

Presentamos un texto clave del imprescindible autor argentino.
Roberto Juarroz
Fragmentos de una conferencia
Como ustedes saben, en una serie de corrientes del pensamiento religioso, hay quienes esperan la venida de algo parecido a un Mesías. Cuando venga el Mesías, decía un gran maestro, nos será dado comprender no solamente las letras del libro sino también los blancos que las separan. He aquí el secreto de la escritura que, para mí, también es el secreto de la poesía.
El profano, el que no sabe pero cree que sabe, escribe con palabras; el poeta escribe con silencios.
¿Cómo hacer para transformar los signos en palabras? ¿Cómo hacer para transformar las palabras en visiones? ¿Cómo hacer para celebrar aquello que se nos da sin negar aquello que se nos escapa? ¿Cómo hacer para convertir el lenguaje en un refugio antes que en una prisión, en un altar antes que en un cementerio? Sólo el poeta lo sabe y se calla. El poeta se calla, y con el silencio y la palabra nos lo dice, nunca en forma discursiva, sino a través de esos grandes acentos que ha puesto la poesía moderna.
Entre muchos recursos, hay dos que para mí son relevantes: el primero es el formidable poder de la imaginación humana y su gran producto que es la imagen. La imagen que nos pone delante, como diría Paul Éluard, que nos da a ver la realidad. Y, junto a la imagen, el poder de la plenitud del pensamiento, de todo lo que significa profundidad, inteligencia, sutileza. Todo lo que el hombre lleva en sí, aunque a veces no lo confiese.
No se trata de hablar, no se trata de callar: se trata de abrir algo entre la palabra y el silencio.
En el festival de Rotterdam quisieron tomar una parte de mis textos para un proyecto marginal del evento que denominan programas de traducción. ¿En qué consiste? Fuera de los horarios regulares, se invita a quienes participan a reunirse en una sala aparte para traducir a sus diversos idiomas una obra determinada, de un poeta que se ha elegido. Todo esto viene a cuenta por lo siguiente. Creí que no era oportuno que yo fuera a esas reuniones, ya que traducían algunos textos míos.
Sin embargo, una mañana me llaman y me piden que vaya porque había algunos giros, algunas palabras, algunos localismos que no entendían. Por supuesto, encontré allí una tarea conmovedora. ¿Qué tarea más conmovedora que encontrar a aquellos que aman lo mismo que uno ama inclinados un momento sobre lo poco que uno ha hecho? Me consultan diversas cosas y se me acerca de pronto un poeta indígena (un poeta mapuche) del sur de Chile, que había sido invitado al festival, y me dice: “Tengo un problema. En la traducción de este poema he encontrado una palabra que no existe en mi idioma”. “¿Qué palabra es esa?” “La palabra espejo”. Casi nada. La palabra espejo, aquella sin la cual prácticamente nosotros no podemos vivir.
Le pregunto: “¿Existe en su idioma la palabra reflejo?” Y me dice: “Sí, existe para representar, para significar el agua detenida, lo que nosotros llamaríamos un charco y que refleja las cosas después de la lluvia”. Entonces, le digo: “Yo creo” (y aquí va toda mi pequeña experiencia en la vida dedicada a la poesía) “que debemos construir con esa palabra próxima, de aquella que no existe, una imagen”, que no recuerdo cuál fue en aquel momento, pero supongamos que fuera reflejo estancado o reflejo detenido.
La poesía consiste, de alguna manera, en dar a todas las lenguas las palabras que les faltan, las palabras que el idioma común no puede decir. La poesía, a través de ese trabajo de crear un lenguaje indirecto, un lenguaje que salta sobre lo gastado y estereotipado —y, como diría Borges, lo fosilizado del idioma—, toca más directamente el silencio y la capacidad de entendimiento profundo que hay, sin duda, en todos los hombres. […]
Hace seis años tuve la oportunidad de participar en un festival de poesía en la India. Aquellos encuentros no se olvidan, pero hay un detalle que quiero traerles a ustedes esta tarde y que, de alguna manera, resume muchas de las cosas que no hay tiempo para decir sobre la poesía y su situación en el tiempo que vivimos. El festival tenía un lema, que consistía en una palabra del Mahatma Gandhi. Yo conocía muchas cosas de Gandhi, su esfuerzo, sus sacrificios, la resistencia pasiva, tantas cosas sobre la paz, sobre el valor de la paz que acabó con su vida. No deseó que nadie pagara con su vida como principio generalizado, pero esta formidable presencia de aquellos seres que van hasta el final en lo que aman es otra distinción que ojalá alguna vez podamos revisar en poesía.
Aquellos poetas que juegan su juego hasta el final, ese juego que no es juego, sino algo mucho más profundo, pero que también responde por un rincón al yo de la naturaleza humana que es lo lúdico. El hombre no puede dejar de jugar consigo mismo, porque si deja de jugar no soporta la realidad, la comunicación, la angustia, el pasado. Esas palabras de Gandhi que quiero utilizar para cerrar este encuentro dicen así: “La poesía es una interminable resistencia pasiva”.
Una interminable forma de no entregarse, de no aceptar, porque en la sociedad, en el mundo, en la realidad, nos han querido imponer y mentir, o no hemos sido capaces nosotros, simplemente, de reconocer que la poesía es una interminable resistencia pasiva contra la tiranía de la historia y sus aberraciones y su confusión de cierto nivel de la realidad con toda ella. Contra la tiranía de la historia, contra la colonización de las mentes a través de las ideologías, contra el fanatismo de las religiones, contra todos los fanatismos.
Hay una hermosa expresión de un autor alemán, Heinrich Berger, el novelista. En alguna parte escribió que el poeta no necesita la libertad. Toda la poesía moderna es una aventura detrás de una libertad, de la libertad expresiva que hay encerrada en el hombre, de la libertad de la comunicación con lo real, de la libertad contra todos los poderes infaustos que tratan de dominar al ser humano. El poeta no necesita la libertad, porque es la libertad. La poesía, sobre todo en su forma moderna, en su actitud moderna, en su indagación eterna, en su búsqueda eterna, es la libertad.
[Conferencia dictada el 8 de septiembre de 1994 en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, publicada en El Jabalí, n. 3, Buenos Aires, 1994.]