Roberto Fernández Retamar. El primer otoño de sus ojos

 

Presentamos tres textos claves del celebrado poeta cubano.

 

 

 

 

Roberto Fernández Retamar

 

 

Con la forastera

Pues no tendrán en común ni un idioma
(No digamos una ciudad, un hogar, un hijo),
Ni siquiera esas canciones, esos sitios,
Esos olores que acaso sólo nos parecen hermosos porque
nos recuerdan un recuerdo,
Porque nos recuerdan a nosotros mismos, y quizá lo que
llamamos belleza
No sea sino la terca persistencia del ser más allá de sí mismo,
Más allá de su lugar y su tiempo, como la luz de un astro
hace siglos apagado.
Pero astros sí tendrán en común. Al levantar los ojos
No habrá en el cielo país extranjero.
Aquellas estrellas son estas mismas estrellas,
No distan más de esa ciudad lejana que de ésta.
Aquellas montañas y este mar les son igualmente familiares
O igualmente extraños.
Y también unas desperdigadas horas de febrero
pertenecientes para siempre
Al insaciable pasado.

 

 

 

El primer otoño de sus ojos

Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro,
Pedazos del castillo del día
Sobre los muertos pensativos.

Mientras la luz se filtra entre las ramas,
El aire frío esparce las memorias.

Es el primer otoño de sus ojos.

Cuánto camino andado hasta la huesa
Donde se han ido ahilando
Los amigos nocturnos del vino
Y los lejanos maestros.

Quedar como ellos profiriendo flores,
Quedar como ellos perfumando umbrosos,
Quedar juntos y dialogar
En plantas renacientes,
Para que nuevos ojos escuchen mañana
En el cristal de otoño
Los murmullos de corazones desvanecidos.

 

 

 

Felices los normales

Felices los normales, esos seres extraños,
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.