Roberto Juarroz

La nitidez secreta de las cosas

Grandes voces de Argentina
Por Luis Benítez

 

 “Poesía vertical: hacia arriba y hacia abajo, pozo por el que sube el agua potable del espíritu y donde por la que desciende el aire libre del pensamiento. Cada poema de Roberto Juarroz es una sorprendente cristalización verbal: el lenguaje reducido a una gota de luz. Un gran poeta de instantes absolutos.”

Octavio Paz

 

Autor, texto y contexto

Nacido en Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 5 de octubre de 1925,  Roberto Juarroz falleció en Temperley, otra localidad bonaerense, el 31 de marzo de 1995. Entre ambas fechas se extiende la actividad de uno de los poetas más originales del siglo XX en lengua española, quien supo desnudar la palabra hasta dejarla casi en el mero hueso, allí donde la hondura de sus alusiones y elusiones nos comunica con  la esencia misma del ser y el no-ser, falsa antinomia vuelta a develar por la obra en cuestión y una síntesis entrevista/tornada a ocultar, pues ella participa de la condición de las cosas que están más allá del lenguaje. Acaso esta sea la intención consciente o inconsciente de cada autor, pero al cabo de sus vidas pocos son los que dejan detrás de sí una aproximación semejante a la paradoja de emplear las palabras para intentar acercarse a lo que se encuentra fuera de sus límites y lograrlo, siquiera en parte: estamos hablando —y Roberto Juarroz nos habla de ellos muy singularmente— de absolutos, que por su misma definición resultan inabarcables.

Sin embargo, la empresa antes referida no es abordada por Juarroz de un modo que podríamos definir como prometeico: antes bien, el gestor de esta desaparece en su obra, de igual modo que las vestiduras innecesarias del mismo texto poético, brindando la ilusión o activando el recurso de que parezca que es la misma materia del poema aquello que ha tomado la voz en el discurso. Esta característica, la difuminación de la presencia autoral, encuentra pocos paralelos en la poesía argentina, salvo —simple ejemplo, apenas— en la obra de otro grande de nuestro género local, Juan Laurentino Ortiz, quien por otra parte difiere en todo lo demás del poeta que nos ocupa.

La originalidad de la propuesta juarrociana se destacó desde su mismo inicio, también contrastando en esa etapa —el período que va desde los ’50 tardíos y los comienzos de los ’60, pues la publicación de los catorce tomos de su Poesía Vertical se inaugura en 1958— con el tipo de poesía mayoritariamente cultivado en la Argentina, fuertemente signado por lo que se llamaba entonces “el compromiso con la época”, de neto cuño sartreano. En ese contexto, favorable a la poesía de matiz político —característica que, por otra parte, era observable en mayor o menor medida en toda la poesía latinoamericana— la singularidad de la obra de Juarroz no pasó inadvertida, así como la de Alejandra Pizarnik y la de Juan Gelman, cuando este último, llamativamente, iba paso a paso abandonando su estatus de numen de la poesía “comprometida” para abocarse a caminos más subjetivos. Son precisamente estas tres figuras las que descollarán en el período y más proyección alcanzarán posteriormente.

En el caso específico de Juarroz asistimos a la paulatina redacción de lo que podríamos leer como un extenso poema único, esa poesía vertical que suma tramos e instancias, tales características poseen sus títulos sucesivos, ensamblados bajo un signo común y tendientes a penetrar más y más profundamente la materia poética, abriendo en ella un pozo que conduzca hacia su centro… para revelarnos en el curso de esa búsqueda que, primeramente, ese centro en verdad no existe o bien la materia poética posee varios centros, como una monstruosidad geométrica, multidimensional. Ello confiere a la palabra otra particularidad, que es la de desprenderse de la representación posible de cualquier contorno tal como creemos reconocerlo habitualmente: es más bien la ausencia del ser, complementaria de su presencia, la que surge ante nosotros en tanto que lectores, no para duplicarse sino para sumirse en su aparente contrario y convivir en un mismo espacio-tiempo, imposibilidad física en el contexto material, realidad tangible en el universo de Juarroz. En este aspecto, no en otros, podemos señalar una similitud de Juarroz con otro gran poeta latinoamericano, Vicente Huidobro, que también abjura de la representación; sin embargo, mientras el chileno acaba con la relación preestablecida entre nombre y cosa para crear todo un universo propio, el de ese extraordinario poeta-demiurgo que es en sí mismo “un pequeño dios”, el sendero que elige Juarroz, tras devastar los nexos que unían la palabra con la representación de cuanto es ajeno a ella, es el de abismarnos en el vacío, allí donde ninguna otra sustanciación es posible: una muy personal y específica mise-en-abîme, la elegida por Juarroz para establecer cuál es la región, ni cielo ni infierno, de donde surgió su alta poesía. No nos dice a dónde ha llegado, sino de dónde emergió desde el comienzo: ese vertiginoso vacío que se aloja en “la nitidez secreta de las cosas”, tal como lo expresa (junto con tantos otros sentidos en la polisemia donde interactúa) el verso del poema 38 de su Segunda Poesía Vertical.

Es inevitable, en cuanto a este aspecto de las relaciones y las diferencias que median entre el poeta chileno y el argentino, citar con alguna extensión el texto magistral consagrado al tema por Diego Sánchez Aguilar en su Introducción a la antología titulada  “Poesía Vertical”, que realizó para Ediciones Cátedra (Madrid, 2017): “Puesto que Juarroz considera que todo conocimiento y todo acercamiento a la verdad debe darse en ese movimiento de creación tras pasar por la previa destrucción, esto nos permi­te acercarlo al poeta más importante de la vanguardia hispá­nica: Vicente Huidobro el «creacionista». Muchos elemen­tos unen a ambos poetas en virtud de ese creacionismo, pero también hay diferencias que completan la situación estética de Juarroz en los movimientos posteriores a las vanguardias. En los manifiestos creacionistas del chileno encontramos un elemento que supone la mayor diferencia entre ambos poetas. Huidobro, como Juarroz, cumple el movimiento crítico y propone la liberación de la palabra, el «Non serviam» que es un grito de negación a lo dado, a la representación habitual. Sin embargo, tras esa destrucción o abolición, Huidobro, en la línea romántica descrita por Abrams, «hereda» los atributos divinos, pues «el poeta es un pequeño dios» que puede crear desde la libertad absoluta de su imaginación, sin la tutela de un Dios que predetermine el sentido del mundo. En Juarroz, por el contrario, la destrucción, el «Non serviam» que es «desbautizar el mundo» también acaba con el poder del «yo» que no «crece» con la ausencia divina, sino que retro­cede ante la palabra. Al desbautizar el mundo es la palabra la que hereda los atributos divinos, pero en un sentido nihilis­ta. Será la palabra la que sea creacionista, y no un poeta-dios: «dejar que hable en uno, / aunque sea sin uno, /aquello que no se sabe».

“Pero donde las coincidencias entre ambos poetas se acen­túan es en la metapoética epopeya lírica del chileno: «Altazor o el viaje en paracaídas». En esta obra el «orgullo» creacionis­ta se diluye en un descenso que es también una exploración de los límites de la palabra. Por tratar esta materia, el «yo» poético, que domina los primeros cantos, va desapareciendo ante una palabra cada vez más liberada e independiente en la que no hay ya rastro de la subjetividad del poeta-dios ni, por tanto, de la objetividad del mundo representado. En Altazor, como en los espacios «limítrofes» y abismales del argentino, el «yo» se convierte en «vértigo» que manifiesta la ausencia como origen y fundamento del hombre y la palabra. Esta ausencia triunfa, desde el vértigo inicial hasta la final desapa­rición del significado que se pierde en un significante vacío, puro grito al final del abismo.

“Esta experiencia límite de Huidobro representa a la perfección la radicalidad experimental de las vanguardias en general. Esta produjo un vacío en la literatura posterior, como si, al igual que Altazor, se hubiera acabado el «viaje en paracaídas», se hubiera «tocado fondo» en cuanto a las posibilidades expresivas y de in­novación en lo poético. Juarroz repite la radicalidad vanguardis­ta, pero la supera centrando su búsqueda en el espacio que el choque «altazoriano» abrió. Si este reveló la ausencia de significa­do, Juarroz insistirá en las consecuencias ontológicas de esa preeminencia del significante; si el choque llevó la palabra hasta el fondo donde ya no había sentido, Juarroz hará de su poesía un descenso hacia esa ausencia de sentido, buscará el origen en ese límite que el viaje del «explorador vanguardista» Altazor descubrió en el mismo momento de su «muerte». Si en la caíd se reveló que la palabra es independiente y azarosa, Juarroz entregará el espacio del pensamiento a esa palabra, a ese tercer elemento que, por estar «fuera» de la dualidad del sujeto y el objeto, puede abrir el espacio de la posibilidad y del ser olvidado.”

A modo de colofón

Quizá la síntesis mejor de sus trabajos la haya brindado el mismo Juarroz, cuando en la nota introductoria que realizó para la edición de su Poesía vertical, 1958-1975 (selección de Arturo Trejo Villafuerte, editada por la Universidad Autónoma de México, Coordinación de Difusión Cultural, México, 1988), concluyó: “Desde dentro, toda obra es un fracaso. Pero creo haber buscado algo distinto. Y esa búsqueda, desde adentro o afuera, no es un fracaso”.

 

 

Tres poemas de Roberto Juarroz

 

52

Si alguien,
cayendo de sí mismo en sí mismo,
manotea para sostenerse de sí
y encuentra entre él y él
una puerta que lleva a otra parte,
feliz de él y de él,
pues ha encontrado su borrador más antiguo,
la primera copia.

(De Segunda poesía vertical, 1963)

 

5

Hago un pozo
para buscar una palabra enterrada.
Si la encuentro,
la palabra cerrará el pozo.
Si no la encuentro,
el pozo quedará abierto para siempre en mi voz.

La búsqueda de lo enterrado
supone adoptar los vacíos que fracasan.

(De Sexta poesía vertical, 1975)

 

14

Callar algunos poemas,
no traducirlos del silencio,
no vestir sus figuras,
no llegar ni siquiera a formarlas:
dejar que se concentren como pájaros inmóviles
en la rama enterrada.

Sólo así brotarán otros poemas.
Sólo así la sangre se abre paso.
Sólo así la visión que nos enciende
se multiplicará como los panes.

Los poemas acallados
nos prueban que el milagro siempre es joven.
Y al final, cuando todo enmudezca,
tal vez esos poemas
hagan surgir también otro poema.

(De Duodécima poesía vertical, 1991)

Roberto Juarroz (Argentina, 1925 – 1995). Poeta, ensayista, bibliotecario y crítico literario. Miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Rec ... LEER MÁS DEL AUTOR