro de la piedra.

La piedra hierve.

Algo se estremece en el sexo del universo.

 

&

 

Cada día nuestro vuelve a inventar el mundo.

Piedra ¿de qué parte de mi sangre

fuiste construida?

Rama, alcahueta de los pájaros,

¿qué parte de mi páncreas, de mi bíceps eres?

Ah, columpio del oxígeno

que cuelgas mis pulmones en el aire.

¿En qué hueco de tu cuerpo me gestaste

agua de río?

Ah, el poder de los poderes,

en sólo nueve meses fui el creador de la naturaleza.

Cada día volvemos a inventar el mundo,

el triunfo del deseo y de su entrega.

Ven acurrúcate, sola, a la orilla de mi sueño,

palpita, intensa, haz que mi sangre fluya

como torrente erecto,

somos tan solos, tan solos estamos

los creadores del mundo…

Vente a mí, en mí, de mí,

multipliquémonos latidos sobre la piel terrena,

¿por qué intentas fugarte

tras el vano espejismo de los ángeles?

 

&

 

El mundo está lleno de germen palpitante,

la vida está por nacerse siempre,

es una conflagración de formas.

Si se pisa una piedra no se sabe

si se está pisando una futura sierpe

o una gota de semen

o el vuelo de una mosca

o la escama del viento

o algún beso.

Todo es confluencia de energía

en espera del salto mágico

que se produce un instante después de

la cantidad hechizada.

 

 

 

 

NÉGRIDAS

 

 

Danzón

 

La amarga mar del Caribe

cruzó con el cuerpo ardiendo.

Su corazón de timbales

alumbró Puerto Progreso

y a Mérida caminó,

lumbre que iba tierra adentro.

Ya le llamaban Danzón

y Danzón nos fue creciendo.

 

Ay Danzón del corazón,

del salón al arrabal

maestros de la tonada

cuánto regusto me dan,

tumba, tumba

y tumba y son,

bom y bom…

y riacatán.

 

Pero aún iba a bordear

los litorales del tiempo

y por las costas del Golfo

fue bajando, hondo, lento;

en Campeche, trovador;

en Tabasco, marimbero,

en Veracruz, todo junto

a no caber en el viento.

 

Y México, capital,

supo de su advenimiento:

fandango de Santa Anita,

Canal de la Viga y, luego

de Ixtacalco al California

fue inventando pasos nuevos

y se subió a los volcanes

para ver bailar al pueblo.

 

Juárez no debió de morir,

¡Ay! de morir

 

¿Qué cómo llegó hasta Chiapas?

Secretos de tiempo y viento,

alas que arden los sonidos,

golondrina en pleno vuelo

que va describiendo su arco

al pentagrama del cielo

para que Esteban Alfonzo

lo haga el eco de su ensueño.

 

Nos trajo la mar amarga

este modo de sabernos,

zumo endulzado con caña

de amargos blancos y negros

y aquí con amor le hicimos

su más alto monumento.

De la clave a Caridad

en Cuba, con otro texto,

surgió la clave a Martí,

en charangas y troveros.

Un verso de dicha clave

fue sumado al nuevo ingenio

y así adornó sus compases

nuestro danzón más completo

prendiendo desde la espuma

dos historias y un encuentro.

 

Juarista en verde plumaje,

quetzal de luz chiapaneco,

Danzón que va retumbando

por las veredas del pecho.

Va don Esteban Alfonzo

inventándose en lo eterno.

 

Ay Danzón del corazón,

del salón al arrabal

maestros de la tonada

cuánto regusto me dan…

tumba, tumba

y tumba y son,

bom y bom…

y riacatán.

 

Y así ha llegado rodando,

desde el mar hasta tu cuerpo,

a tu piel de buganvilias

donde la selva se ha hecho

tecla de piano y marimba,

suspirito comiteco.

 

 

Un fragor de flamboyanes

anida lumbre en tus senos,

río nocturno que te lame

con su música de verbos

y el “no debió de morir”,

suave, tibio, hondo, lento,

prende volcán repentino

reventando en lava ardiendo.

“No debió de morir”, cantan

la mar amarga y el cerro.

 

Retumbar de paila y paila,

timbal y machete arrecho,

golpe de Danzón quemando

los pistilos del deseo,

que sube hasta tu cintura

desde el mar hasta el mareo,

y de esa la mar amarga

muele la sal de los cuerpos.

Arde, Sur de don Esteban,

Danzón que en este momento

nace libertad que danza

con la libertad del fuego.

 

Juárez no debió de morir,

¡Ay! de morir

 

Nace libertad del alma

a la libertad del viento.

 

 

 

 

Por este lado del mundo

 

a Julia Marichal

 

Por este lado del mundo

repica nuestro tambor,

cuero rojo, cuero negro,

tiquitac del corazón;

aquí la madera canta

lo mismo que canto yo

y va sangrando su carne

con el chorro de su voz,

marimba de siete lanzas

tiquitac del corazón.

 

¡Ea!, negra, seno al aire,

matraca de mi canción,

vientre redondo mi negra

entre los velos del ron,

gajito de arrecha noche

tiquitac del corazón.

 

Baila la negra clavada

entre la rumba y el son,

suda que suda y resuda

el tiquitac del tambor,

tumba tumba tumba tumba,

tumba de mí, tumba en sol,

tumba de la negra alegre,

grupa gruesa, ronco ron,

marimba que siembra el canto,

canto que canta el cantor,

tumba tiquitac que tumba,

tiquitac que tumbo yo,

tumba tumba tiquitaqui

clavel de clavija en do,

negra que baila clavada

entre la rumba y el son.

 

Negra, negrita del alma

ya se te cansó el tambor,

ya no te rezumba el mango

como antes te rezumbó,

caimito de media risa,

pedacito de carbón,

negra de carne dolida

hasta donde duelo yo;

negra acostada mi negra

sin marimba ni doctor,

negra tosienta mi negra

que escupes tu roja voz

y dicen que son pedazos

que arrojas de tu pulmón

y yo sé que están mintiendo,

no son cosas del pulmón,

yo sé que es el tiquitaqui

que masticas sin calor,

el tiquitaqui que sale

cansado como tu voz,

yo sé que es el tiquitaqui

tiquitac del corazón.

Negra mi negra, la rumba

que pronto se te cansó,

que pronto se te ha cansado

la clavija de tu son,

negra mi negra que escupe

tiquitac del corazón.

 

&

 

Un petate, cuatro velas,

marimba barata y ron…

 

De qué noche habré venido,

a cuál otra noche voy,

qué crestas de amargo oleaje

me han montado esta canción

cargada de sal y espuma,

manchada de luna y sol.

De qué rama oscura vengo,

de qué luz, de qué tambor,

qué abuelo nadó entre sombras

las cadenas del terror,

qué rutas abrió en el agua

la llaga que le quemó,

qué látigo le hizo cruces

en las selvas del amor

tumba tumba tumba tumba

tiquitac del corazón.

 

Por los océanos pacíficos

encadenado rumor

que fue embarcado en Manila

la espuma amarga bebió

y la hizo tecla y palmera,

y la hizo sangre y tambor,

y la vistió viento nuevo

bajo novedoso sol

y desembarcó en las costas

de banano y de sudor.

Aquí te supe mi negra,

piel de zapote y danzón.

Aquí te supe marimba

del más encarnado son,

y fuimos el negro y rojo

latido de esta región

y fuimos el rojo y negro

tiquitac del corazón.

 

Para el negro sólo hay luna,

lluvia, ron, viento, tambor,

para el negro sólo hay rumba,

para el negro no hay doctor,

por eso negra del alma

fuiste arrojando tu son

en diez bocaradas rojas

que la noche se tragó.

 

Que del pulmón decían unos,

pero otros decían que no,

que te había dado macizo

tiquitac del corazón.

 

Negra, negra, no te mueras

que aún nos sobra danzón,

no dejes que por ai digan

que el hambre te apuñaló;

levanta la cara, negra,

que la luna es un tambor

que está esperando tu sangre

sobre este filo del son.

 

Baila, canta, ríe negra

con el ritmo de tu tos

que no digan que has cambiado,

que el hambre te apuñaló.

 

Tómate la noche, negra,

clávate en este danzón,

tose tu bandera roja

con la lengua de tu voz

y vamos al cielo a darle

tiquitac del corazón.

 

Ya no estés triste mi negra

porque aunque no aiga doctor

en la vaina de la noche

estoy bailando tu sol

hasta que dejes tu cuerpo

bailado en este rincón,

con tu cobija de sombras,

con mi sombra en rebelión,

un petate, cuatro velas,

marimba barata y ron.

 

&

 

Negrita de amor dormida,

apagadito carbón,

ya no me dijiste nada

pero al buscar tu canción,

por el camino la noche

como un negro caracol

me fue enredando en tu cuerpo

y tu cuerpo se hizo el son.

 

Fue entonces cuando mi negra,

tiquitac del corazón,

sentí

la verdad del son,

alcé

la verdad del son,

creí

la verdad del son,

grité

la verdad del son,

crecí

la verdad del son,

canté

la verdad del son,

bebí

la verdad del son,

bailé

la verdad del son,

reí

la verdad del son,

ahé

la verdad del son,

ahé

la verdad del son,

ahé

la verdad del son,

ahé

la verdad del son,

la verdad del son,

la verdad del son,

la verdad del son,

la verdad del son

del son,

del son,

del son,

del son,

son,

son,

son,

son,

son.

 

¡Negra! ¡Despierta! ¡Levanta!

¡Arremángate el pulmón!

¡Toma un trago de marimba

en los teclados del ron!

Cadera hecha de timbales

echa el tambo pal danzón

y vamos al cielo a darle

tiquitac del corazón.

 

 

 

 

EL LIBRO VI LA CONSTRUCCIÓN DE LA ROSA

 

Creación

 

Y aquí está la rosa,

arquitectura suprema,

vericueto vientre de las maravillas,

trigonometría del aroma,

urna vegetal en la que el hombre

traza un segmento de su luz creadora,

de su sombra también, en cada punza.

 

En esta ambivalencia de perfume y espina

establece el equilibrio de su filosofía,

estatuto en el que nos reconocemos hijos

de resplandores y penumbras.

 

Engarigongorada

como los laberintos del cerebro humano,

aquí está la rosa.

 

Entre sus paredes brama el Minotauro.

 

 

 

 

La disputa

 

Como dioses en su laberinto,

dicen que una vez,

en el final del tiempo,

es decir, en el principio de lo que nace,

es decir, sólo en el cambio de la forma,

Huidobro y Reverdy se encontraron

cuando recorrían sus encrucijadas azules.

 

Los dos hablaban el mismo idioma

y eran tan distantes, dicen.

 

En aquel encuentro, Reverdy

reclamó la primacía de un proyecto

en el que ambos dioses aparecían involucrados.

 

Alegó precursorías.

 

Huidobro se limitó a sonreír

por encima, dicen, de la galana rosa

que lucía en la solapa.

 

 

 

 

El número

 

El logos del amor.

 

Su grandeza es tal

que por ello cabe en sólo un tomo,

en una página apenas,

en nada más un renglón,

en la brevedad de un signo

(sí, más bien, en la brevedad del signo).

 

Así de tanto es, así su energía;

no requiere más allá de la mínima cifra,

colibrí del poeta Mier

colocado en el latido izquierdo,

no requiere más de eso para mover el mundo,

para abarcar el universo

y establecer la perfección de su celeste sinfonía.

 

Es el poder del número,

es su mágico imán que concilia las partes.

 

Se trata del yo que nada fuera

sin la eléctrica equidistancia de la otra verdad

que está ahí para darle sentido.

 

Guarismo que se multiplica, se suma,

se divide o se resta

junto al movimiento solar que le alimenta.

 

El número que triunfa

en tiempo y en destiempo,

siempre el número,

que es por la existencia del otro,

en su relación con el otro,

en el otro,

que le cuantifica y le da dimensión,

que le da su valor y le establece,

de la unidad a su relativo,

sobre el débil y poderoso,

fugaz y eterno puente

de un suspiro.

 

 

 

 

Cenital

 

Nací, justo, un día después del inicio del tiempo,

sed de agosto,

acto sobre la página 3113 antes de la cuenta hacia la diestra.

Soy viejo y joven desde entonces,

desde que empecé a subir por el tallo de la rosa,

ascensión que se repite, puntual, cada cumplimiento de las manecillas

hasta llegar al estallido —matriz motriz—

al punto más centro, más arriba,

al vértice mismo de la c del sol, c mayúscula: C,

desde ahí, este humilde barro

y el gran ojo en llamas que se llama g,

en g también mayúscula: G,

escuchamos la campana de la torre;

acaba de aprehender, de pretender la hora,

y lo pregona a pulmón de bronce.

 

Arriba y abajo cada planta, cada pulgar

en industria con sus cuatro opuestos

llenan un milímetro de la eterna carátula.

 

Siempre hacia adelante.

 

Naceré, justo, en la página dos mil y tantos,

y a las doce en punto subiré al estallido de la rosa.

 

Roberto López Moreno (Huixtla, Chiapas, México, 1942). Poeta, narrador, ensayista, epigramista, musicólogo y colaborador en diversos programas radiofónicos y ... LEER MÁS DEL AUTOR