Roberto Bolaño. El fantasma de Edna Lieberman

 

Presentamos tres textos claves del celebrado autor chileno.

 

 

 

Roberto Bolaño

 

 

Amanecer

Créeme, estoy en el centro de mi habitación
esperando que llueva. Estoy solo. No me importa
terminar o no mi poema. Espero la lluvia,
tomando café y mirando por la ventana un bello paisaje
de patios interiores, con ropas colgadas y quietas,
silenciosas ropas de mármol en la ciudad, donde no existe
el viento y a lo lejos sólo se escucha el zumbido
de una televisión en colores, observada por una familia
que también, a esta hora, toma café reunida alrededor
de una mesa: créeme: las mesas de plástico amarillo
se desdoblan hasta la línea del horizonte y más allá:
hacia los suburbios donde construyen edificios
de departamentos, y un muchacho de 16 sentado sobre
ladrillos rojos contempla el movimiento de las máquinas.
El cielo en la hora del muchacho es un enorme
tornillo hueco con el que la brisa juega. Y el muchacho
juega con ideas. Con ideas y con escenas detenidas.
La inmovilidad es una neblina transparente y dura
que sale de sus ojos.
Créeme: no es el amor el que va a venir,
sino la belleza con su estola de albas muertas.

 

 

 

El trabajo

En mis trabajos la práctica se decanta como causa y efecto
de un rombo siempre presente y en movimiento.
La mirada desesperada de un detective
frente a un crepúsculo extraordinario.
Escritura rápida, trazo rápido sobre un dulce día que
llegará y no veré.
Pero no puente de ninguna manera, puente ni señales
para salir de un laberinto ilusorio.
Acaso rimas invisibles y rimas acorazadas alrededor de
un juego infantil, la certeza de que ella está soñando.
Poesía que tal vez abogue por mi sombra en días venideros
cuando yo sólo sea un nombre y no el hombre que con
los bolsillos vacíos vagabundeó y trabajó en los mataderos
del viejo y del nuevo continente.
Credibilidad y no durabilidad pido para los romances
que compuse en honor de muchachas muy concretas.
Y piedad para mis años hasta arribar a los 26.
A las 4 de la mañana viejas fotografías de Lisa
entre las páginas de una novela de ciencia ficción.
Mi sistema nervioso se repliega como un ángel.
Todo perdido en el reino de las palabras a las 4
de la mañana: la voz del pelirrojo arquea la piedad.
Viejas fotografías, casas de aquella ciudad
donde lentamente hicimos el amor.
Casi un grabado en madera, escenas
que se sucedieron inmóviles, fronda entre dunas.
Dormido sobre la mesa digo que era poeta,
un demasiado tarde, un querido despierta,
nadie ha quemado las velas de la amistad.

 

 

 

El fantasma de Edna Lieberman

Te visitan en la hora más oscura
todos tus amores perdidos.
El camino de tierra que conducía al manicomio
se despliega otra vez como los ojos
de Edna Lieberman,
como sólo podían sus ojos
elevarse por encima de las ciudades
y brillar.
Y brillan nuevamente para ti
los ojos de Edna
detrás del aro de fuego
que antes era el camino de tierra,
la senda que recorriste de noche,
ida y vuelta,
una y otra vez,
buscándola o acaso
buscando tu sombra.
Y despiertas silenciosamente
y los ojos de Edna
están allí.
Entre la luna y el aro de fuego,
leyendo a sus poetas mexicanos
favoritos.
¿Y a Gilberto Owen,
lo has leído?,
dicen tus labios sin sonido,
dice tu respiración
y tu sangre que circula
como la luz de un faro.
Pero son sus ojos el faro
que atraviesa tu silencio.
Sus ojos que son como el libro
de geografía ideal:
los mapas de la pesadilla pura.
Y tu sangre ilumina
los estantes con libros, las sillas
con libros, el suelo
lleno de libros apilados.
Pero los ojos de Edna
sólo te buscan a ti.
Sus ojos son el libro
más buscado.
Demasiado tarde
lo has entendido, pero
no importa.
En el sueño vuelves
a estrechar sus manos,
y ya no pides nada.