Verbario de varia hoguera
VERBARIO DE VARIA HOGUERA
(fragmentos)
&
Amor mío, ¿encontraste la lengua para el habla?
Ah, cuando hablas sobre la piel despierta.
¿Desde dónde nos viene el desconcierto?
Cuántas preguntas para contestarnos ríos.
Qué corta es la edad para el suspiro
y la entrega;
el padre que regresa a casa
encuentra a su hija preñada por el falo de Dios,
monta en ira y la arroja
a la nunca sola soledad del mar,
quizá porque el amor de carne
no debiera ser tocado por los dioses, mácula del éter.
¡Silicios y claustros al mar!
Pero olvídate de Dios,
fiera de fiebre entre las sábanas;
olvídate de escoyos para el alma y sé
de alma completa y célula vibrante,
déjate coger por la brama del tiempo,
purifícate,
coge tú las uvas, el llamear de las eras
que de carne te han formado.
Vamos a sernos, a darnos, a venirnos
hasta el limpio corazón de la llama.
&
La flor nace
para romper con pétalos la cadena del aire.
El sexo de la estatua
devorado por las hormigas ávidas
ahora vive, se estremece,
se mueve en cada uno
de los minúsculos cuerpos.
La flor nace
para romper con pétalos la cadena del aire.
Es un hervidero el que recorre
el centro de la piedra.
La piedra hierve.
Algo se estremece en el sexo del universo.
&
Cada día nuestro vuelve a inventar el mundo.
Piedra ¿de qué parte de mi sangre
fuiste construida?
Rama, alcahueta de los pájaros,
¿qué parte de mi páncreas, de mi bíceps eres?
Ah, columpio del oxígeno
que cuelgas mis pulmones en el aire.
¿En qué hueco de tu cuerpo me gestaste
agua de río?
Ah, el poder de los poderes,
en sólo nueve meses fui el creador de la naturaleza.
Cada día volvemos a inventar el mundo,
el triunfo del deseo y de su entrega.
Ven acurrúcate, sola, a la orilla de mi sueño,
palpita, intensa, haz que mi sangre fluya
como torrente erecto,
somos tan solos, tan solos estamos
los creadores del mundo…
Vente a mí, en mí, de mí,
multipliquémonos latidos sobre la piel terrena,
¿por qué intentas fugarte
tras el vano espejismo de los ángeles?
&
El mundo está lleno de germen palpitante,
la vida está por nacerse siempre,
es una conflagración de formas.
Si se pisa una piedra no se sabe
si se está pisando una futura sierpe
o una gota de semen
o el vuelo de una mosca
o la escama del viento
o algún beso.
Todo es confluencia de energía
en espera del salto mágico
que se produce un instante después de
la cantidad hechizada.
NÉGRIDAS
Danzón
La amarga mar del Caribe
cruzó con el cuerpo ardiendo.
Su corazón de timbales
alumbró Puerto Progreso
y a Mérida caminó,
lumbre que iba tierra adentro.
Ya le llamaban Danzón
y Danzón nos fue creciendo.
Ay Danzón del corazón,
del salón al arrabal
maestros de la tonada
cuánto regusto me dan,
tumba, tumba
y tumba y son,
bom y bom…
y riacatán.
Pero aún iba a bordear
los litorales del tiempo
y por las costas del Golfo
fue bajando, hondo, lento;
en Campeche, trovador;
en Tabasco, marimbero,
en Veracruz, todo junto
a no caber en el viento.
Y México, capital,
supo de su advenimiento:
fandango de Santa Anita,
Canal de la Viga y, luego
de Ixtacalco al California
fue inventando pasos nuevos
y se subió a los volcanes
para ver bailar al pueblo.
Juárez no debió de morir,
¡Ay! de morir…
¿Qué cómo llegó hasta Chiapas?
Secretos de tiempo y viento,
alas que arden los sonidos,
golondrina en pleno vuelo
que va describiendo su arco
al pentagrama del cielo
para que Esteban Alfonzo
lo haga el eco de su ensueño.
Nos trajo la mar amarga
este modo de sabernos,
zumo endulzado con caña
de amargos blancos y negros
y aquí con amor le hicimos
su más alto monumento.
De la clave a Caridad
en Cuba, con otro texto,
surgió la clave a Martí,
en charangas y troveros.
Un verso de dicha clave
fue sumado al nuevo ingenio
y así adornó sus compases
nuestro danzón más completo
prendiendo desde la espuma
dos historias y un encuentro.
Juarista en verde plumaje,
quetzal de luz chiapaneco,
Danzón que va retumbando
por las veredas del pecho.
Va don Esteban Alfonzo
inventándose en lo eterno.
Ay Danzón del corazón,
del salón al arrabal
maestros de la tonada
cuánto regusto me dan…
tumba, tumba
y tumba y son,
bom y bom…
y riacatán.
Y así ha llegado rodando,
desde el mar hasta tu cuerpo,
a tu piel de buganvilias
donde la selva se ha hecho
tecla de piano y marimba,
suspirito comiteco.
Un fragor de flamboyanes
anida lumbre en tus senos,
río nocturno que te lame
con su música de verbos
y el “no debió de morir”,
suave, tibio, hondo, lento,
prende volcán repentino
reventando en lava ardiendo.
“No debió de morir”, cantan
la mar amarga y el cerro.
Retumbar de paila y paila,
timbal y machete arrecho,
golpe de Danzón quemando
los pistilos del deseo,
que sube hasta tu cintura
desde el mar hasta el mareo,
y de esa la mar amarga
muele la sal de los cuerpos.
Arde, Sur de don Esteban,
Danzón que en este momento
nace libertad que danza
con la libertad del fuego.
Juárez no debió de morir,
¡Ay! de morir…
Nace libertad del alma
a la libertad del viento.
Por este lado del mundo
a Julia Marichal
Por este lado del mundo
repica nuestro tambor,
cuero rojo, cuero negro,
tiquitac del corazón;
aquí la madera canta
lo mismo que canto yo
y va sangrando su carne
con el chorro de su voz,
marimba de siete lanzas
tiquitac del corazón.
¡Ea!, negra, seno al aire,
matraca de mi canción,
vientre redondo mi negra
entre los velos del ron,
gajito de arrecha noche
tiquitac del corazón.
Baila la negra clavada
entre la rumba y el son,
suda que suda y resuda
el tiquitac del tambor,
tumba tumba tumba tumba,
tumba de mí, tumba en sol,
tumba de la negra alegre,
grupa gruesa, ronco ron,
marimba que siembra el canto,
canto que canta el cantor,
tumba tiquitac que tumba,
tiquitac que tumbo yo,
tumba tumba tiquitaqui
clavel de clavija en do,
negra que baila clavada
entre la rumba y el son.
Negra, negrita del alma
ya se te cansó el tambor,
ya no te rezumba el mango
como antes te rezumbó,
caimito de media risa,
pedacito de carbón,
negra de carne dolida
hasta donde duelo yo;
negra acostada mi negra
sin marimba ni doctor,
negra tosienta mi negra
que escupes tu roja voz
y dicen que son pedazos
que arrojas de tu pulmón
y yo sé que están mintiendo,
no son cosas del pulmón,
yo sé que es el tiquitaqui
que masticas sin calor,
el tiquitaqui que sale
cansado como tu voz,
yo sé que es el tiquitaqui
tiquitac del corazón.
Negra mi negra, la rumba
que pronto se te cansó,
que pronto se te ha cansado
la clavija de tu son,
negra mi negra que escupe
tiquitac del corazón.
&
Un petate, cuatro velas,
marimba barata y ron…
De qué noche habré venido,
a cuál otra noche voy,
qué crestas de amargo oleaje
me han montado esta canción
cargada de sal y espuma,
manchada de luna y sol.
De qué rama oscura vengo,
de qué luz, de qué tambor,
qué abuelo nadó entre sombras
las cadenas del terror,
qué rutas abrió en el agua
la llaga que le quemó,
qué látigo le hizo cruces
en las selvas del amor
tumba tumba tumba tumba
tiquitac del corazón.
Por los océanos pacíficos
encadenado rumor
que fue embarcado en Manila
la espuma amarga bebió
y la hizo tecla y palmera,
y la hizo sangre y tambor,
y la vistió viento nuevo
bajo novedoso sol
y desembarcó en las costas
de banano y de sudor.
Aquí te supe mi negra,
piel de zapote y danzón.
Aquí te supe marimba
del más encarnado son,
y fuimos el negro y rojo
latido de esta región
y fuimos el rojo y negro
tiquitac del corazón.
Para el negro sólo hay luna,
lluvia, ron, viento, tambor,
para el negro sólo hay rumba,
para el negro no hay doctor,
por eso negra del alma
fuiste arrojando tu son
en diez bocaradas rojas
que la noche se tragó.
Que del pulmón decían unos,
pero otros decían que no,
que te había dado macizo
tiquitac del corazón.
Negra, negra, no te mueras
que aún nos sobra danzón,
no dejes que por ai digan
que el hambre te apuñaló;
levanta la cara, negra,
que la luna es un tambor
que está esperando tu sangre
sobre este filo del son.
Baila, canta, ríe negra
con el ritmo de tu tos
que no digan que has cambiado,
que el hambre te apuñaló.
Tómate la noche, negra,
clávate en este danzón,
tose tu bandera roja
con la lengua de tu voz
y vamos al cielo a darle
tiquitac del corazón.
Ya no estés triste mi negra
porque aunque no aiga doctor
en la vaina de la noche
estoy bailando tu sol
hasta que dejes tu cuerpo
bailado en este rincón,
con tu cobija de sombras,
con mi sombra en rebelión,
un petate, cuatro velas,
marimba barata y ron.
&
Negrita de amor dormida,
apagadito carbón,
ya no me dijiste nada
pero al buscar tu canción,
por el camino la noche
como un negro caracol
me fue enredando en tu cuerpo
y tu cuerpo se hizo el son.
Fue entonces cuando mi negra,
tiquitac del corazón,
sentí
la verdad del son,
alcé
la verdad del son,
creí
la verdad del son,
grité
la verdad del son,
crecí
la verdad del son,
canté
la verdad del son,
bebí
la verdad del son,
bailé
la verdad del son,
reí
la verdad del son,
ahé
la verdad del son,
ahé
la verdad del son,
ahé
la verdad del son,
ahé
la verdad del son,
la verdad del son,
la verdad del son,
la verdad del son,
la verdad del son
del son,
del son,
del son,
del son,
son,
son,
son,
son,
son.
¡Negra! ¡Despierta! ¡Levanta!
¡Arremángate el pulmón!
¡Toma un trago de marimba
en los teclados del ron!
Cadera hecha de timbales
echa el tambo pal danzón
y vamos al cielo a darle
tiquitac del corazón.
EL LIBRO VI LA CONSTRUCCIÓN DE LA ROSA
Creación
Y aquí está la rosa,
arquitectura suprema,
vericueto vientre de las maravillas,
trigonometría del aroma,
urna vegetal en la que el hombre
traza un segmento de su luz creadora,
de su sombra también, en cada punza.
En esta ambivalencia de perfume y espina
establece el equilibrio de su filosofía,
estatuto en el que nos reconocemos hijos
de resplandores y penumbras.
Engarigongorada
como los laberintos del cerebro humano,
aquí está la rosa.
Entre sus paredes brama el Minotauro.
La disputa
Como dioses en su laberinto,
dicen que una vez,
en el final del tiempo,
es decir, en el principio de lo que nace,
es decir, sólo en el cambio de la forma,
Huidobro y Reverdy se encontraron
cuando recorrían sus encrucijadas azules.
Los dos hablaban el mismo idioma
y eran tan distantes, dicen.
En aquel encuentro, Reverdy
reclamó la primacía de un proyecto
en el que ambos dioses aparecían involucrados.
Alegó precursorías.
Huidobro se limitó a sonreír
por encima, dicen, de la galana rosa
que lucía en la solapa.
El número
El logos del amor.
Su grandeza es tal
que por ello cabe en sólo un tomo,
en una página apenas,
en nada más un renglón,
en la brevedad de un signo
(sí, más bien, en la brevedad del signo).
Así de tanto es, así su energía;
no requiere más allá de la mínima cifra,
colibrí del poeta Mier
colocado en el latido izquierdo,
no requiere más de eso para mover el mundo,
para abarcar el universo
y establecer la perfección de su celeste sinfonía.
Es el poder del número,
es su mágico imán que concilia las partes.
Se trata del yo que nada fuera
sin la eléctrica equidistancia de la otra verdad
que está ahí para darle sentido.
Guarismo que se multiplica, se suma,
se divide o se resta
junto al movimiento solar que le alimenta.
El número que triunfa
en tiempo y en destiempo,
siempre el número,
que es por la existencia del otro,
en su relación con el otro,
en el otro,
que le cuantifica y le da dimensión,
que le da su valor y le establece,
de la unidad a su relativo,
sobre el débil y poderoso,
fugaz y eterno puente
de un suspiro.
Cenital
Nací, justo, un día después del inicio del tiempo,
sed de agosto,
acto sobre la página 3113 antes de la cuenta hacia la diestra.
Soy viejo y joven desde entonces,
desde que empecé a subir por el tallo de la rosa,
ascensión que se repite, puntual, cada cumplimiento de las manecillas
hasta llegar al estallido —matriz motriz—
al punto más centro, más arriba,
al vértice mismo de la c del sol, c mayúscula: C,
desde ahí, este humilde barro
y el gran ojo en llamas que se llama g,
en g también mayúscula: G,
escuchamos la campana de la torre;
acaba de aprehender, de pretender la hora,
y lo pregona a pulmón de bronce.
Arriba y abajo cada planta, cada pulgar
en industria con sus cuatro opuestos
llenan un milímetro de la eterna carátula.
Siempre hacia adelante.
Naceré, justo, en la página dos mil y tantos,
y a las doce en punto subiré al estallido de la rosa.